Patrimonio

Las Ermitas, donde Córdoba acaricia el cielo

El Desierto de Nuestra Señora de Belén fascina a la ciudad desde el siglo XIX y tras la marcha de los eremitas la sociedad se ha volcado en su recuperación

Las Ermitas de Córdoba, nuevo monumento catalogado como Bien de Interés Cultural (BIC)

Las Ermitas de Córdoba se afianza como un imán para atraer visitantes

Entrada a una de las ermitas de Córdoba Valerio Merino
Luis Miranda

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Muchas veces hablaba Pablo García Baena y parecía tomar la voz y el sentir de casi todos los cordobeses cuando tenía que describir algo que formaba parte de la misma esencia de su ciudad. Lo hizo con las Ermitas : «Conmigo vienen aquellos días de la infancia en que subíamos con familiares o compañeros de colegio, al aire limpio, a las aguas de fuentes abruptas, a los altos peñascales del lentisco y la aulaga. Allí esperaba silenciosa, bajo el atrio de arcos encalados, la soledad, la dama de los solitarios, la sola felicidad».

Pablo fue niño en la década de 1920 y de 1930 , cuando aquel paraje que se asomaba como en un balcón a Córdoba empezaba a cambiar. No era todavía, como hoy, un lugar de peregrinación religiosa , social, cultural y hasta deportiva, pero hacía mucho tiempo que se miraba allí con fascinación.

En Córdoba hubo ermitaños desde los primeros tiempos de la cristiandad , quizá por inspiración del obispo Osio . En el siglo IX, lo cuenta San Eulogio, llevaban vida de anacoreta quienes huían de la persecución musulmana.

Volvieron en el siglo XV, pero el Desierto de Nuestra Señora de Belén tal y como lo concieron tantas generaciones llegó en 1703, cuando el Ayuntamiento les cedió la cumbre del Cerro de la Cárcel para que se estableciesen los anacoretas que desde 1613 formaban la Congregación de San Pablo primer ermitaño y San Antonio Abad.

Hasta 1929 las visitas sólo podían ser con permiso; la llegada del monumento al Sagrado Corazón aumentó la llegada de viajeros

El conjunto que ahora la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía ha inscrito como Bien de Interés Cultural con la categoría de monumento comenzó entonces a ser un lugar que fascinaba a los cordobeses, aunque en muchos momentos apenas se podía conocer.

Fotografía antigua de un ermitaño ABC

Sí, había una misa en la iglesia los domingos, pero conforme terminaba, los mismos que habían subido bajaban por el camino de los cipreses para bajar por la Cuesta del Reventón . Nadie se podía acercar a los ermitaños ni conocer de cerca su modo de vida. La fascinación aumentó con el romanticismo y su espíritu.

El poeta Antonio Fernández Grilo (1845-1906) dedicó un poema muy conocido sobre todo por su parte final: «La vista arrebatada / vuela en su anhelo / del llano a las ermitas, / de ellas al cielo. / Allí olvidan las almas / sus desengaños; / allí cantan y rezan / los ermitaños. / ¡Muy alta está la cumbre, / la cruz muy alta! / ¡Para llegar al cielo / cuán poco falta!».

Lo cuenta Pedro Jesús Muñoz de Córdoba , secretario de la Asociación de Amigos de las Ermitas y autor de varios libros sobre quienes llevaban esta vida de sacrificio, penitencia y oración. «Para acceder al interior o al cementerio necesitaban un permiso del obispo», cuenta.

Desde el siglo XIX hubo escritores que se refirieron al conjunto y hasta allí subieron el rey Alfonso XIII y la infanta Isabel. El monarca lo hizo en 1904 y de la leyenda de que un caballo cayó exhausto, o de que se rompió una de las cinchas, queda el nombre de Cuesta del Reventón, hoy muy utilizada por todos los que suben a pie .

Hasta entonces quienes más llegaban hasta las ermitas eran los pobres, en busca de comida. Los ermitaños les solían repartir un guiso con habas , que ahora la asociación de amigos recuerda con una fiesta anual en el domingo posterior al de Resurrección .

