CALLEJERO SENTIMENTAL DE CÓRDOBA

Cuesta de Pero Mato, un «islote de retiro y paz»

La leyenda de un médico cornudo que mató a su mujer alimenta el misterio de esta escalinata festoneada de arriates que fue recuperada en los años cincuenta para dotar de un nuevo acceso al Museo Arqueológico

Escolares bajan los escalones de la Cuesta de Pero Mato, pavimentada por chino de canto rodado FOTOS: VALERIO MERINO

Francisco Solano Márquez

Se la ha llamado Cuesta de Peramato y de Peromato , pero en el rótulo oficial que hoy puede verse al inicio y al término de la calle figura « Cuesta Pero Mato », y en el azulejo evocador del nombre antiguo colocado debajo aparece « Cuesta de Pedro Mato ». ¿En qué quedamos?

La historia o leyenda de Pedro Pera Mato , recogida en libros y romances, habla de un médico de origen portugués que habitó en la cuesta en el siglo XVI y mató a su mujer, Beatriz Cano, porque le engañaba con un Páez de Castillejo que la sedujo desde la terraza de su cercano palacio tras sobornar a la sirvienta. Ignorante permaneció el doctor de aquel engaño hasta que la criada vengativa destapó la ilícita relación y unos amigos bromistas colgaran sobre su puerta un manojo de cuernos, así que no pudo contener la ira, agarró a su Beatriz por los pelos y la ahorcó valiéndose de una toalla. Y aunque fue condenado a la pena capital por su crimen , se le conmutó por la de presidio, de la que también fue indultado. Tan desgraciado suceso inspiró esta coplilla popular, que hoy sería políticamente incorrecta: « Pedro Mato / mató a su mujer; / físolo tarde, / mas físolo bien ».

Esta antigua calleja suburbial y olvidada fue rescatada en los años cincuenta por el alcalde Antonio Cruz Conde , dentro de su empeño por recobrar rincones típicos, tras convertir la intransitable cuesta en una calle escalonada amenizada por verdes arriates. Era la época en que se ultimaba la lenta restauración del palacio de los Páez de Castillejo para destinarlo a nueva sede del Museo Arqueológico, que malvivía entonces en una antigua casa mudéjar de la calleja del Tesorero, hoy sede de Casa Árabe . Con la transformación de la cuesta, el alcalde pretendía crear un pintoresco y fácil acceso al nuevo Museo desde el centro urbano. Y fueron muchos los cordobeses que la descubrieron con sorpresa cuando en mayo del 57 se dirigían al palacio para asistir a los conciertos que allí se programaron con motivo del II Festival de los Patios. Tras la benemérita recuperación, Ricardo Molina la llamó «islote de retiro y paz exaltado por la cal y el verdor» . Y así sigue hoy, casi invariable, apartada del fragor, recoleta y bella. ¿Me acompañan a recorrerla una mañana soleada? Pues vamos.

El médico cornudo que en el siglo XVI mató a su mujer, fue condenado a pena capital, y acabó indultado

Marca su conexión con la calle Alta de Santa Ana un elegante ciprés que alcanza la altura de los tejados y se acomoda en un discreto rincón, para no estorbar. Frente al ciprés, una verja con celosía metálica cierra una especie de patinillo perteneciente al colegio Santa Victoria , de monjas escolapias, como advierte una placa de dorado latón sobre la puerta trasera del centro docente. Se registra por aquí un goteo constante de cordobeses solitarios: la mujer con la bolsa de la compra, el muchacho que pasea a su perrillo y turistas, normalmente en parejas, plano en mano, medio perdidos, sin duda camino del Arqueológico. Algunos se detienen, consultan el papel y dudan si seguir, pensando que la cuesta no tenga salida, pero les animo a continuar. «Claro que tiene salida, sigan, ya lo verán».

La cuesta tiene 45 escalones, si no he contado mal , divididos en tres tramos de distinta anchura y orientación, así que desde arriba no se ve el final; guarda esa sorpresa para los forasteros. Son escalones cómodos de bajar, adaptados al graderío del Teatro Romano enterrado debajo , con una franja central empedrada de chinos claros sobre los que dibujan un cuadrado otros más negros; el «alicatado cordobés», como lo llamaba el arquitecto Víctor Escribano . Y a ambos lados de la franja empedrada los escalones se completan con losas de granito rosa.

El Consistorio quiso expropiar el huerto de las Carmelitas para un mirador; las monjas se opusieron

En la vertiente izquierda de la cuesta se abren doce ventanas, altas y enrejadas; las inferiores, austeras, en contraste con las de la planta alta, que despliegan movidas formas neobarrocas. Es mediodía y por las ventanas bajas sale griterío de niños alborotados; es la clase infantil del colegio. De vez en cuando la paciente maestra pide silencio, tratando de acallarlos sin conseguirlo. A ver, son niños pequeños. Su alboroto quiebra a esta hora el silencio del apartado rincón . La acera derecha, por el contrario, es toda austeridad, pues corresponde a las blancas tapias conventuales de Santa Ana, como si preservaran el misterio de la clausura . Pero hoy no hay misterios que valgan con Google Earth, lo que permite asomarse a través de la pantalla del ordenador y salir de dudas: tras las austeras tapias se aprecia un amplio jardín con densa y variada arboleda, parte del cual parece dedicado a huerto. A principios de este siglo XXI, ¿recuerdan?, el Ayuntamiento quiso expropiar parte del huerto para levantar un mirador, pero las carmelitas se opusieron y ganaron el pleito.

Al pie de los altos muros conventuales el municipio ha recuperado el arriate que los recorre, en el que crecen yedras trepadoras hasta media altura, esparragueras y otras plantas . En el último tramo la cuesta se ensancha generosamente y el arriate se transforma en jardincillo, en el que las buganvillas pintan de fucsia el muro , cercadas por un seto de plantas aromáticas, mientras delante crecen dos robustos naranjos. En medio del jardincillo pervive una vieja columna, muy erosionada, que ostenta en la parte superior el arranque de una sencilla cruz de hierro forjado que fue mutilada hace muchos años, sin que ningún alma caritativa la haya repuesto desde entonces. (Si presumimos de casco, declarado Patrimonio de la Humanidad pese al cáncer de las casas abandonadas que lo afean, qué bueno sería crear una cuadrilla municipal de pronto auxilio que vigilase y subsanase abandonos como este). Cuando desemboco finalmente en la plaza de Jerónimo Páez -antiguamente de los Paraísos por los árboles de esa especie-, poblada de veladores con turistas sin prisa, un guitarrista de jazz puntea « Over the rainbow » en ritmo de bossa nova que acaricia el oído.

Al regresar al punto de partida a eso de las dos, remontando ahora la cuesta, la puerta trasera de las escolapias se alborota con la salida de los párvulos, que con los brazos abiertos buscan a sus madres, que los abrazan tiernamente. «¿Has pasado frío, mi amor?» pregunta una. Y otra, «¿qué has hecho hoy, mi vida»? Por unos minutos la cuesta de Pero Mato olvida su recogimiento y cobra vida .

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