ENTREVISTA
Demetrio Fernández: «A ver si espabilamos y los barrios más pobres dejan de estar en Córdoba»
Cumple diez años al frente de la Diócesis convencido de que el envite para reclamar el templo persistirá y confiado en que la ciudad sortee la polémica para convertirse «en un lugar de encuentro»
CITA un salmo para afirmarse en que estos diez años en la Silla de Osio se le han hecho cortos, muy cortos. «Enséñame a calcular mis años para que adquiera un corazón sensato. Porque la vida del hombre en la Tierra dura setenta años y la del más más robusto ochenta, y la mayor parte es fatiga inútil». Monseñor Fernández tiene setenta años y siente que le queda mucho por delante.
—Hace justo una década, cuando estaba a punto de tomar posesión como obispo, usted declaró a ABC Córdoba en una entrevista en Madrid que monseñor Asenjo, su predecesor, le había dicho que se iba a hacer cargo de una diócesis «llena de vitalidad». Lo ha comprobado, ¿no?
—Sí, sí. Ésta es una Diócesis de las más vivas de España, por tanto una de las mejores. Mis antecesores, tanto Juan José Asenjo como Javier Martínez, me han insistido mucho estos años en que el tiempo que pasaron en Córdoba ha sido el más bonito de su vida. Y yo lo digo también de mí. Ellos estuvieron siete años cada uno como obispos de Córdoba y yo llevo diez , y espero, por la gracia de Dios, estar hasta el final.
—Le habrán preguntado muchas veces con qué se queda de esta década. ¿Qué le ha llenado más desde el punto de vista espiritual y también desde el de la gestión?
—Para una persona como yo, que ha entregado su vida a Dios y a la Iglesia, lo más bonito que le puede pasar es ver que la Iglesia es eso, bonita. A veces, la imagen que da la Iglesia es lo que sale afuera, que son los pecados de sus hijos, entre los cuales me cuento, y sin embargo no se fija uno en la belleza que a veces también destella en las actividad litúrgicas, por ejemplo, o en las obras de caridad. Yo insistiría: qué bonita es la Iglesia . Tenía pensado desde niño entregar mi vida a la Iglesia, al Señor, y muchas veces le digo: 'Señor, no me has defraudado'. Porque, además esta empresa humana es lo más bonito que yo podía imaginar en toda mi vida. He disfrutado de cosas maravillosas, como la sencillez de acompañar a una ancianita a su casa, que le llevas la Comunión en una visita pastoral y ves la alegría con la que recibe al obispo en su casa y llora de la emoción... eso es lo más grande aunque no salga en los medios, es un momento de mucho gozo. He vivido cientos de momentos así en pueblos de la Diócesis, porque en todos ellos la presencia del obispo ha supuesto una gran alegría. La primera visita pastoral me llevó siete años y ahora llevo tres con la segunda vuelta.
![Monseñor Fernández, en un balcón del Palacio Episcopal](https://s3.abcstatics.com/media/andalucia/2020/03/01/s/obispo-recurso-noticiauno-kfbD--510x349@abc.jpg)
—La Iglesia de hace diez años es diferente a la actual. El Papa que le nombró, Benedicto XVI, ha sido sucedido por Francisco, por ejemplo. ¿Cómo ha vivido usted esa evolución? ¿En qué ha influido en su dirección de la Diócesis?
—Yo pienso que la Iglesia en cada época tiene sus crisis. Vivimos una larga crisis ya: se trata de un cambio de época, pero se trata de una crisis para crecer, para mejorar, aunque tenga sus momentos de incomprensión, sus oscuridades, sus defectos. Al mismo tiempo estamos inmersos en un tiempo de gracia inmensa tras el Concilio , donde la Iglesia ha recibido un impulso del que todavía vive y vivirá probablemente todo el siglo XXI: hablo del impulso enorme de ponerse a la escucha del hombre contemporáneo y poder atender sus peticiones, sus gozos, sus esperanzas, sus dolores y sus tristezas. La Iglesia no es un ente abstracto y ajeno al hombre sino que está inmersa de lleno en la Tierra, como hizo su fundador viniendo del cielo. Lo que hace la Iglesia es prolongar la presencia de Jesucristo para transformar el mundo, para hacer una civilización nueva, que es la civilización del amor. Así se rejuvenece la Iglesia. Llegué a Córdoba enviado por el Papa Benedicto XVI, que es el colmo de la ternura y de la delicadeza, y después aquí tuve que anuncia la elección del Papa Francisco , con el cual tenemos una muy fácil comunicación, porque es muy comunicativo, y además el español lo facilita todo. He tratado mucho con el Papa Francisco en estos ocho años que lleva. La Iglesia siempre está sometida a los cambios humanos pero no olvida su mensaje de llevar la alegría, la salvación al hombre de hoy.
«No podemos resignarnos a que los barrios más pobres de España estén en Córdoba»
—Córdoba es también hoy una ciudad distinta a la que usted arribó. ¿Cómo ha percibido ese cambio?
—Yo he conocido a cuatro alcaldes en estos diez años y por lo común he tenido con todos una relación cordial y afectuosa. Córdoba se pone cada vez más a la altura de lo que es: yo les digo a las autoridades y a las personas que nos gobiernan que esta ciudad tiene un potencial inmenso, que en parte está descubierto y puesto en valor pero en parte no. A mí me parece que su posición estratégica y su riqueza histórica y patrimonial, su gente o su gastronomía han ido creciendo durante esta última década, pero le queda mucho por crecer, y creo que las autoridades están en ello. En alguna ocasión les he recordado a los gobernantes que no podemos resignarnos a que los barrios más pobres de España estén en Córdoba : esto es así y quizás no sea culpa de nadie, pero será nuestra responsabilidad si continua así dentro de veinte años; habrá que hacer algo para evitar este tipo de situaciones que son extremas y reducidas pero que existen: a ver si nos espabilamos y hacemos algo por la gente que sufre esa pobreza.
