FRANCISCO J. POYATO - PRETÉRITO IMPERFECTO

Cultura de paradoja

En la Córdoba de los infinitos discursos y los hechos escasos, la cultura es una vanguardia de paradojas frustrantes

Apunto de llegar el año que nunca será para Córdoba, el año 2016, no hay mejor atalaya para desnudar lo que en puridad vale la cultura en esta ciudad. Un tobogán que contrapone el esfuerzo y la conciencia colectiva que aspiró a ser Ciudad Europea de la Cultura, la sensibilización real por lo cultural como una apuesta estratégica, con la cruda realidad que años después ha borrado esas huellas legando un escenario cubista, valga el símil, y una cadena de frustraciones e intereses ególatras. Nadie descubre ya el estado en que se encuentra la cultura a nivel general. La necesaria alfabetización de las nuevas generaciones en sus claves más básicas o en el contacto con lo artístico. El desapego a lo creativo por el imperio de la copia. La vulgarización del espíritu y el empobrecimiento de cualquier acción que sólo puede hallar calor del público si lleva colgado el cartel de gratuito. Confundir su valor real con su verdadera misión.

Las coordenadas en las que la cultura sobrevive hoy en día aún se hacen más ferrosas en Córdoba, ciudad de infinitos discursos y hechos escasos. Y no me dirán que no se han enarbolado discursos sobre la cultura desde atriles mortecinos e hipócritas, justo cuando ésta, el patrimonio y el turismo forman el "abecé" de nuestro principal escaparate y uno de los bastiones productivos y económicos locales.

Un mínimo sondeo periodístico por este panorama basta para encontrar un haz de paradojas y sinsentidos en un lamento melancólico de actores que cada día ponen lo mejor de sí para intentar que Córdoba sea lo que no es: una ciudad de la cultura. Ni siquiera a lo que aspiraba. Porque la misma política que cortó las alas de ese vuelo hacia 2016, es la que con empeño de podador de bonsai se encarga cada mañana de impedirlo. Si hay una queja unánime en los operadores privados y hasta públicos de la cultura es la ausencia absoluta de una coordinación y una colaboración institucional que permita amplificar el anónimo trabajo de muchas personas, la propia inversión pública o el efecto de innumerables acciones culturales que deambulan sin apariencia. La falta de una agenda única, tan prometida como incumplida. El desarrollo y definición de espacios en los que se han gastado millones y millones de euros o la ausencia de otros fundamentales...

Todo es una paradoja. Mientras esperamos a que el famoso C4 de los 27 millones de euros tenga contenido, o arranque el Centro Botí, el Museo de Bellas Artes —sin nueva sede a la vista— no sabe dónde meter ya más cuadros ni hacer exposiciones. Lejos nos queda la colección Pilar Citoler, otra evidencia más de lo que le importa la cultura a la subclase dirigente de esta ciudad.

Usted puede encontrarse un mismo día, a la misma hora, dos y hasta tres eventos del mismo tono y contenido sin mayor problema. Unos gratis y otro no, de promoción privada. El mecenazgo es un imposible. Salvemos a la Orquesta, pero un patio repleto de sillas vacías cuando toca rascarse el bolsillo ante la desidia institucional —tampoco se puede pedir, si no se da—. O la evidencia del impacto de los grandes conciertos y la ausencia de recintos cubiertos que los alberguen. Hace pocas fechas, en apenas dos días, Raphael, Pablo Alborán, El Brujo y un gran evento ecuestre movieron a más de veinte mil personas con un ticket medio de entre 35 y 60 euros. Eso, desgraciadamente, no se puede repetir. No hay sitio, ni hoteles baratos. A todos nos gusta alardear de cantaores y guitarristas flamencos de cuna cordobesa, pero el fomento del arte jondo sigue dándole grima a los progres y a los conservadores moderados de esta ciudad, como si fuera algo casposo, mientras en Cádiz, Granada o Sevilla, sin mayor raigambre ni patrimonio humano, es una suprema cultura de la que a diario beben miles y miles de turistas además...

Aquí, la cultura mira a una celosía de 1972 como nuestra gran obra cumbre...

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