«Así fue Córdoba 2020»

Emilia García, viuda del doctor Manuel Barragán: «Mi marido dejaba huella allá donde iba»

Fue el primer facultativo de Andalucía que murió por coronavirus. «él supo desde el principio que la Covid nos iba a venir larga»

Emilia García (derecha) junto a su hija en un centro de salud de Córdoba Valerio Merino
Rafael Aguilar

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MAnuel Barragán Solís pereció el 25 de marzo por coronavirus : fue el primer trabajador del Servicio Andaluz de Salud (SAS) al que se cobró la enfermedad y la sexta víctima mortal en la provincia. Su fallecimiento causó una honda conmoción en Córdoba, pues en ese momento, con el primer Estado de Alarma recién iniciado, la pandemia estaba empezando a dar la cara y la sociedad no era del todo consciente aún de la gravedad de la situación, del dolor que iba a causar.

Manuel era un médico de pueblo en todo el sentido de la expresión: vocacional, cercano, conversador, sencillo , entregado a en cuerpo y alma a la profesión en la que dio sus primeros pasos en Conquista en los años 80 del siglo pasado. Allí, mientras hacía una sustitución, conoció a Emilia García , una muchacha de la localidad de la que se enamoró. Vivieron un noviazgo feliz, se casaron, tuvieron dos hijos, un chico y una chica. Pasaron los años, él fue cambiando de destinos: del Valle de los Pedroches se trasladó a Posadas, de allí al Barrio del Guadalquivir y luego al Sector Sur y por último al centro de salud de Sagunto , donde prestó sus servicios en los últimos once años y hasta pocas semanas antes de morir.

Emilia tiene 63 años , la misma edad con la que se despidió Manuel, al que han seguido en estos meses tres sanitarios más de Córdoba: una enfermera del centro de especialidades Carlos Castilla del Pino, un doctor de San Juan de Dios y una celadora de Cabra también se han dejado la vida a cuenta del Covid-19. «Cuando empezó a hablarse del coronavirus mi marido ya estaba preocupado. Me dijo una noche que a la consulta no paraba de llegar gente con problemas respiratorios. Tengo grabadas unas palabras suyas: ‘Emilia, esto nos va a venir largo’», recuerda la mujer.

Si la ausencia siempre es difícil de asumir, en este caso el dolor está agravado por las circunstancias del óbito del facultativo. «Le quedaba poco para jubilarse, ya teníamos nuestros planes hechos. Habíamos arreglado la casa de mis padres en Conquista, para poder pasar allí más tiempo . No esperaba que se fuera tan pronto. Ni de esa manera», indica la viuda, consciente del todo de la dimensión que adquirió el fallecimiento de su esposo, en parte porque era amigo del presidente de la Organización Médica Colegial (OMC), el cordobés Serafín Romero y con quien coincidió en Posadas, y del consejero de Salud y Familias de la Junta de Andalucía, Jesús Aguirre. Ambos hicieron públicas sus condolencias y el propio consejero no pudo reprimir las lágrimas en una comparecencia a los pocos días de la muerte del doctor. «Nos llamaron muchas personas a casa dándonos el pésame, algunas de ellas eran autoridades, políticos. Lo agradecemos», apostilla Emilia, que asistió este verano a la rotulación del centro de salud de Sagunto con el nombre de Manuel Barragán Solís por decisión de la Junta de Andalucía.

«Se puso malo, pasó unos días en casa y se lo tuvo que llevar una ambulancia al Reina Sofía cuando empeoró. Lo acompañó mi hija hasta el Hospital, pero no la dejaron entrar . Cuando salió de casa fue la última vez que lo vi. No pude ni ir al entierro. Luego, cuando levantaron las limitaciones, le hicimos una misa de recuerdo. A mí me parece mentira que no esté conmigo. Lo echo siempre de menos», confiesa la mujer. En sus reflexiones no hay rastro de reproche al modo en el que los gestores sanitarios han dirigido el combate contra el coronavirus. «Cómo voy a culpar yo a nadie de lo que sucedió... Si Manolo trabajó sin protección, lo hacían de la misma manera sus compañeros. Lo único es que él tuvo la mala suerte de que le llegó un paciente infectado y se lo pegó, y a otros no le pasó. Nadie tiene la culpa de estas cosas», sostiene.

Han pasado nueve meses desde que Manuel no hace cada día el trayecto desde el que fue su domicilio, en Carlos III, hasta su puesto de trabajo; desde que no ha vuelto a Conquista; desde que falta en su casa. Emilia lleva como puede el mazazo por su muerte repentina e inesperada. Los altibajos de su estado ánimo son el carrusel en el que se persiguen los recuerdos y el dolor, atenuado por la certeza de que su malogrado marido dio la vida haciendo lo que más le gustaba y prestando un servicio impagable a la comunidad. «Donde iba dejaba huella. Así era Manolo».

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