José Javier Amorós - PASAR EL RATO

Cuento de derechas

Sus padres eran de izquierda, que es una vaga astronomía de virtudes inconcretas

Campus de la Universidad de Harvard AP

Había una vez un niño que nunca tenía razón. Nadie valoraba sus opiniones, todos sus juicios se consideraban infundados. Hasta el hecho de nacer le reprocharon sus padres, y eso que él no había tomado parte en el debate. Porque ellos esperaban una niña, y porque a esa misma hora tenía el padre que dar una conferencia titulada: «La igualdad de género y el género de la igualdad». El padre era un profesor de izquierdas , ya se habrá advertido por el título de la ponencia. Pero no de cualquier izquierda, sino de la izquierda progresista y reformista, la mejor de todas, la más poética, una vaga astronomía de virtudes inconcretas, si García Lorca no ha de molestarse por esta analogía. Y querían una niña para ponerle de nombre Igualdad, Igualdad Fernández , el apellido del padre. En realidad, al padre lo conocía todo el mundo como Roque Turrillas, porque el Fernández lo traía agazapado detrás de una efe mayúscula seguida de un punto. En las tarjetas de visita se ponía «Profesor A. de Derecho político», que respondía a profesor asociado , pero para una persona con imaginación también podría ser la inicial de augusto, admirable, áureo, asombroso o arquetípico. Tanta astucia con las iniciales lo llevó a ocupar cargos de mucha responsabilidad en el partido.

Al niño lo bautizaron en la parroquia y le pusieron Serafín, las dos cosas en señal de protesta, para estigmatizarlo. Sus compañeros de colegio, niños sin yerros, se burlaban de él. El niño sufría, aunque no mucho, porque empezó a leer y a escribir con soltura desde muy pequeño, mientras sus condiscípulos se perfeccionaban en el insulto. Los padres consultaron con el psicólogo del colegio.

— «A mí me parece un caso muy claro de determinismo genético », anticipó el profesional. Y añadió: «Me veo obligado a hacerles una pregunta delicada», ignorando que lo único delicado son las respuestas. «¿Ha habido en su familia algún votante de derechas ?» Se hizo en el despacho un espeso silencio de izquierdas. Y el padre, que se había sonrojado, respondió, bajando la cabeza: «Sí, señor; mi madre».

—«Pues ahí está la clave del problema. El niño tiene genes de derechas . Les acompaño en el sentimiento. El colegio les pasará mi minuta con el recibo del mes».

Si este niño no cambia, propuso el padre a la madre después de una campaña electoral un poco agitada, lo mandaremos a estudiar a una universidad americana. Allí son más tolerantes con estos defectos, y me duele tener que admitirlo.

El niño creció alto y esbelto, aunque lleno de errores intelectuales y morales. Quería a sus padres, y le parecían buena gente a pesar de sus constantes aciertos. Su padre también sentía brotar muchas veces un calorcito de ternura hacia el injusto, sobre todo si el whisky era Macallan. La perfección enfría los buenos sentimientos, pero un buen licor puede sustituirla con ventaja.

Desde Harvard , donde destacaba, Serafín escribió a su padre una carta amorosa y agradecida, que terminaba así: «Aquí he comprendido que para la izquierda, lo primero es la conclusión, y lo segundo, el razonamiento. Y que la grandeza de la democracia, que es procedimiento, sistema de organización política de la convivencia, y no metafísica o religión, consiste en permitir que un hombre como tú haya llegado a ministro. Te abraza con cariño, tu hijo». El niño terminó la carrera en la Complutense.

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