Jesús Cabrera - El molino de los ciegos

El espíritu de Nápoles

Cuna de artistas, avates históricos comunes. Todo ello, en un Belén

El auge que en los últimos años ha tomado el Belén napolitano en Córdoba no responde a la casualidad sino que más bien es una consecuencia lógica del sutil espíritu que ambas ciudades comparten. Pese a la distancia, ellas saben bien del esplendor de tiempos pasados, de ser cabeza de reinos, de cuna de artistas de primer orden en las más diversas disciplinas, de ser foco de atracción para un turismo cultural y de élite que busca lo que no se encuentra en otras ciudades por cercanas que estén. Toda esta amalgama de avatares históricos deja lentamente y de forma imperceptible un poso de refinamiento que se guarda de puertas adentro, como un preciado tesoro, y que es alimento espiritual para minorías selectas que distinguen a velocidad de vértigo el grano de la paja, porque tanto en Nápoles como en Córdoba hay un reducto social que practica el epicureísmo, que vive en un exilio interior que rara vez se identifica con lo que sucede a su alrededor, porque la sociedad apolínea poco o nada quiere saber de la otra mitad dionisiaca, y viceversa, afortunadamente. Que nadie se apresure a simplificar todo esto como una cuestión de clases sociales, porque se equivoca de plano.

Ambas ciudades comparten, por tanto, esa dualidad existente entre la calle ruidosa y el silencio de las iglesias, el gracejo forzado y el humor hondo, la certeza del pasado y las dudas del futuro, entre otras muchas con fronteras perfectamente delimitadas. Pero fue allí, en Nápoles, donde adquirió su grandiosidad en el siglo XVIII el Belén que trasladado a Córdoba encaja a la perfección, como el guante a la mano. Los belenes napolitanos son especies exóticas en otros lugares pero en esta ciudad es perfectamente compatible con el Belén popular de toda la vida, con el que se compraban la piezas de barro en los puestos de la calle Nueva.

Entrar en estos días en la ermita de la Alegría y encontrar en su centro un Belén napolitano provoca, en primer lugar, la sensación de que no desentona lo más mínimo en ese entorno tan barroco y tan cordobés, que cumple perfectamente su papel de envoltorio discreto, apenas dibujado en la penumbra. Después, eso sí, viene la lógica admiración por el montaje que combina tanto la exquisitez de la instalación, como la belleza de las figuras o la carga semántica de las distintas escenas y de los detalles interminables. José Luis Rey y Valeriano García Domenech han dado forma este año al Belén de la hermandad de la Sentencia que cumple con la ortodoxia napolitana, pero que cuenta con la valiosa aportación de sus extensos conocimientos, lo que ha enriquecido considerablemente el resultado que en estos días se puede admirar. Todo esto no hubiera sido posible sin la colaboración de Ángel Aroca, Federico Almagro o Manolo Portillo, así como la iluminación de Miguel Pastor o la selección musical que ha realizado Ángel Salvatierra y que son el complemento perfecto a la visita.

Pocos visitantes a la ermita de la Alegría se conforman con una sola vuelta a este Belén circular. Si el primer impacto es la apoteosis de la Natividad, en su rededor impactan las distintas escenografías, perfectamente ensambladas, en las que se combina lo popular con lo sofisticado, el mercado con el palacio, el noble con el pastor, y todo ello en una armonía y un equilibrio en la que nada desentona.

El Belén de la hermandad de la Sentencia de este año va a crear afición al napolitano, eso fijo. Como esta semilla fructifique la Vía San Gregorio Armeno se llenará de cordobeses que irán arriba y abajo buscando misterios, «suonatori», viejas con bocio, «finimenti», los benignos durmientes y las pequeñas ampollas de cristal de vino de Falerno para traer a Córdoba una modalidad navideña que muy bien pudiera haber nacido aquí.

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