Pretérito imperfecto

La huella de Córdoba

La ciudad cumple 20 años de su último traje urbanístico. El traje ha salido bueno, pero arrastra descosidos que urge tapar

Dos décadas del PGOU que cambió la ciudad

Lo que no salió según el 'Plan'

Expansión resisdencial en el Poniente de Córdoba bajo la zona del Patriarca hasta el Centro de la ciudad VALERIO MERINO
Francisco Poyato

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La ciudad horizontal cumple veinte años de su último traje urbanístico. El primer cogobierno del ‘ rosismo ’ trajo debajo del brazo a finales de 2001 un Plan General de Ordenación Urbana (PGOU) de larga negociación y múltiples guiños. Gestado en la revisión que impulsó el PP de Merino y Luis Martín , anclado al inmovilismo de los ochenta, y encaramado a tiempos de bonanza que se intuían en el horizonte. Luego fue castigado por dos crisis, especialmente el decenio negro (2008-2018) .

El documento nacía con la mejor tarjeta de presentación: la gran transformación del Vial y el soterramiento de las vías del tren y las plusvalías a la orilla del Guadalquivir que abrían paso a una nueva Córdoba . Luego todo se llenó de vegetación.

Sus aspiraciones eran grandilocuentes en los números y balsámicas con problemas como el de las parcelaciones ilegales —la otra ciudad en la sombra— dejando escrita una amnistía abollada por los rifirrafes técnicos. Un ‘pegou’ como Dios manda es un mercado a futuro de derechos suculentos. Aunque sea el catecismo para que una ciudad no se desmadre, será presa de los pelotazos de trazo más grueso. Que la raya vaya un centímetro más a la derecha del plano mágico pueden significar millones. Un monopoly donde cabe todo, hasta una cárcel de papel para los siglos de los siglos. Y luego, como ocurre con la Biblia , doctores tiene la Iglesia que dirimen el espíritu de los abusos a su manera.

Aquel Plan General lo gestaron un arquitecto poeta, un visionario de barro y una pragmática que repartía las cartas (y los besos) a diestra y siniestra por debajo del mantel. La banca entonces nunca perdía. Sobre el papel, las expectativas de crecimiento eran un tanto exigentes para una urbe centrífuga: grandes bolsas de suelo residencial a poniente sin reflujo demográfico, ambiciosos desarrollos industriales sin tejido fuerte, un denso almíbar para un Casco encorsetado sin vecinos de nuevo cuño, así como los puntos de sutura para las heridas del río y la Sierra , una vez cosidas las vías del Pretorio. El papel lo aguanta todo, desde anillos circunvalatorios a jardines envolventes, pero lo cierto es que aquel ‘pegou ’ buscaba resolver la ecuación de siempre: crecer sin deformidades bajo el ‘statu quo ’ de la horizontalidad y la proporción —talibanes aparte—. Ser modernos de cordobesas maneras.

Veinte años después, apenas una mota de polvo en este caserío milenario, el traje ha salido bueno pero con sus descosidos. A la postre, no ha resultado un mal invento, teniendo en cuenta cómo han sucedido los acontecimientos. El pinchazo inmobiliario segó a los grandes del ladrillo en Córdoba que pusieron muchos huevos en el cesto —aún quedan facturas pendientes—, pero dejó un suelo urbanizado que ahora se colma. La ciudad no se ha vuelto loca, ha desarrollado algunos de los nichos industriales, terciarios, dotacionales, viarios y verdes prescritos y aún tiene por resolver los asuntos de siempre: el río, el Casco , la Sierra ... y las parcelaciones. Urge volver al kilómetro cero pasando por las barriadas desgastadas del viejo desarrollismo . Crecer para dentro, pero sin perder la huella.

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