Perdonen las molestias

Una cuestión de perspectiva

La malaria se lleva cada año el doble de vidas que hasta ahora ha fulminado el coronavirus. Pero, claro, en el hemisferio sur

La reina Letizia visita un centro de enfermedades infeccionsas en Mozambique el año pasado EFE/ Ballesteros
Aristóteles Moreno

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Un año cualquiera mueren de malaria en el planeta 400.000 personas. Hay años que el doble. Y tres cuartas partes son niños menores de cinco años. Los infectados superan ampliamente los 200 millones de seres humanos. Tirando por lo bajo. Si tiramos por lo alto, la cifra puede llegar a triplicarse en años donde el parásito se ha mostrado particularmente activo.

No queremos relativizar. Las muertes son siempre pérdidas irreparables se produzcan en el lugar donde se produzcan y bajo las circunstancias en que se produzcan. Por ese lado, todos somos iguales . Trozos de papel vapuleados a capricho del viento. Aunque unos más iguales que otros. El coronavirus , por ejemplo, se ha llevado por delante poco más de 200.000 vidas . La mitad que la malaria. Y los contagiados apenas superan los dos millones de casos en el mundo. Pero ojo con las cifras. Las carga el diablo. Los expertos auguran un crecimiento exponencial del virus en las próximas semanas.

Con datos manifiestamente inferiores, el covid-19 ha paralizado el planeta y ha puesto en marcha recursos económicos y científicos sin precedentes en la historia contemporánea. Pronto se dispondrá de una vacuna y los hospitales dispensarán fármacos antivirales de creciente eficacia. La pandemia , más pronto que tarde, estará bajo control. Y su fulgor se irá apagando, semana tras semana, al modo en que un incendio queda reducido a unas cuantas brasas menguantes.

Mientras tanto, sostiene la prensa, vivimos la mayor catástrofe sanitaria internacional desde la Segunda Guerra Mundial . Abra el periódico por la página en que lo abra, los adjetivos se inflaman como pavesas. Cataclismo planetario, calamidad, alarma mundial, hecatombe y etcétera. Pero si cruzamos ambos desastres, el de la malaria y el del covid-19, observamos un descuadre evidente en las cifras y su ponderación.

Las cientos de miles de muertes provocadas por la malaria cada año son apenas un guarismo rutinario escondido en alguna página de una revista especializada de medicina. Punto pelota. Al fin y al cabo, el hemisferio sur es víctima de un apocalipsis humanitario cada otoño. Cada semana. Cada día. Cada instante . Cuando no es el paludismo, es el dengue. Cuando no es es la tuberculosis, es el sida. Que ahora se incorpore el covid-19 a la fiesta cotidiana del terror tampoco altera demasiado las cosas en esta mitad invisible del planeta.

Para el hemisferio norte , el mundo es el hemisferio norte. Punto pelota. Todo lo demás es la periferia. Las afueras de un planeta inexistente. Por esa razón, el coronavirus es una plaga bíblica de dimensiones cósmicas. Porque ha tomado a Europa como epicentro y se ha expandido en áreas geográficas que creíamos a salvo de los desastres naturales.

Lo que sucede en el hemisferio sur no existe. O solo existe en las páginas marginales de una revista especializada de medicina. O en los libros de viajes de Kapuscinsky . O en los documentales que programan en la segunda cadena de televisión. La realidad, según la mirada eurocéntrica de la vida , es aquello que se desenvuelve en los márgenes pasteurizados del mundo desarrollado. Y, en ese espacio, la malaria y sus fúnebres consecuencias son apenas un guarismo rutinario sin trascendencia.

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