Pretérito imperfecto
El invierno del virus
La inmensa mayoría de muertes en Córdoba son mayores a los que esta crisis golpea por doquier
La mitad de los fallecidos por coronavirus en Córdoba son mayores internos en una residencia. La inmensa mayoría de decesos ha afectado a personas con más de 75 años . Y es este grupo de edad el más señalado en los efectos colaterales de una pandemia que los asedia sin descanso y los empuja a un precipicio irreversible. Ahora que hemos visto en las páginas de este periódico a las oenegés cordobesas prepararse para otra especie de batalla sin tregua, apilando alimentos y recursos -como en el preludio de toda guerra- para lo que está por llegar en este otoño y el cruento invierno , podemos imaginar que de nuevo en esta crisis sanitaria volverán a ser ellos, nuestros mayores, los más vulnerables frente a la embestida demoledora de la Covid-19 y las lagunas en la gestión de una maquinaria de poder tan desbordada como inoperante en muchos extremos. Pero sobre todo, y por encima de todo, ante una parte de la sociedad que sigue sin darse cuenta de la erosión vital, psicológica y moral que determinados comportamientos están ocasionando en los que parecen no contar para la factura final de la supervivencia. Los damnificados del peor de los virus que soportamos hoy: el egoísmo .
Fueron nuestros mayores los que padecieron en la primera oleada el golpe más duro de una enfermedad infravalorada , ideologizada y letal. Y confiados en una tregua que ha hecho aguas por todas partes, durante el verano dictado para asueto por el Gobierno , han vuelto a caer en la trampa social de una virulencia que no ceja en su empeño. Vean sino el caso de la residencia de Puente Genil que se ha llevado por delante ya casi a una treintena de residentes en poco tiempo. Test no fiables , relajación en los protocolos, contactos indebidos... Treinta mayores que hace unas semanas intentaban vivir sus últimos días de la manera más digna posible. Una tragedia que no puede pasar desapercibida en la vorágine estadística, política y económica que no nos deja respirar. Que requiere más explicaciones y responsabilidad. Treinta historias que nos recuerdan a otras muchos centenares de historias similares o a las que el confinamiento anquilosó en el olvido, perdió en los laberintos de su memoria rota, agarrotó en el miedo, aniquiló cualquier atisbo de mejoría en su crónica agonía o los extraditó a la más inhóspita de las soledades.
La Administración se ha blindado tanto, ha colocado tantos números telefónicos para no vernos , tantas mamparas, tantas citas previas..., tanta distancia social, que se ha olvidado de todos estos mayores. De los que esperan una evaluación de dependencia, de los que aguardan un diagnóstico rápido para frenar un trastorno irreparable, de los que carecen de recursos para afanarse al último flotador de esperanza; de los que precisan de verdad una atención médica presencial o a los que, simplemente, requieren una justa atención para salvarles la vida. Transitan por el invierno del virus, la estación más amarga de este año interminable de sufrimiento que aún pareciera que acabara de empezar.
A Manuela