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Epidemias a la luz de la historia

La novedad frente a otras epidemias es que nos creíamos inmunes a los golpes del destino

Dos personas con mascarilla en la Gran Gripe de 1918 Archivo de ABC
Juan José Primo Jurado

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En la Colegiata de San Hipólito de Córdoba están junto al presbiterio las tumbas de dos reyes de Castilla y León , Fernando IV y su hijo Alfonso XI. El privilegio de que Córdoba conserve sus restos no es casual: Córdoba era la capital de la frontera y Alfonso XI ordenó erigir aquí dicho templo para conmemorar su victoria en el Salado (1340) contra los benimerines, la última batalla campal de la Reconquista. Padre e hijo reposaron en la Capilla Real de la Mezquita-Catedral hasta ser trasladados a su definitivo panteón, como era deseo de Alfonso el Onceno. El motivo de su prematura muerte, en 1350, durante el asedio a Gibraltar, fue la peste, la epidemia de la Peste Negra.

Ni los reyes se libraban de la peste , la pandemia que asoló Europa entre 1347 y 1353, que igualó a ricos y plebeyos y que inspiraría la película «El séptimo sello» de Ingmar Bergman, donde un caballero juega al ajedrez contra la Muerte: «Mi vida ha sido algo completamente vacío, sin sentido. He cazado, he viajado, he convivido con todo el mundo. Pero todo ha sido inútil… Lo digo sin vergüenza y sin remordimiento, porque sé que la vida de los hombres está hecha así. Es por eso por lo que deseo jugar contra la Muerte y aplazar mi destino, para realizar un único acto que tenga algún significado».

Aquella epidemia acabó con la mitad de la población de Córdoba . En los siguientes siglos se repitieron pestes, consecuencia de la falta de higiene y de la abundancia de ratas, portadoras de esa enfermedad. Entre 1649 y 1650 sucumbieron unas 14.000 personas en el curso de una de esas epidemias. En 1736 fue una de tabardillos la que acabó con unos 15.000 cordobeses. En las páginas de ABC Córdoba evocaba hace poco Manuel Ramos que en 1804 una epidemia de fiebre amarilla en poco más de dos meses liquidó 1.500 vidas en una zona de la Ajerquía que incluso tuvo que ser tapiada. La conocida como Gripe Española, en 1918, fue la última pandemia que había afectado a Córdoba.

No es nuevo para Córdoba, padecer, luchar y superar las epidemias, unos combates contra enemigos invisibles que siempre han conllevado, además de las pérdidas humanas, daños económicos, confinamientos en casas o huidas al campo buscando no contagiarse, crisis políticas, mejoras de los sistemas sanitarios e higiénicos y replanteamientos sobre la vida, de forma colectiva e individual. Quizás la novedad ahora ante el Covid-19 es que nos ha pillado desprevenidos como sociedad , nos creíamos inmunes a los golpes del destino. Tiempo habrá de juzgar al Gobierno, ahora toca seguir luchando hasta que las banderas blancas -antiguamente se colocaban en las casas cuando había pasado la peste- vuelvan, no como signo de rendición sino de victoria. Ahora, como entonces, cuentan también la solidaridad entre todos y los esfuerzos de los que combaten en primera línea. Como escribió Albert Camus en su novela «La peste»: «En los hombres hay más cosas dignas de admiración que de desprecio».

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