INSTITUCIONES PENITENCIARIAS

La experiencia de aprender a vivir en libertad en el Centro de Inserción Social de Córdoba

En este enclave se impaten programas y talleres para la reinserción de presos en tercer grado

Unos presos en tercer grado en las instalaciones del CIS en Las Quemadillas Valerio Merino

Pilar García-Baquero

Al entrar en el Centro de Inserción Social (CIS) una garita y las puertas metálicas de cierre automático impresionan al visitante . Para los que están dentro no. La mayoría de los usuarios de este enclave penitenciario de Las Quemadillas -cuyas cámaras de vigilancia sirvieron para desmontar la defensa del parricida de Bretón, a escasos metros de su casa maldita-, saben lo que es estar meses entre rejas . Por este centro se controla la libertad de más de 2.000 personas, de tres perfiles de condenados. Los primeros son los que salen de prisión al medio abierto dentro de la inserción social de acompañamiento en la recta final de condena .

Estos penados vuelven al CIS a dormir y hacen sus actividades fuera o llevan colocado un dispositivo telemático en su muñeca o tobillo con el que se controla que pasen una serie de horas en su domicilio para intentar que puedan normalizar su vida laboral o realizar el cuidado de hijos -generalmente, este caso corresponde a las reclusas-. Hay 48 dispositivos telemáticos que son lo más codiciado por los usuarios del CIS, ya que sólo tiene acceso a ellos un 30 por ciento de los presos del tercer grado», cuenta el subdirector del CIS, Joaquín de la Vega . Uno de estos penados controlados telemáticamente llama con efusividad y una sonrisa a la puerta de la sala de control de estos localizadores porque se le ha movido su pulsera. «¿Puedes mirar esto, por favor?», pregunta mientas se remanga una pierna del pantalón para enseñarlo. Esta especie de reloj negro achatado lo tiene situado en el tobillo, oculto tras su mono de trabajo azul marino para intentar disimularlo. Es un dispositivo de tecnología israelí que detecta cualquier movimiento extraño tanto en esta pulsera como en la plataforma fija (base) que hay en sus domicilios. Las alertas que llegan son de todo tipo. Desde que el cable se lo come el perro, a que los niños den un porrazo al dispositivo y hace saltar las alarmas con cualquier manipulación.

Cinco de los presos de tercer grado posan para ABC en la cafetería del CIS Valerio Merino

La directora de la prisión de Córdoba, Yolanda González, habla a ABC de la gestión de las libertades condicionales, que es la fase final de la condena, donde el interno ya no tiene que estar presente, pero con medidas complementarias. A estos perfiles está atento el subdirector del CIS, Joaquín de la Vega, que conoce uno por uno a los reclusos de este enclave. Trabajan con psicólogos, trabajadores sociales y educadores, que les dan pautas para alcanzar con éxito su regreso pleno a la sociedad tras la condena.

Dos alumnos del CIS en el programa Épico de empoderamiento personal Valerio Merino

El último bloque de usuarios son los condenados a penas y medidas alternativas, como los trabajos en beneficio de la comunidad .

Hay que recordar que tras las suspensiones de pena , de hasta 2 años de prisión y hasta 5 de forma excepcional, estos penados tienen que realizar programas para su reinserción. En casos de violencia de género, el llamado Priama .

Entre los distintos programas de reinserción está el Proveco para condenados por delitos de seguridad vial grave, con más de 60 jornadas en servicio de la comunidad, donde habría actualmente unos ocho penados . El de abusos sexuales donde sólo hay cinco internos, o de delitos derivados de la d rogadicción que es una especie de cajón desastre penal .

