EL NORTE DEL SUR
España camisa blanca de la desesperanza
La calle digiere la capacidad autodestructiva, el colapso del sistema, el ansia de poder, la incapacidad de la autocrítica
ATURDIDOS, cansados, hartos ya de estar hartos. Las conversaciones a pie de calle sobre el cambio de Gobierno son las de quienes, en su gran mayoría, han perdido la confianza en la política, en la nobleza del ejercicio de las responsabilidades públicas como un instrumento necesario para mejorar la vida de las personas. Todo es tan triste que ni siquiera hay pasión entre los seguidores del nuevo presidente, tampoco muchos que defiendan al que acaba de caer con la convicción ciega de la militancia. No hay donde mirar. Así está España. Sin asomo de esperanza, desolada, perdida, hundida en las miserias de sus contradicciones, llorándose atónita y desconcertada ante el espejo de sus fantasmas. «De esta no salimos. Es todo una vergüenza», comenta alguien en el ascensor de un edificio de oficinas cuando la noticia acaba de consumarse y el relevo es ya un hecho; y lo dice sin fuerza, como si todo estuviera perdido y por mucho que haya alguien nuevo que se vaya a poner al timón el destino seguro siga siendo el naufragio.
La capacidad de autodestrucción, el colapso del sistema, el ansia de poder a cualquier precio, la incapacidad de la autocrítica, el enroque en los errores por más que sean evidentes. Esa es la salsa en la que se cuecen las discusiones más o menos acaloradas del aperitivo y de la sobremesa. El vino se vuelve vinagre y el café achicoria. La palabra es áspera, resentida, corrosiva, lanzada con el arco del hastío contra todo lo que se mueva, contra unos y otros, contra esto y aquello. «Si malos son que entran, no es que se queden atrás los que se van», se escucha en la cafetería del café urgente de primera hora de la tarde. El bar es la caja de resonancia de las noticias que repite la televisión desde la mañana: «Cómo va a ser que siga en el poder un señor que lleva años en la cúpula de un partido al que los jueces acaban de endiñarle lo más grande por tener una contabilidad paralela y repartir sobres. Ycómo va a ser que la solución al problema sea que venga ahora uno a hacerse el salvapatrias acompañado nada más y nada menos que por los populistas y por los independentistas».
El mensaje que cala es que el país ha entrado en una situación agónica, terminal en la que las costuras revientan sin remedio y sin que haya nadie capacitado para taponar la herida. El único horizonte a la vista es que la maniobra de derribo siga adelante, que sea cada vez más calculada, más eficaz, más irreversible. «Lo que faltaba, ahora ya tenemos al enemigo en casa: nos estamos luciendo», se queja un oyente de una emisora local en una llamada a un programa en directo. No hay posibilidad de enmienda: el único margen para la salvación reside en empezar desde el principio, en partir desde cero. Lo que viene son dos años de diálogo de sordos, de ensanchamiento de los problemas, de encono y de retroceso. Lo que viene es más leña al fuego de la discordia, el aventamiento de la incomprensión, la soledad de un país en estado crítico.