Rafael Aguilar - EL NORTE DEL SUR

Despertares

Apenas ha amanecido y ya es una certeza que no hay ni habrá gente más feliz sobre este mundo

Los he visto alejarse desde la ventana y por la avenida a la que da mi casa. Discretos como ellos son, uno blanco, otro pardo, el tercero negro . No he escuchado más música de la que quizás necesiten para cumplir con su cometido, no he visto a más acompañantes ni más séquito del que precisan, por momentos la comitiva me ha parecido seca , triste sería capaz de decir o de escribir, pero luego he pensado que estaba equivocado, sobre todo cuando la quietud, el silencio de la acera a la que da el balcón junto a la que escribo ahora, ya de madrugada, ha estallado en el ruido de las familias y de los grupos de amigos que venían de saludarlos. Llegaban todos al bar de la esquina con bolsas llenas de caramelos y con sonrisas. Andaban animosos, despreocupados, libres en sus días de fiesta, con la certeza de estar viviendo algo único por más que supieran que dentro de un año todo va a volver a suceder. El televisor y la radio daban las noticias del día, hacían conexiones en directo, los periodistas se satisfacían de que la fiesta había acabado en paz, y ellos tres se habían perdido ya en Fuente de Canaletas .

Sé que cada uno tenía un nombre y un apellido. Sé quién es cada cual: los niños les llamaban Melchor, Gaspar y Baltasar , les gritaban para que les dieran caramelos, estuches de lápices de colores, pero detrás de cada careta se escondía una ciudadana anónima de San Pedro , un exlíder del movimiento ciudadano, un peñista de apellido redondo. Sé que todo ha sido un espectáculo, una puesta en escena, una mentira que todo el mundo se quiere creer y no hay quien no la alimente. Quién no lo sabe. Y quién no quiere creérselo. La noche se apaga en la ceniza y en los vasos que se consumen, en las sobras de las viandas compartidas. Sé que es tarde. Sé que ya se han quitado sus vestidos y sus barbas postizas, me atrevo a decir que sus disfraces. Sé que todo esto es ya pasado . Apenas hay ya luces encendidas en las ventanas de la avenida por las que hace nada se han asomado abuelas con sus nietos en brazos, padres primerizos, cuñados bien avenidos, vecinos de planta. Se ha hecho el silencio en un instante: no hay noche en la que el tránsito entre las tareas cotidianas y la paz del descanso sea más abrupto y menos discutido. La casa se queda en calma de repente : en los pasillos oscuros habitan los sueños, tanto como en el ruido de fondo de los altillos, de los papeles que se desenvuelven y de la s idas y venidas a los trasteros o a la cochera de los bajos. Tampoco hay solución de continuidad en el despertar: nunca madrugar fue tan placentero. De repente sobran las sábanas y los edredones , todo son carreras, afanes por explorar los tesoros escondidos debajo de la mesa camilla, detrás del juego de sofá, tras la puerta de la casa del vecino del quinto o del primo segundo. Apenas ha amanecido y ya hay una legión de niños que toma los salones de estar, los parques, las avenidas. No hay ni habrá gente más feliz sobre este mundo.

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