—¿Cómo son sus relaciones con el alcalde, José María Bellido?
—Buenas, claro. Me he entrevistado con todos los alcaldes. Primero con Andrés Ocaña , del que guardo un bonito recuerdo. Con José Antonio Nieto también tuve muy buena relación. Después vino Isabel Ambrosio : personalmente con ella me he llevado muy bien, nos hemos saludado muy amablemente en las reuniones en las que coincidimos, solo que ella tenía como un veto conmigo que tenía que cumplir, porque si no peligraba su cargo de alcaldesa: tenía la orden de no recibir al obispo en el Ayuntamiento .
—¿Un veto de quién?
—No lo sé. Lo que es verdad es que ella no me recibió cumpliendo con unas capitulaciones que había firmado.
—Más allá del terreno personal, sus relaciones con Isabel Ambrosio fueron tensas, sobre todo a cuenta de la titularidad de la Mezquita-Catedral.
—Ya, pero es que ella seguía lo que estaba en ese momento en el ambiente, que era una reivindicación que no tiene recorrido jurídico real, tiene recorrido mediático.
—Cuando usted llegó a la Diócesis la gran polémica en torno a la Mezquita-Catedral era la demanda del rezo compartido, que luego quedó en un segundo plano por el debate sobre la propiedad del monumento.
—Desde el primer momento dejé claro que el rezo compartido no era posible, ni por parte de quien lo pedía ni por parte nuestra. Todo venía porque Mansur Escudero se había puesto en la puerta del templo con unas alfombras y los medios lo convirtieron en una noticia mundial . Compartir, compartir, compartir... comparta usted. Nosotros compartimos todo lo que haya que compartir, pero hay cosas que no se comparten. Así lo dije en alguna entrevista y detuve la polémica. El que pide compartir es que no ha rezado nunca, porque la oración es algo muy íntimo y lo mejor es «cada uno en su casa y Dios en la de todos»: los musulmanes a orar a Dios en sus mezquitas y nosotros en nuestras iglesias. La Mezquita de Córdoba fue construida por los musulmanes y es una joya de su patrimonio, que luego se ha enriquecido por otras aportaciones y desde hace ocho siglos es su templo cristiano: Fernando III entró en él después de que fuera consagrada catedral el 29 de junio de 1236 ; ya ha llovido a pesar de la sequía y ya ha pasado agua por el Guadalquivir como para volver ahora al tema de la propiedad. Mire, hay u n documento del rey Fernando III el Santo dado al obispo y al Cabildo; y hay una posesión quieta y pacífica durante ocho siglos, y si la ley pone que con treinta años ya te dan la propiedad, con ocho siglos no sé qué te darán. Y luego han querido manipular el tema de la inmatriculación.
«Compartir... Hay cosas que no se comparten. Cada uno en su casa y Dios en la de todos»
—¿En qué sentido?
—En el de que no añade nada a la propiedad: hace público algo que ya era conocido. Es una manipulación decir que la Iglesia se ha quedado con la Mezquita por treinta euros, porque el registrador me dijo a mí que lo había hecho gratis. Esto suena a Judas , que vendió a Jesús por treinta monedas. Mire, el culto no lo vamos a compartir porque no se puede, la propiedad está claro que es de la Iglesia, pero nos quedan más batallas.
—¿Cuáles?
—La que va a pedir que dejemos meter la mano en la caja, ¿entiende? Eso es lo que viene.
—¿Y teme que el nuevo Gobierno central sea beligerante en este asunto?
—No sé si será el Gobierno central o de dónde vendrá. Esas batallas se darán y mi posición será clara: que cada propietario administre lo suyo. Que la Junta administre Medina Azahara , por ejemplo, y que la Catedral la administre la Iglesia, que además la administra bien. Hay un bien hacer del Cabildo desde el punto de vista cultural, desde el punto de vista de obras sociales y caritativas... Y siempre hay obras en marcha: ahora están con el mihrab; todo eso cuesta dinero y ahí no recibimos nada, y como dicen que la Catedral tiene dinero... Bueno, sí que lo tiene: lo que le dan por los ingresos del turismo.
«He mandado a uno de mis mejores sacerdotes a estudiar el Islam, para relacionarnos con ellos»
—Cómo ha vivido usted durante esta década que la Mezquita-Catedral siga siendo un icono de referencia para el mundo islámico.
—Yo he tenido relación con los musulmanes, con muchos y algunos muy buenos amigos. A mí no me parece extraño que en su historia y en su cultura tengan por emblema la Mezquita-Catedral . Tampoco me extraña que se sorprendan y que se emocionen cuando entran en nuestro templo: nos pasa a nosotros lo mismo cuando vamos a Santa Sofía. El reconocimiento del valor histórico o patrimonial de un edificio no tiene por qué llevar a reivindicaciones ideológicas o mediáticas. Mire, cuando vienen aquí musulmanes los acogemos y los acompañamos en la visita al templo: yo he visto cómo lloran de la emoción al entrar en un lugar así. Creo, sinceramente, que Córdoba está llamada a ser un lugar de encuentro. Yo he mandado a un sacerdote, a uno de los mejores, a que estudie a fondo el Islam. ¿Por qué?Porque tenemos que relacionarnos con ellos, quizá no en Córdoba, que también, sino en el mundo entero. Si no fuera por todas estas marejadas Córdoba debería ser un lugar de encuentro que le corresponde.
Noticias relacionadas