CONCURSO
Estos son los relatos ganadores del III Premio de Narrativa Escolar «Mezquita-Catedral» de Córdoba
«Destellos en la oscuridad», de Ángeles Valdenebro; «El secuestro de Abderramán», de Antonio Luque; y «Los ecos de la Mezquita-Catedral», de Marta Martín de Almagro, han sido los galardonados
![Arcos de la Mezquita-Catedral de Córdoba](https://s1.abcstatics.com/media/andalucia/2019/12/21/s/mezquita-catedral-premio-principal-ky3G--1248x698@abc.jpg)
Primer premio: «Destellos en la oscuridad», de Ángeles Valdenegro
«Un lugar diferente. Un espacio nunca soñado. Olores capaces de remover los recuerdos más profundos. Cada relieve que al tacto gritaba historia. Un sonido que se elevaba hasta llegar al cielo. El aroma de la flor de azahar, tan intenso que casi te dejaba saborear su fruto...»
Mi nombre es Miguel. Soy ciego de nacimiento y nunca pensé que la inmensidad de la Mezquita Catedral de Córdoba quedaría tan impresa en estos ojos que nunca vieron más allá del velo negro que cubre mi mirada
Aquel viernes no empezó como quería, ni mucho menos acabó como esperaba. Hacía calor, cada poro de mi piel lo notaba. Salir del hotel no estaba en mis planes. Las palabras «mezquita», «catedral», «islam», «naves», «ampliaciones» y una lista interminable de nombres, acompañaron cada bocado de mi desayuno. Casi podía escuchar cómo Toby bostezaba a mis pies. «Otra maravilla más que me perderé, amigo». Resistirme no iba a servirme de nada, así que una vez más, me dejé guiar.
Llegar hasta allí no fue fácil. Abrirme camino entre la gente, los sonidos y el empedrado, fue toda una hazaña. Pero finalmente ahí estaba (o eso me decían), a las puertas de la Octava Maravilla del Mundo. Noté la mano de mi padre sobre mi hombro: «Nuestro camino acaba aquí, Miguel, ahora debes seguir tú solo. Pero te dejamos en buenas manos. Esta chica, Lucía, nos ha asegurado que va a cuidar de ti durante toda la visita. Nosotros no estaremos lejos, no te preocupes, pero este viaje lo debes hacer solo».
«Solo…». No escuché nada más. Esa palabra prohibida para mí, ahora se hacía realidad. Pero mi cara de sorpresa, frustración, miedo y escepticismo no logró convencer a mis padres. «Nos quedamos con Toby hasta que termines”, fue lo último que me dijeron. Definitivamente, estaba solo.
![Estos son los relatos ganadores del III Premio de Narrativa Escolar «Mezquita-Catedral» de Córdoba](https://s3.abcstatics.com/media/andalucia/2019/12/21/s/mequita-catedral-premio3-kqsE--510x349@abc.jpg)
«Hola, Miguel. Mi nombre es Lucía. Agárrate a mi brazo, vamos a empezar. ¿Preparado?». Me limité a asentir. Poco tardé en notar el brazo que me tendía. Suspiré hondo. «Vamos allá».
Frío. Mucho frío. Parecía que habíamos cambiado de estación de golpe. Y junto al frío, silencio. Me sentí empequeñecer. Los pasos apresurados, las exclamaciones, el sonido de las cámaras de fotos. Todo desapareció de repente. Un escalofrío me recorrió todo el cuerpo, contuve la respiración. Estaba formando parte de algo grande, lo sentía en cada fibra de mi ser. La voz de Lucía me devolvió a la realidad. Y sus explicaciones no hacían más que acentuar esa sensación.
Yo caminaba como si estuviera en otra dimensión, fascinado. Sus palabras dibujaban imágenes increíbles en mi mente. El resto de mis sentidos despertaron con más fuerza que nunca, tanto que casi podía ver la luz tamizada por las vidrieras y el dorado de las teselas parpadeando en la penumbra del mihrab. No quería perderme nada de lo que mis manos me contaban.
Mi padre tenía razón, no hacía falta que ellos me acompañaran. Pero se equivocaba en algo: no estaba solo. Durante hora y media la Mezquita-Catedral se convirtió en una buena amiga con mil historias que contar. Salí sobrecogido y con una sonrisa imposible de deshacer.
Cuando mis padres me preguntaron cómo había ido todo, respondí: «Nunca había visto nada igual».
«Los ecos de la Mezquita-Catedral», de Antonio Luque
Corría el año 3937 en el planeta Tierra. La galantiana Xaian (procedente de Galantis) iba a bordo de la nave Espíritu. Una voz resonó por toda la nave: «Entrando en la atmósfera del paneta Tierra. Los trajes gravitatorios se encuentran en la zona 4-8.». Xaian se dirigió allí para salir de la aburrida nave. Se puso el pesado traje rápidamente.
Corriendo, se dirigió a la gigantesca compuerta de la nave. Con un sonoro «clac» la puerta se abrió y Xaian, feliz, pisó el planeta en el que habitaron sus antepasados.
Decepcionante. Habían aterrizado en una península, a la que los archivos identificaban como Península Ibérica. Estaba dividida en dos países: España, el más grande y, a la izquierda, Portugal, cuya superficie era menor.
La nave se había posado en la zona sur de España. Antes de aterrizar, la vista era más bonita de lo que era estando en la superficie del planeta. Había visto un gran río que desde el cielo parecía azul, pero al acercarse más se fue tornando poco a poco en un feo gris.
