Perdonen las molestias

El cuento de la longaniza

Volvemos a donde estábamos hace veinte años

Fachada del Centro de Ferias Valerio Merino
Aristóteles Moreno

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Esto era una vez un Palacio de Congresos muy coqueto pero insuficiente para dar respuesta al esplendoroso futuro de vino y rosas que se atisbaba en el horizonte. Córdoba se perfilaba como ciudad imbatible en términos de turismo cultural y el edificio de la calle Torrijos se había quedado pequeño. Entonces se encendió la lucecita. El Palacio del Sur . Un sueño deslumbrante de no se sabe cuántos millones de euros en el corazón del Parque de Miraflores, que colocaría a Córdoba en el mapa de la arquitectura universal.

Eran los años en que atábamos los perros con longanizas . Las partidas presupuestarias caían del cielo como lluvia de abril y los concejales del ramo repartían recalificaciones al modo en que los Reyes Magos se pasean por la Avenida de la Victoria regalando caramelos por un tubo. Fue entonces cuando llegó el mago Koolhaas con la maqueta de polietileno. Bueno. La maqueta y el cheque de los diez millones de pepinazos. Nada por aquí, nada por allí, tirititrán.

La maqueta era la hostia en verso . Todo hay que decirlo. Un salto al futuro de unas cuantas décadas por un coste inicial de 65 millones y provisto de tres auditorios, media docena de salas multiuso y otras castañas pilongas de nueva generación. El hotel de alta gama y el centro comercial se colaron después de rondón para financiar la operación. De tal forma que, a medida que pasaban los meses y los concursos se quedaban desiertos, el precio se iba hinchando como un fiambre en el río. Hasta alcanzar los 180 kilos, que ya tiene tarea la cosa.

Cómo diablos no se puso un maldito ladrillo es un misterio. Pero no se puso un maldito ladrillo. Hasta que llegaron las elecciones de 2011 y el señor Nieto dijo nada por aquí, nada por allí, tirititrán. Y la maqueta del Palacio del Sur desapareció de escena como por arte de magia. En su lugar, sacó de la chistera el pabellón expositivo del Parque Joyero. Todo lo que sabemos de él es que había costado un porretón de millones y tenía un letrero gigante con las letras de don Miguel Castillejo . Por lo demás, el pabellón había sido diseñado para las cenas de auto homenaje del ex presidente de Cajasur y su estructura no aguantaba ni un expositor de aceitunas de mesa. Lógico.

Resultado: para convertir el pabellón de don Miguel en un centro de ferias y convenciones había que invertir un riñón en su reforma. Las cosas de Córdoba. Pero oiga. Lo que haga falta. Y, en cuanto la empresa concesionaria comenzó las obras, entró en concurso de acreedores. Que es el estado natural de las compañías que acometen proyectos de iniciativa pública.

Mientras tanto, a alguien se le ocurrió la idea de reactivar el edificio de la calle Torrijos . ¿Qué mejor centro de congresos que un inmueble en el corazón del casco histórico? Pues sí señor. Y así, con este bucle tan genuinamente cordobés, volvimos al punto de partida de este culebrón de la longaniza. Pero claro. Nadie cayó en la cuenta de que las empresas concesionarias de obra pública entran en proceso de quiebra tarde o temprano. Y en efecto.

Que el alcalde Bellido haya vuelto a licitar la reforma del centro de convenciones del Parque Joyero nos parece una idea muy tierna. Al fin y al cabo, solo han pasado veinte años, seis mandatos y un pastizal acojonante para acabar exactamente donde empezamos.

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