Pasar el rato
La dolorosa
Que las calles que han perdido el nombre se le dediquen a ella. Calle de Isabel Ambrosio I, calle de Isabel Ambrosio II...
Pasamos la vida ocupados en nuestro propio contento, sin reparar en el dolor que habita en la casa de enfrente. Sufre el viejo, llora el niño, se distancian los amantes. Y nosotros, abrazados a nuestro yo mezquino y trivial. Somos frívolos . Somos insensibles. Somos insustanciales. Gente sin corazón . Pasa la tragedia a nuestro lado, y la vemos alejarse, indiferentes, por un largo camino de veladores. Echa vino, montañés.
1970. Madrid . Una ciudad de dos millones de cadáveres. Se trata de un cálculo aproximado de cadáveres, teniendo en cuenta que cuando Dámaso Alonso publicó « Hijos de la ira », en 1944, Madrid era «una ciudad de más de un millón de cadáveres (según las últimas estadísticas)». Un cielo de azul falangista enlutaba la ciudad. Espectros obedientes animaban las calles, uniformados con bolsas de El Corte Inglés . El calor del verano había secado sus lágrimas, y todos parecían tontamente felices. Ardía julio en la Castellana. Aunque casi consumida, la lucecita de El Pardo no se había apagado aún. Y en ese ambiente engañoso, falsamente festivo, los irreflexivos dioses de la izquierda hicieron caer sobre Madrid un clavel socialista cordobés. Caído se le ha un clavel. Era nuestra Isabel , Isabel, morena y cordobesa, «con su mirlo debajo de la piel», con la ele titilando al final del nombre, como una estrellita socialdemócrata. Pero el áspid insidioso del franquismo terminal acechaba entre las flores del libro de familia ambrosiano. Y picóle. Y dejóle un terremoto en la memoria. Día de la caída: 18 de julio. Lugar: Hospital Francisco Franco . Los biógrafos no dicen, por piedad, si el perverso director del hospital hizo sonar durante el parto las notas del « Cara al sol ». Al conocerse la dramática noticia de fecha y centro, se hizo en el socialismo cordobés un silencio de memoria democrática vulnerada. Un silencio apocalíptico, Como de media hora.
Coincidiendo con el último combate librado por el Ayuntamiento de Córdoba contra el general Franco , la alcaldesa decidió aliviar ante el pueblo su alma atormentada. Nuestra Isabel ha confesado que se siente víctima del franquismo por nacer «un 18 de julio en Madrid, en un hospital llamado Francisco Franco». Al general Franco le está pasando como al Cid . No hay manera de olvidarlo, que es una forma de ganar batallas cuarenta y tantos años después de muerto. Cuánto dolor acumulado por la paciente alcaldesa. Y los cordobeses, a lo suyo. Ni el pésame. Gran mujer. La historia le debe una reparación. Si por uno fuera, que las quince calles que han perdido el nombre se le dediquen a ella. Calle de Isabel Ambrosio I, calle de Isabel Ambrosio II, y por ahí seguido, que decía el maestro Umbral , hasta llegar a la calle número quince. Y que se cree una comisión especial -una comisión más, qué importa al mundo- para estudiar el cambio de día y hospital de nacimiento de la alcaldesa. La comisión de la memoria ambrosiana. Si se le puede quitar a la Iglesia católica la Mezquita-Catedral para dársela a Mayor Zaragoza , con más motivo se le pueden cambiar unos datos al Registro Civil . Lo importante es que se sepa quién manda aquí, aunque sea por poco tiempo. Esta tragedia permite entender muchas cosas. Qué menos que la ciudad de Córdoba no haya podido mejorar bajo el mandato de esta dolorosa civil. Bastante mérito tiene que no haya empeorado ella, que se mantiene igual a sí misma. Lo que no debe tomarse necesariamente como un elogio.
Vivió con un terrible secreto , escribirán los historiadores más rigurosos de la comisión. Y sin embargo, sonreía.