Luis Miranda - VERSO SUELTO
Deja en paz a los muertos
El Ayuntamiento piensa en la forma de hacer algo en Regina y no se puede quedar en lo sencillo
![Artesonado y coro del antiguo convento de Regina](https://s1.abcstatics.com/media/andalucia/2017/09/07/s/opinion-miranda-regina-U10189996906nUD--1240x698@abc.jpg)
«DEJA en paz a los muertos». Yo escuché por primera vez la frase en «Novecento», cuando alguien, ya al final del largo metraje de la mítica película, anunciaba el regreso de Olmo a un pueblo italiano. «Deja en paz a los muertos», decía una anciana, incrédula, que pensaba que el personaje al que ponía piel GerardDepardieu había caído en la II Guerra Mundial. Luego la escuché por boca de otras personas, igual o variada — «Deja en paz a los vivos»— pero nunca supe si lo tomaron de aquella escena final o si ya era una idea que circulaba y se repetía con su sabia verdad de no querer alterar lo sentenciado por la naturaleza.
Olmo, con cuyo nombre castigaron a sus hijos no pocos padres comunistas desde 1976, volvió y tuvo tiempo para tomar parte en aquel entierro de partisanos asesinados por los fascistas — «¡Despertad, despertad!»— que termina con el anuncio de la derrota final de Hitler y Mussolini, pero la vida no suele ser tan dulce como la épica retratada con Bertolucci con mano hipnótica. Habría que pedir muchas veces que se deje en paz a los muertos cuando alguien con responsabilidad y mando en el presupuesto intenta rescatar del tiempo aquello que ya dejó de existir, cuando el nostálgico o el que se niega a creer que el mundo ha cambiado quieren reverdecer las glorias del pasado sin pensar en que no habrá tierra para sembrar los esquejes ni ya caerá la lluvia que antes lo alimentó. La muerte se manifiesta como un golpe, pero tiene la atroz virtud de ser inequívoca y objetiva. Todo termina. Cuando se trata de realidades que nunca tuvieron pulso en las venas ni se pudieron medir con los sentidos, el duelo es más complicado.
«Deja en paz a los muertos» se puede decir ahora que el Ayuntamiento de Córdoba amenaza con gastarse un pastizal en el convento de Regina. Si la vida se rigiese por las normas matemáticas y sin embargo arbitrarias de Google, gastarse dinero en un convento del siglo XV tendría el aplauso de los que se preocupan por el patrimonio, aunque sean laicistas y les guste ver los monasterios vacíos, y de los creyentes, aunque en estos últimos abunden más quienes dicen que Dios está en todas partes y por eso da igual que algunas parroquias parezcan gimnasios. Regina, sin embargo, es un muerto ya antiguo y como tal habría que dejarlo tranquilo. Su iglesia no tiene más interés que un artesonado mudéjar magnífico, las cosas como son, quizá hermano del de San Pablo, pues ambos nacieron como templos dominicos. Los demás no son cuatro paredes y el recuerdo de un altar mayor al que luego le pusieron una ventana, en uno de los muchos usos comerciales del edificio.
El Ayuntamiento anda pensando en la forma de reunir los cuartos para hacer algo con Regina y como siempre pasa con los políticos no se pueden contentar con lo sencillo: dejar las ruinas del «claustro de salmos silencioso» como un jardín público y bien cuidado y llevar a otro lugar el artesonado. No se aprende que hay que dejar en paz a los muertos y no inventar contenedores culturales que nadie necesita y que harán lista con otros que no tienen el menor uso después de dinerales semejantes. El pueblo sabe después de todo hacer las cosas: aquello que ya no está, o vive en la postración, recibe flores y visitas en un día señalado, y a nadie se le ocurre lucirlo a tutiplén por las calles como si aún existiera el mundo en que vivió.