RAFAEL AGUILAR - EL NORTE DEL SUR
Escaparates
«Las aceras son una cosa aburrida, rutinaria y gris: tras las cristaleras, incluso vacías, anida todo lo que repara el ánimo»
Las noticias del año están en las esquinas. En los escaparates vacíos. En los que pone se vende, o se traspasa, o se alquila. En una tienda de bicis desmontada, por ejemplo. En la plaza de Colón, sin ir más lejos. Cabello se ha ido a las afueras de la ciudad y lo que parece es que ha dejado huérfanos a los niños de media Córdoba. Y a los adultos. Lo que parece es que se ha mudado de planeta y nos ha abandonado aquí a todos sin ni siquiera despedirse. Sí, habrá bullicio infantil allí donde ha ido a instalarse; habrá chavales que acaben del tenis o del pádel y que se paren con sus padres o con sus madres delante de las cristaleras atestadas de dos ruedas, primero un modelo de ciclismo con la técnica tubular aplicada a sus dos elementos principales y más allá otro de montaña con cambios electrónicos; y habrá abuelos que salgan y entren de la tienda, que tanteen primero los precios y las posibilidades de su pensión y que al final acaben cayendo en la dulce trampa emocional de regalarles a sus nietos el primer vehículo con el que se van a desplazar por sí solos por el mundo sin poner la planta de los zapatos sobre el pavimento. Un hombre que pone un pie en el tramo postrero de su vida y que ilumina la mañana de Reyes Magos del hijo de su hijo con una bicicleta está tratando de decirle al destino que la juventud aún le pertenece, al menos en la medida en la que es capaz de dejársela a su prole como modesta herencia.
Y ahora ha de irse al extrarradio a cumplir con el ritual de la Epifanía. Hay cosas a las que no hay derecho. Que no entienden de los vaivenes de las rentas de los locales comerciales ni de los intereses estratégicos de los dueños de los negocios. No, no se trata de discutir aquí las decisiones de las empresas. No es eso. Ni mucho menos. Lo que uno reivindica, lo que añora, lo que llora calladamente en los paseos nocturnos es esa cierta memoria sentimental de los escaparates que le hace a uno la vida un poco más llevadera. Más amable. Más cálida y más humana. Porque las aceras son una cosa aburrida, rutinaria y gris las más de las veces y el consuelo del viandante ensimismado está con frecuencia en los expositores que reparan el ánimo.
En la última época de ciclos Cabello en Colón había en el escaparate una réplica -o quizás un ejemplar original- de la bici que utilizó en tiempos el Ejército de Tierra para sus enlaces de campaña. Cuadro verde oliva. Cestas laterales de cuero. Un faro cilíndrico en el frontal. Guardabarros de metal. Más de una vez he visto a potenciales clientes o a simples curiosos darse educados codazos para conseguir el mejor ángulo desde el exterior de la tienda. Se hacían sitio, se cruzaban de brazos y quedaban allí un rato mirando como quien admira un prodigio de coleccionable. Solía ser de noche entonces. El comercio estaba ya cerrado. Las luces tras las cristaleras eran mínimas. Pero desde hace unos meses todo está oscuro. Pone se traspasa. Y de noche en noche hay más de un viandante que fuerza la mano en forma de visera y sigue buscando esa bici verde en la tienda vacía.