OPINIÓN
Diario de a bordo
¿Cómo se comporta un conjunto de seres humanos sometidos a una situación extrema? No tienen por qué responderme
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DÍA 18 de travesía. Vientos huracanados siguen embistiendo al barco en medio de un mar ingobernable y tempestuoso como nunca se ha visto. La violencia del oleaje ha reventado la borda en su costado izquierdo. El agua barre la cubierta con una fuerza descomunal. La quilla cruje como un animal herido. El mástil yace, arrancado de cuajo, sobre el puente de mando. Los heridos se cuentan por decenas. El cielo vomita incertidumbre . La nave surca errática el océano embravecido en busca de un puerto seguro.
El contramaestre reprende desquiciado al patrón. El patrón, al sobrecargo. El sobrecargo, al oficial de máquinas. El oficial de máquinas, al subalterno. El subalterno, al piloto. El piloto, al capitán. El capitán, al contramaestre. Y así sucesivamente en una espiral interminable de reproches oceánicos en medio de la inmensidad. Todos se acusan a todos del implacable ciclón que azota sin piedad a este frágil cascarón al borde del naufragio.
¿Se puede prever lo que nunca ha sucedido? Parece que sí. El subalterno culpa al piloto a voz en grito de no haber ponderado adecuadamente las previsiones meteorológicas, que anunciaban temporal. «Temporal pero no huracán», puntualiza el piloto al tiempo que una ola engulle la barandilla de estribor. El sobrecargo, mientras tanto, achaca al patrón no haber reforzado el casco del barco ni aprovisionado la bodega con víveres suficientes para una travesía de larga duración.
La tempestad arrecia. La hélice acaba de atascarse por la furia inusitada del piélago. Los motores se detienen. ¿La tripulación es consciente del instante dramático que afronta? ¿Saben que la vida de cada uno depende de la vida de todos? No estamos seguro de ello. El maestre pierde la compostura y ataca sin compasión al capitán. «No tiene usted ni puta idea de navegación. Mejor haríamos si lo tiráramos por la borda, agrega encendido como una brasa».
Entonces llega lo mejor. Los marineros se amotinan. Una ola ciclópea se ha tragado los impermeables. Se ha zampado las botas de agua. Ha barrido los instrumentos de viaje. «¿Qué diablos es esto?», clama el comité de empresa atrincherado en los camarotes. «¿No han leído la normativa de riesgos laborales?» Cáspitas. Las denuncias vuelan por la cubierta. El capitán demanda al maestre. El maestre, al subalterno. El subalterno, al patrón. El patrón, al piloto. El piloto, al oficial de máquinas. Y así sucesivamente mientras la noche cae como una losa sobre un barco desnortado en busca de puerto seguro.
¿Cómo se comporta un conjunto de seres humanos sometidos a una situación extrema? No se preocupen. No tienen por qué responderme ahora. Lo cierto es que en este preciso instante hay más ruido en el interior de la nave que el producido por el formidable huracán que no deja de sacudir violentamente el planeta. Todo el planeta , queremos decir.
Lo cual, dicho sea de paso, no es óbice para que el contramaestre se entretenga en señalar airadamente los errores del patrón. El patrón, los del capitán. El capitán, los del piloto. El piloto, los del sobrecargo. El sobrecargo, los del subalterno. Y el subalterno, los de los marineros, que a estas alturas de la película presentan signos claros de fatiga y abatimiento. Con este panorama de actualidad, se hace difícil pensar que el barco pueda alcanzar puerto seguro.
¿Ustedes qué creen?