Luis Miranda - Verso Suelto
Epidemia envidiada
No sólo está el egoísmo, sino la altivez intelectualoide del que quiere evitar que el viajero admire una ciudad que no es suya
No sólo los golpes de suerte y las parejas atractivas dan envidia: hay quien anhela parecerse a los demás en una enfermedad o en una desgracia. La desventura, vista de cierta forma, tiene muchos más réditos que la bonanza, y si no le da a uno la oportunidad de nadar en la abundancia o de retozar con una belleza, sí al menos proporciona la oportunidad de quejarse y proclamarse víctima . En la política, inventarse desgracias para proclamarse su vencedor ante el pueblo rendido es una técnica tan vieja como el mismo poder, y sirve para obtener armas con que amarrarse al sillón , satisfacer a la clientela o recortar un poco la libertad de los demás. Nada a lo que hagan ascos los socialistas de todos los partidos, que diría el clásico.
Los concejales de Izquierda Unida y Ganemos en el Ayuntamiento de Córdoba han cogido envidia a sus colegas radicales, los que se han subido a los sillones de mando de ciudades grandes , aupados por el voto del miedo y por el error de cálculo de cierto partido que pensaba que le iban a pagar de la misma manera. Si Ada Colau y las Baleares se han echado al monte reaccionario de querer verse libre de visitantes que se dejen el dinero en las tiendas y en los hoteles por encontrar que el turismo se está masificando, la gente de Pedro García y la de Rafael Blázquez , necesario apuntador detrás del telón del teatro, no querían ser menos. Andan igual que los niños que no quieren ir al colegio: calentando el termómetro con la luz del flexo para que parezcan que tienen 39 grados y exagerando los datos de visitas para soñarse víctimas de una epidemia mercantil de gente que viene a admirar la Mezquita-Catedral y a lo peor incluso también se quedan a dormir. Se hacen castillos en el aire con que también podrán limitar el número de hoteles , pondrán números «clausus» a la gente que quiera pasar al bosque de columnas con un informe que dirá que el aliento perjudica a la policromía de los arcos dovelados y cerrarán Medina Azahara para que nadie estropee con vulgar curiosidad su seriedad científica.
No consta que haya aquí gente a la que se le haga la boca agua viendo la «kale borroka» de la CUP y su —Marsé dixit— «roña ideológica» , pero sí que ha calado el discurso llorón de las masas de turistas que desalojan los barrios históricos de vecinos clásicos, como si no hubiera sido antes el éxodo y como si aquellas viejas collaciones por las que jamás pasan los japoneses o los jubilados madrileños no tuvieran también muchas calles desoladas sin olor a puchero y parroquias con más entierros que bautizos desde hace mucho.
Aquí no sólo está el egoísmo del poderoso, el funcionario y el jubilado que tienen el pan en la mesa y les da igual que otro se vaya al paro, sino también la altivez intelectualoide del que quiere evitar que los viajeros admiren una ciudad que no es suya, y por lo tanto disfruten del placer de conocer y sumergirse en lugares distintos, pero a la hora de la verdad no estarían demasiado dispuestos a pasar las vacaciones al sol del Fontanar ni el puente de Todos los Santos tomando café en la Corredera . Lo peor es que todavía serán capaces de argumentar que el suyo es un turismo distinto y superior, de casas rurales, senderismo y camino de Santiago , que es una cosa que va dando grima de tanto ateo como lo hace. A ver si va a ser lo mismo el que va en autobús al acueducto de Segovia que el que se hace fotos con las estatuas de Stalin.