Aristóteles Moreno - Perdonen las molestias
Las diputaciones y etcétera
El señor Ruiz no es partidario de liquidarlas, que es como decir que no es favorable a que le rebanen el cuello
TODO el mundo sabe que al partido se le controla desde las diputaciones. Si usted mañana se presenta a secretario general, pongamos por caso, y necesita apoyos para el congreso provincial correspondiente, lo normal es que tenga a los barones apesebrados en la Diputación más cercana. De esa forma, se garantizará su voto y hasta su lealtad mientras dure el grifo presupuestario que riega el territorio de polideportivos y cargos de confianza.
En la Diputación abrevan, por lo general, los alcaldes de la provincia, muchos de ellos, a su vez, secretarios generales de su agrupación. Quiere decirse que estar en posesión de la caja de caudales viene a ser poco más o menos como tenerlos agarrados por salva sea la parte. Hay años incluso en que usted le da la vuelta a la Diputación y empiezan a caer carnés del partido y tráficos de influencia por un tubo.
Hasta antes de ayer, ser secretario general y presidente de la Diputación eran dos caras de la misma moneda. Dos instrumentos para idéntico propósito. Con una mano se convocaba el congreso provincial para revalidar el poder y con la otra se compraban voluntades vía presupuestaria. Una maquinaria formidable que ha funcionado durante años con la precisión de un reloj suizo. Y ahí están las hemerotecas para corroborarlo. El sistema marchó viento en popa hasta que un día el señor Ruiz Almenara decidió disociar el cargo orgánico del público. Por razones inexplicables, renunció a la presidencia de la Diputación provincial en cuanto se hizo cargo de la secretaría general del partido. No estamos a acostumbrados a esto. Nadie renuncia al chiringuito clientelar si no es a punta de pistola. Pero el señor Almenara lo hizo y sentó un precedente que aún no sabríamos calibrar.
Las diputaciones provinciales no son solo un entramado institucional para pagar lealtades políticas y recompensar a grupos de interés. También son instrumento crucial para ofrecer servicios básicos a los municipios pequeños. Naturalmente que sí. Aunque no olviden lo primero. Por esa razón, el principio de acuerdo firmado entre el señor Sánchez y el señor Rivera para liquidar las corporaciones provinciales ha removido las tripas del sistema.
La desaparición de las diputaciones liquidaría el pesebre clientelar y dejaría a miles de correligionarios en la intemperie. ¿Está dispuesto el señor Sánchez a apretar el gatillo? Lo dudamos. Una cosa es firmar una declaración de intenciones y otra muy distinta ejecutarla. Lo primero no cuesta trabajo. Lo segundo te podría costar el puesto. Y no es exactamente lo mismo.
El simple anuncio ya ha provocado un terremoto de fuerza 9 en la escala Richter. Fíjense, por ejemplo, en las declaraciones del señor Ruiz, presidente de la Diputación provincial y secretario de Organización del partido correspondiente. El señor Ruiz ha afirmado que no es partidario de la eliminación de las diputaciones, que es como decir, poco más o menos, que no es favorable a que le rebanen el cuello. En este caso, como en otros muchos, no es posible separar el concepto del contexto. Es decir: cuando el señor Ruiz defiende las diputaciones está defendiendo, de alguna manera, su propia supervivencia.
Observen, si no, su propio currículo político. Asesor de la Diputación entre 2003 y 2007; diputado provincial entre 2007 y 2011; portavoz de su grupo entre 2011 y 2015; y secretario de Organización desde 2012. Como ven, todo el paquete completo. Así que no más preguntas, señoría.