En el CIS no se habla mucho del pasado. Se mira al futuro. Al frente, como los casi veinte encartados que abarrotan cada martes la sala del Cine Forum. La sesión de hoy se la dedican a ver la película de Justin Timberlake «In time» . De lo que han hecho antes lo mejor es recordarlo sólo para no volver a cometer el error. En este aula oscura hay luz de los que se levantan para contar que llevan días en semilibertad, fuera del Centro Penitenciario de Alcolea. Es el caso de Alfonso, un septuagenario que ha pasado 13 meses en entre rejas por un delito de falsedad documental pero al que sólo le dejaba sin sueño cómo estaría su hijo de treinta y tantos años aquejado de un problema de salud.

A su lado, en la primera fila de esta improvisada sala de cine, dos jovencísimos padres de familia preguntan cuándo sale la foto en el periódico para que la vean sus hijos. «Yo tengo dos niños», asegura orgulloso el primero. « Y yo tres, además tengo sus custodias, yo me hago cargo de ellos », relata un segundo con la satisfacción de haber pasado por lo peor de la condena y tener ya fuera a alguien que le espera y le necesita. Son orgullosos padres que, pese a sus errores, ven cada día más cerca estar en plena libertad , pero no para hacer «puenting» o un viaje de ensueño sino para estar tirados en el sofá rodeados de niños que pelean por no separarse de su padre por miedo a perderlo de nuevo. «Antes no valorábamos estar en casa con los niños, ahora es lo que más nos gusta, sólo ver la tele con ellos, algo tan normal ahora es una fiesta», cuenta con lágrimas en los ojos otro de los reos del tercer grado mientras atiende a la profesora del programa Épico , que se dedica al empoderamiento de los reclusos de cara a su reinserción.

Tres presos en el patio de juegos del CIS Valerio Merino

«Ahora tienen que reaprender a vivir. Desde ponerse el despertador cada día a buscar trabajo a cuidar de sus hijos o manejar la cuenta corriente. Es un nuevo turno que le da la vida y saben que van a aprovecharlo», cuenta la educadora. La asistencia a este programa es voluntaria pero la sala está completa. A un lado, uno de estos presos treintañeros se muere por contar al fotógrafo cómo es su hija de 22 meses, que ya habla y dice perfectamente «papá» . El otro compañero, sin abandonar la sonrisa, pide posar en la foto y anota el nombre del periódico para buscarlo cuando salga publicado. « No he leído periódicos, pero este sí », cuenta confiado. Todos hablan maravillas de la profesora Carolina Liñán «es buenísima; la mejor» , corean.

«Ellos son los precursores de su propio futuro; hay que mostrarles que a veces nosotros somos nuestros peores jueces , pero así no se avanza, hay que hacerles que crean en ellos mismos», afirma la educadora.

Este centro del Ministerio del Interior es el gran desconocido del sistema, se lamenta De la Vega. Y eso que con estos programas se evita entrar en prisión en muchos casos y el grado de reincidencia de los que pasan por ellos es bajísimo .

Las salas del centro de inserción son austeras . Sin ninguna pretensión. Los propios internos ayudan en la limpieza, servicios y mantenimiento de las instalaciones. Huele a limpio . El orden es una de las máximas para que este centro funcione a la perfección. Son las 10.30 de la mañana y el desayuno está perfectamente recogido, las sillas acomodadas alrededor de las mesas y en los casilleros de madera de la pared platos, vasos y cubiertos de plásticos de mil colores , más propios de una escuela infantil, pero que les sirve para que cada usuario pueda identificar los suyos.

Partidas con Rafael Gómez

Hay un patio y mesas en los soportales para echar unas partidas a las cartas o al dominó. «Aquí todos somos iguales, nadie tiene más privilegios que nadie, como compañero tenemos al empresario Rafael Gómez, y jugamos con él en una de estas mesas», cuenta Antonio, también empresario que lleva varios meses en el CIS.

La directora de la prisión provincial reconoce que el paso al tercer grado «es el proceso natural para ellos, debe ser ese. Ayudarles a insertarse de nuevo a la sociedad. Y contra todo pronóstico, asegura González, el mayor miedo al salir a la calle tras años en prisión no es el reproche social ni al que dirán sino si sabrán utilizar el teléfono móvil .

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