Xaian analizó el líquido con ayuda de su Inteligencia Artificial Aigent. El extraño líquido era agua, pero estaba contaminada con sustancias químicas, por lo que era imposible beberla o utilizarla para asearse sin enfermar. Suspiró y dio media vuelta.
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La ciudad era bastante grande, pero no había rastro de vida. Aigent estimó que llevaba abandonada unos 1200 años. Subió a lo alto de un edificio para ver toda la ciudad desde allí. Divisó una gran estructura que parecía diferente al resto de la abandonada ciudad.
Corrió hasta allí. Cuando llegó a la calle en la que se encontraba el majestuoso edificio, detectó un olor diferente al del resto de la ciudad. Empujó una de sus muchas puertas.
Esta chirrió, pero acabo abriéndose. Se quedó sin respiración. Se encontraba en un gran patio con árboles frondosos de los que crecía unos pequeños capullos blancos que desprendían ese olor tan característico.
En el centro del patio había una fuente llena de agua tan cristalina y fresca que hacía que se viese el fondo muy fácilmente. Tras escuchar la suave brisa con los ojos cerrados, se dirigió hacia una puerta que se encontraba en uno de los muros del patio. Entró por ella, y se descubrió en un gigantesco espacio repleto de arcos con franjas de color rojizo y crema. Continuó andando y llegó a un espacio diferente.
El techo estaba repleto de filigranas y las paredes estaban decoradas con todo tipo de pinturas. Parecía que allí no había pasado el tiempo. De repente, Xaian oyó una respiración agitada. Había un pequeño hombrecillo apoyado en una columna. Se acercó sigilosamente hacia él, y lo escaneó con Aigent. Según la IA se llamaba Abderramán y era el responsable de la preciosa estructura, llamada Mezquita.
Corriendo, le apresó con una cuerda de luz procedente de Aigent. Lo iba a llevar a su planeta natal, Galantis, para que construyese una réplica de la Mezquita allí.
«Los ecos de la Mezquita-Catedral», de Marta Martín de Almagro
Se oían disparos y gritos entremezclados con llantos en los alrededores de la Catedral. Una vez más, los mortales peleaban por los bienes materiales. Las calles estaban invadidas por el miedo y la angustia.
La guerra había sido iniciada hacía apenas unos días, mas se había extendido cual mala hierba por todo el lugar. El sonar de las armas cesó por un momento; debía de haber una tregua. Solo los lamentos de los heridos sobresalían entre el estruendo, junto a las palabras tranquilizadoras de quienes les acompañaban con pesar, esperando a recibir ayuda médica.
Mientras tanto, la Mezquita-Catedral se encontraba vacía y en absoluto silencio cuando las letras y los adornos de sus paredes comenzaron a moverse lentamente de extraña manera, dando la ilusión de que se derretían, y de ellas emergieron figuras que se asemejaban vagamente a seres humanos.
—Después del empeño que puse en diseñar parte de este monumento, contempla cómo lo desprecian; ¡guerreando en sus proximidades! ¡Esa gente no merece morir!—, clamaba una de las siluetas.
![Estos son los relatos ganadores del III Premio de Narrativa Escolar «Mezquita-Catedral» de Córdoba](https://s3.abcstatics.com/media/andalucia/2019/12/21/s/mezquita-catedral-premio2-kqsE--510x349@abc.jpg)
—Padre, tranquilizaos. No es la primera vez que ocurre, los mortales son así. Están cegados por sus propios intereses, no pueden ver más allá. Al fin y al cabo, no están muertos.
—Hernán el Viejo y su hijo, es un placer volverles a ver por aquí. Despertaba de mi descanso para contemplar que, nuevamente, hay altercados entre los vivos—, dijo una figura que se asemejaba a un hombre, de edad algo avanzada y poblada barba, quien también había emanado de la pared.
—Vaya que sí, compañero. Aunque he de reconocer que también vos y yo nos hubiésemos terminado enfrentando en algún momento de haber coincidido en vida. Bueno es que ya estemos muertos y podamos ser camaradas—,respondió Hernán el Viejo a Abderramán III, con simpatía.
Otra sombra más surgió de la pared para unirse a la conversación.
—Si tan solo nos pudieran ver... Ni las conquistas ni las derrotas importan cuando está uno muerto. Al fin y al cabo, todos somos humanos.
En ese momento, un sonido semejante al estallar de una granada inundó la estancia.
—¡Fernando III de Castilla, quién lo iba a decir! ¿Qué os trae por aquí, viejo amigo? Hay un buen trecho de la Catedral de Sevilla a la de Córdoba—exclamó Abderramán.
—Por allá se comentaba que las guerras habían llegado aquí también, y me asomaba para contemplar el porqué de toda esta violencia. Desgraciadamente, aún no lo he encontrado, y dudo que si lo descubriere pensare que es razonable.
—Desde luego, no os falta razón. No pocas veces he pensado que las cosas irían mejor de estar todos los humanos fenecidos.
—Si pudiésemos hacerles ver que las contiendas, las ansias de poder y el dinero son todos en vano, quizás entonces...—,comenzó a decir Hernán el Joven.
—Quizás entonces un vivo y un muerto pudieran ser amigos—concluyó Hernán el Viejo.
Y así, los ecos de los que vivieron contemplaron cómo los que aún estaban en vida se destruían unos a otros por meras tonterías.