Pretérito imperfecto
Los bares también pagan hospitales
Fueron los primeros en irse y serán los últimos en llegar a la verdadera normalidad. Son esa inmensa tropa de pequeños grandes pilares

Los bares son el gran test de esta pandemia . Uno de los rasgos definitorios de nuestra cultura callejera. El virus trae distanciamiento social y miedo; nuestras células básicas de relación, todo lo contrario: contacto y evasión. Fueron los primeros paganos de ... esta crisis (y de la otra, aunque también su flotador) y serán los últimos inquilinos de a Nueva Normalidad orwelliana . Abrir con un tercio, o a lo sumo, la mitad del negocio pero asumiendo todos los costes y extras de seguridad más los recelos. Sánchez regatea cualquier responsabilidad, inventa una transición a modo de gran test nacional, porque las pruebas las acabaremos pagando todos de nuestro bolsillo. Nos saca poco a poco a la calle a ver qué ocurre. Nos entretiene con el placebo de las fases marxistas (de Groucho) y crea un marco mental nuevo en el que dejar atrás picos, curvas, fallecidos y confinamientos…, para seguir en alarma de un estado con manga ancha. Un gobierno que no aísla su verdadero libreto, que va colando en el BOE con disimulo mientras todos miramos cómo nos torean los bustos parlantes de Illa o Simón bajo la batuta del señor que parece mandar, verdaderamente: un jefe de comunicación.
Los bares forman parte de esa tropa de pequeños grandes pilares que sustentan el tejido productivo. Sí, productores de ocio. Y los más expuestos siempre a los vaivenes económicos, puesto que son los primeros en detectar que nuestras carteras se cierran. Son el diván del turismo y el escaparate de un lujo llamado gastronomía. Tienen más peso en el PIB que en cualquier otro país y multiplican su influencia tractora en multitud de actividades afines que el día que bajaron la persiana por el coronavirus ya se fueron al traste. Habrán escuchado estos días el lamento de los ganaderos sin saber qué hacer con sus corderitos, sus cochinillos o vacas. Los mismos que pueden llegar a mantener la vida de una comarca cualquiera azotada por esta crisis. Y así, el círculo vicioso.
La gran mayoría son autónomos con algunos empleados o familias enteras que se encuentran ahora mismo en un callejón sin mucha salida. Cesaron la actividad por la ruina inminente -los expertos fijan en un mes el salvavidas con recursos propios de un bar-, precisan de rápida liquidez externa y se fueron a un ERTE ; esperan aún, en algunos casos, las prestaciones concedidas y mantienen el gran dilema de arriesgarse a abrir gastando el doble (costes fijos y medidas extraordinarias de distancia social) para percibir apenas algo; o seguir cerrados hasta que escampe , que puede que sea demasiado tarde. Les puede su ímpetu de un negocio sufrido, de fajarse y no dejarse vencer, pero son conscientes de que la clientela tardará en volver, con cambio de hábitos y dudas.
En la espuma política se escuchan ya proclamas sobre el impulso a la sanidad pública tras esta hecatombe . Como se oyen cuchilladas pendencieras sobre los ajustes pasados de todas las siglas para seguir eludiendo la responsabilidad presente sobre una dimensión real de la pandemia en España evitable. La lectura moral, desde luego, no puede ser otra que no descuidar la salud pública y sus entrañas, crucial en estas horas. Sin satanizar la colaboración callada del entramado privado, arrimando el hombro . Y todos sufragamos esa factura que ahora besamos. También los bares deben seguir pagando hospitales. Así lo demuestra su impacto en las arcas públicas con miles de millones en IVA , en prestaciones a sus desempleados y en la caída de las cotizaciones a la Seguridad Social . Sí, los bares. Nuestros bares.
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