PERDONEN LAS MOLESTIAS

Delito de verborrea

El error capital del señor Gómez fue su incontinencia verbal. Para navegar en los negocios hay que ser discretos

El exalcalde de Estepona esconducido por la Policía tras su detención por el caso Astapa EFE
Aristóteles Moreno

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A estas alturas de la película, ya sabemos que el error capital del señor Rafael Gómez no fue la vulneración de una decena de preceptos del código penal. Ahí, en ese terreno, rayó la perfección. Que sepamos, incurrió en casi todos los delitos posmodernos que abren los telediarios mientras usted almuerza patatas a lo pobre con huevos estrellados. Resumiendo: fraude fiscal, cohecho, falsedad, estafa, administración desleal, apropiación indebida, etcétera.

El error capital del señor Gómez fue su incontinencia verbal. La primera regla para navegar en el submundo de los negocios es la discreción. La segunda, la reserva. La tercera, la invisibilidad. El constructor de Cañero las incumplió todas. Una detrás de otra y de manera persistente, tenaz y ostentosa. Convirtió sus manejos mercantiles en un escaparate público y se colocó en la diana del circo mediático nuestro de cada día.

El señor Gómez ha sido un hombre de éxito construido a sí mismo. El triunfador emergido de la nada y contra los elementos. La victoria de un desclasado que se rebeló contra su destino y desafió el coto privado del establishment. Quizás, por eso, se lanzó a una carrera desaforada de sobreexposición y excesos. Necesitaba reivindicarse, ser aceptado en los márgenes del sistema, en un intento torpe e innecesario de blanquear su currículo y ennoblecer el barrio que le vio nacer.

Aspiró a convertirse en un referente social. Precisamente él: un iletrado funcional, un deplorable comunicador que transmuta en chirigota todo lo que toca. No hace falta repasar aquí sus providenciales ruedas de prensa, ni sus estrambóticas declaraciones, ni sus delirantes intervenciones en el salón de plenos de aquella aventura municipal sin pies ni cabeza. Quiso ser líder social y acabó siendo víctima propiciatoria del pim pam pum nacional y las revistas de papel cuché.

Su afán de notoriedad lo traicionó. Se abrió en canal y exhibió las vísceras de sus tejemanejes, desde las naves de Colecor a las pijotas fritas, desde la reforma del estadio al pelotazo de la Carrera del Caballo , desde la Operación Malaya a la compra de voluntades a diestro y siniestro. Nada escapó a su verborrea inoportuna, aún incluso cuando sus asesores le prescribieron silencio y retiro salesiano. No hizo caso. Sandokán se sintió una estrella rutilante bajo los focos y no perdió la oportunidad de hundirse un poco más en el fango.

Hasta ahí el estilo Gómez. Antes de ayer supimos que la fiscalía de Málaga pide cuatro años y medio de cárcel para el presidente de Prasa. El ministerio público imputa al señor Romero por el supuesto pago de comisiones al Ayuntamiento de Estepona a cambio de la adquisición de suelo urbanizable para la construcción de 190 viviendas de lujo, locales comerciales, garajes y trasteros. Todo, lógicamente, en primera línea de playa.

Se trata de dos convenios urbanísticos suscritos entre 2001 y 2003. Los años de vino y rosas en la Costa del Sol, cuando se ataban los perros con longaniza y los concejales de Urbanismo brindaban con champán con los promotores inmobiliarios de media España. La fiscalía considera probado que el señor Romero engrasó las negociaciones con dos entregas de 30.000 y 330.000 euros para financiar actividades culturales y gastos de personal. Nada que usted ya no sepa. Un turbio asunto que presuntamente incluía manipulación de tasaciones y distracción de fondos. Un clásico. Sobre el señor Romero gravitan dos supuestos delitos de fraude y falsedad documental castigados con 4 años y medio de prisión. Donde no lo cogerán es en el delito de verborrea. Y oiga, por lo visto, no es lo mismo.

Delito de verborrea

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