José Javier Amoros - Pasar el rato
Demasiado amigos
A uno le parece que ser alcaldesa de Córdoba no es más importante que ser Isabel Ambrosio
Si los del gobierno municipal perdemos a Ganemos, ¿qué haremos? Recemos. Esa angustia rimada roe, como un ratoncillo socialdemócrata, el alma civil de la alcaldesa de Córdoba . Año 2015. Terminaba la estación florida del año cordobés. Tres grupos políticos se reunían para hacer el sacrificio de quedarse con la alcaldía: PSOE, IU y Ganemos , que es un verbo derivado de Podemos. Y de comamos hoy y bebamos, que mañana moriremos. Firmaron papeles y se abrazaron.
Era el comienzo de una larga amistad. Hasta que la semana pasada, Ganemos se apartó del camino de la virtud y votó contra las ordenanzas fiscales para 2018, que habían presentado los otros dos abajo firmantes. Qué vergüenza, Ganemos, nuestro socio, nuestro apoyo, nuestro camarada, nuestro amigo. «Tu quoque, Ganemus?». Esta tragedia necesita mucho latín para cantarla como merece. Un gran agravio exige una gran reparación, y la alcaldesa ha pedido al enemigo que le presente una moción de censura. Lo exige.
«Os pido que me censuréis», parece clamar la primera dama con voz vibrante, como en la Convención francesa revolucionaria, el pintor David, en pie sobre el escaño, gritaba a la Cámara: «Pido que me asesinéis». No quiere ser ella quien se elogie, aunque no le faltan motivos. Suena a venganza, es la altiva dignidad premonitoria de Don Mendo: «¡Áspid que en mi pecho roe, / prosigue tu insana roa, / que aunque soy digno de loa, / no he de ser yo quien se loe!». Tan gran mujer no puede ser menos que el censurado Rajoy , un ser inferior del que se burla hasta Junqueras . Junqueras, ese individuo con aspecto de presentarse a las reuniones de la Generalitat después de haber despiezado una res en su carnicería del Ensanche. Lo más duro de aceptar, el colmo de la abyección es que Ganemos haya votado lo mismo que el PP. El PP, escoria, desecho, residuo, basura, suma de todos los males sin mezcla de bien alguno. Hay que destruir al PP, ese es el vicio político español más deleitoso. «Delenda est PP», terminan sus discursos los humanistas del gobierno municipal.
Plutarco escribió un pequeño tratado sobre la amistad en el que habla del inconveniente de tener muchos amigos. Ese exceso de afectos debilita la personalidad, que se aparta de su propio caudal y se desagua con poca fuerza en multitud de afluentes y arroyos. Eso mismo puede decirse de la vocación política pactista, la obsesión de comprometerse con todo el mundo por cálculo, por ambición, por necesidad, para conseguir y mantener el poder y sus ventajas. Si del pacto sale beneficiado el pueblo, pues tanto mejor y mira tú qué suerte. Pero no es esa la finalidad del pacto. Plutarco recuerda la máxima de Pitágoras: «Resulta prudente no estrecharle la mano derecha a cualquiera».
La política instrumentaliza la individualidad. Los hombres se diluyen en grupos de influencia, que los protegen y les evitan pensar por cuenta propia, a cambio de ser obedientes. La militancia política corre el riesgo de desembocar en el embobamiento. Tampoco los poderosos están libres de la vulgaridad intelectual, porque ellos no dicen lo que quieren, sino lo que marca el guión, que siempre parece escrito por alguien que aprobó el bachillerato con dos suspensos. El pensamiento necesita soledad, y la política es ruido. ¿Podría estar solo alguien como Rufián? No, y por eso va por la vida acompañado de una impresora y del señor Tardá. Quien piensa de los tres es la impresora. Quizá la política no sea otra cosa que una huida de sí. Aunque a uno le parece que ser alcaldesa de Córdoba no es más importante que ser Isabel Ambrosio.