Luis Miranda - VERSO SUELTO
Examen de conciencia
Es esperpéntico que un funcionario del siglo XXI le enmiende la plana a una decisión de un rey de Castilla en 1236
Hace días que me pregunto qué pensaran al llegar a casa y repasar el día antes de dormir, cuando hayan apagado el ordenador o no estén delante de los micrófonos soltando sobre la Mezquita-Catedral frases que están entre la mentira consciente y el sainete que se quiere hacer pasar por serio. Los cristianos lo llamamos examen de conciencia, y aunque no sean tantos quienes se lo apliquen obliga a enfrentarse a la incómoda verdad de la discordancia entre lo que se dice y lo que se hace, entre lo que se ha prometido defender y el camino que se ha tomado porque conviene. Para la gente que se dice progresista, y que de vez en cuando invoca valores altísimos, mirar a uno mismo y encontrar faltas de integridad tendría que ser motivo de angustia, el momento en el que uno se plantea si no se habrá equivocado de profesión o si merece la pena seguir mintiendo y tomándole el pelo a la gente por unos votos.
El PSOE e Izquierda Unida serían lo que fueran, pero se les tenía por serios y respetuosos con la historia, y desde hace tiempo sus miembros siguen como roedores hechizados a un profesor sin brillo y con ideas dulzonas, un flautista de Hamelin del que no se sabe quién le ha pagado ni en qué moneda el traje ni el instrumento con que los tiene embelesados. Puede que todo esto sea una impostura, una forma cínica de perfumarse con la palabra mágica del laicismo y de la lucha contra el poder de la Iglesia. Ellos saben mejor que nadie, o tienen a quien se lo diga, que no puede «volver» a ser público aquello que no lo fue nunca y que el hecho de que de toda España sólo se persiga a la Catedral de Córdoba por su parte de Mezquita huele bastante a burkas, petrodólares y complacencia con los que cortan cabezas. En su estrategia desquiciada han pensado que se tienen que poner en esa parte y así distinguirse de los que tampoco es que estén batiéndose mucho el cobre con eso de que «hay cosas que preocupan más a los cordobeses».
El esperpento de que un funcionario del siglo XXI le enmiende la plana a una decisión de un rey de Castilla en 1236 sería entonces parte de una comedia sin mucha gracia, la forma de hacer pensar a quienes votan que aquí en Córdoba se está peleando por los bienes del pueblo y contra la Iglesia que se los ha quedado. El coro de expertos y charlatanes encantados de decir lo que sea mientras se les paguen la minuta y el almuerzo bien regado le dará a la cosa un aire intelectual, como si violentar el derecho y saltarse las normas sonase mejor cuando lo dice un conferenciante de postín.
La segunda posibilidad, y no sé si es menos terrorífica, es que todo sea fruto de la ignorancia y el desinterés por el arte y la historia. Quienes defienden la teoría delirante de la inmatriculación no conocen en absoluto la Mezquita, sólo la han visitado obligados por amigos de fuera y tampoco la han mirado demasiado. Nunca supieron que el ser Catedral salvó el inconmensurable templo musulmán, que todo el cuidado primoroso con que ha llegado al día de hoy es fruto del desvelo de obispos y canónigos, y que el uso que se le dio en procesiones y misas garantizó que hoy el mundo entero la pueda admirar, porque estaba viva, en uso y protegida. Bien visto es mejor la segunda posibilidad, porque todavía se puede curar con libros; rectificar el fingimiento es tan difícil como pedir a muchos políticos que hagan examen de conciencia.