El resto era soledad y silencio , como vuelve a contar Pablo García Baena: «Ermitas de San Pedro, de la Magadalena, de San Bartolomé, del Calvario. Blancor desde las espadañas, desde donde los campanillos con sus 253 tañidos diarios regían la vida monástica de rezos, penitencias, meditaciones y también las horas del descanso y de la labor, del alimento terrenal: el cuenco de cuaresma perpetua, la alcuza del aceite, el pan bazo, el cántaro de agua (...). El libro, la cruz, la calavera, el rosario eran el ajuar de las celdas, modestas arras de unas nupcias para la eternidad».

También Antonio Gala escribió sobre ellas: «Las Ermitas cerraron el horizonte físico de mi niñez. Fueron lo alto, lo blanco y lo lejano. No son pues, olvidables por mí».

No era extraño, continúa Pedro Jesús Muñoz de Córdoba, porque la vida de los ermitaños era necesariamente apartada del mundo . El cambio llegó en 1929, cuando el obispo Adolfo Pérez Muñoz , por inspiración del Papa Pío XI, promovió el monumento al Sagrado Corazón de Jesús .

Monumento al Sagrado Corazón de Jesús en las Ermitas de Córdoba Valerio Merino

El 24 de octubre de aquel año las campanas de la ciudad empezaron a tocar a las 5.30 de la mañana y los cordobeses subieron en masa hasta las Ermitas, casi siempre a pie. Hasta 25.000 personas, un tercio de la población de entonces. Quizá fue la toma de posesión de aquel lugar a la espera de lo que tenía que pasar después.

Desde entonces las puertas debían permanecer abierta para llegar hasta la estatua que había labrado Lorenzo Collaut . Era su momento de éxito, pero también poco compatible con la vida eremítica.

En 1957 los últimos ermitaños se marcharon y un año antes había pasado por allí José María Pemán , que dejó su literatura a vuelapluma en el libro de visitas: «Si están con la cruz bendita, la belleza y la verdad, por qué llaman soledad a la soledad de las Ermitas».

Para el conjunto llegó un momento de decadencia, pero la ciudad acudió en su ayuda a través de la Asociación de Amigos de las Ermitas , que hoy tiene 1.500 socios , más que la mayoría de las cofradías e instituciones civiles de la ciudad.

Pablo García Baena, José María Pemán y Antonio Gala han dejado escrita su fascinación y recuerdos por el lugar

Lo cuenta su presidente, Juan Manuel Fernández : «En 1983, cuando comenzamos, se había perdido uno de los edificios, pero se consiguió recuperar la iglesia y poco a poco todas las ermitas, que estaban en ruinas se reconstruyeron. Cuarenta años después sólo queda por restaurar la de San Matías que se hará ahora con ayuda del Ayuntamiento».

El monumento al Sagrado Corazón sufrió dos rayos, pero siempre consiguió resucitar y en su noventa aniversario, con el apoyo del obispo, Demetrio Fernández, se consolidaron las peregrinaciones . La asociación preserva también el archivo de los ermitaños .

Cientos de personas suben a las Ermitas cada fin de semana, en parte por el atractivo social y cultural , en parte también por el espiritual. «Muchos de los estudiantes de Erasmus lo hacen y disfrutan del paisaje con mucha paz», cuenta Juan Manuel Fernández.

Interior de la iglesia de Nuestra Señora de Belén Valerio Merino

Y muchos movimientos cristianos no dejan de mirar a las Ermitas: «Apostolado de la Oración, Amigos de las Ermitas, Guardia de honor, Apostolado del Sagrado Corazón de Regnum Christi, Emaús... Nada es casualidad». Otros lo hacen por el placer del contacto con la naturaleza y el ejercicio, y hasta ahí una carrera exitosa: la Subida a las Ermitas, con más de 13 kilómetros muy duros y la participación de 400 personas. En Córdoba, la ciudad que toca el cielo en las Ermitas, muchos miran antes de dormir al punto iluminado del Sagrado Corazón.

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