VERSO SUELTO

Desarraigos

Los hombres no están fijos al suelo: el año pasado más de 2.700 cordobeses jóvenes dejaron Córdoba para comerse la vida

Viajeros en la estación del AVE en Córdoba ROLDÁN SERRANO
Luis Miranda

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Desarraigo es una palabra que sólo se salva por ser eufónica. Para lo demás es imprecisa y algo mentirosa; una ruina como metáfora , porque para serlo necesita ser exacta, igual que una fórmula matemática . Como aquella burbuja inmobiliaria que se tenía que pinchar gradualmente, sin que nadie cayera en la cuenta de que ninguna pompa de jabón se deshinchaba como una rueda a la que se le ha clavado un cristal, el desarraigo es una palabra poética que habla de quienes tienen que marcharse de su lugar. Se les compara con los árboles y las plantas que se arrancan de una tierra para plantarse en otra, pero quienes la emplean se olvidan de que casi siempre estos seres siguen vivos y florecen si el lugar tiene más espacio y mejor luz.

El desarraigo del hombre es en realidad un delirio porque no tiene raíces y se puede mover por sí mismo. Si las tuviera, aunque fuera en lo simbólico, no habría sido el agente transformador (para bien algunas veces) del mundo en que creció, no se habría establecido en tierras nuevas ni habría hecho moverse con él a los animales y árboles. El año pasado más de 2.700 cordobeses de entre 25 y 39 años dejaron la ciudad para trabajar sin desmayo donde los dejasen porque estaban, y están, en la edad para comerse la vida.

Hace un par de años había algunos partidos que querían meterse votos en su urna a costa de hacer demagogia con aquellos que tenían que dejar las ciudades en que habían crecido para trabajar en otros sitios. Para los políticos el desarraigo sí era exacto, porque trataban a las personas como a olivos fundidos con la tierra, que no tienen más labor que dar fruto sin reparar en heladas, tormentas de sol y granizos. Las plantas no pueden elegir entre un sitio y otro: si el sustrato no es el apropiado o les da demasiada luz, si sus dueños las abandonan, terminan por hacerse esqueletos tristes; en el hombre y en la mujer está la esencia de la superación y de buscar los sitios en que habrá labores en que ocupar las manos y la cabeza.

Al viajar, aquel que llaman desarraigado encontrará que el lugar en que ha podido trabajar no es el suyo ni están sus recuerdos, pero será capaz de no sobrevalorar la nostalgia , que está llena de trampas y mentiras. Sabrá que el pan de su vieja esquina es más amargo si hubo otro que le regaló la moneda para comprarlo y caerá en la cuenta de que su calle de siempre no es la cama acogedora de la infancia, sino una cárcel de angustia cuando no haya un lugar al que caminar para buscarse la vida todas las mañanas. No recorrerá la tierra que pisaron sus padres y los echará de menos, pero aprenderá que no es mala aquella en la que florecen las oportunidades de hacerse una trayectoria profesional con horizonte y en las que el esfuerzo y el compromiso no sean cualidades sospechosas.

Los efímeros retornos son el mejor antídoto contra las triquiñuelas de la añoranza, porque el recuerdo podrá pintar cuadros de sonrisas, pero el terreno cambia o, lo que es peor, no cambia en absoluto como sí ha evolucionado el que se ha tenido que marchar. Los que se van al menos tendrán más vista que aquellos que se marchaban de la España pobre de los años 50 y 60, se fajaban en las ciudades prósperas y mucho más cómodas del centro de Europa y luego volvían para servir carajillos a los mismos que no habían sido capaces de sacar adelante a sus pueblos, agarrados como troncos sin vida a una tierra de la que sacaron poco.

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