Patrimonio
Cuando el río Guadalquivir pasaba por Córdoba sin vegetación alguna
Los sedimentos, los cambios en la agricultura y los pantanos alteraron el paisaje hasta tragarse los molinos
El profesor Francisco Villamandos insiste en que hay vías para preservar lo natural y el patrimonio histórico
Rodeados por monumentos, los Sotos de la Albolafia en el río Guadalquivir a su paso por Córdoba tienen también la consideración de monumento, pero no histórico ni artístico, como los demás, sino natural. A principios del siglo XXI la Junta de Andalucía protegió con esta consideración un paisaje que hoy ha evolucionado hasta tapar del todo los históricos molinos .
Lo cierto es que la zona que está entre el Puente Romano y el de San Rafael es, en términos naturales, nueva. Cuenta su historia Francisco Villamandos , profesor de Educación Ambiental de la Universidad de Córdoba , que insiste es que en un paisaje «antrópico», porque en su formación ha intervenido en el ser humano.
«El cambio es drástico y ha sido en las últimas decenas de años, en concreto desde los 60», dice tras recordar que a esa altura la ribera del Guadalquivir estaba del todo desierta. La transformación llegó con una serie de hechos distintos. En 1953 se inauguró el Puente de San Rafael , el segundo de la ciudad, «y cambia la dinámica fluvial , porque se producen más asentamientos de limos y de tierras, que van sedimentándose y propician que en ellos se desarrolle la vegetación».
De esa época son los embalses y pantanos, que regulan la cuenca del Guadalquivir, y Francisco Villamandos habla de las prácticas agrícolas que llegan en los años del desarrollismo. «Los suelos del Valle del Guadalquivir arrastran una cantidad de suelo fértil increíble que se va depositando», explica.
El siguiente factor es de los años 80. Como recuerda el también director del máster de Educación Ambiental de la UCO, «los cordobeses nunca han bebido del Guadalquivir, sino de las fuentes y arroyos que iban desde la Sierra». Desde los tiempos de los romanos era «la cloaca máxima y allí se vertían las aguas negras de la ciudad».
El alcalde Julio Anguita puso en marcha el proyecto de colector marginal que propició que el río dejase de ser un vertedero. También influyó para que creciese la vegetación y llegase un gran número de aves. «Hay más de cien especies diferentes registradas de forma temporal o permanente en esta zona, lo que en un sitio tan pequeño es mucho. Eso sí, también tiene que ver con el vertedero de la Cuesta del Lobatón , porque muchas de las aves que comían allí venían a dormir a los Sotos de la Albolafia», resume.
El cóctel de factores se completó cuando los cordobeses d ejaron de cazar pájaros , algo habitual hasta hace poco. «Primero porque se prohibió, y después porque era más accesible comprar pollos en el supermercado», dice Francisco Villamandos. Las aves se sentían más seguras y cambiaron sus hábitos para anidar.
Antes ese tramo del Guadalquivir estaba desértico, cuando las riberas de los ríos suelen ser más fértiles, y también tenía su explicación. En primer lugar, era un río urbano . En la época romana tenía un embarcadero por el que se cargaban el aceite y sobre todo la plata y los minerales de Sierra Morena.
«Había una presencia humana brutal , que impedía cualquier tipo de proliferación vegetal», asevera. No hay que olvidar tampoco la mítica obra del murallón , que ocupó casi todo el siglo XIX, y que actuó en el mismo sentido de impedir que la vegetación creciese.
No era extraño tampoco ver a rebaños de vacas y ovejas en la zona hasta la década de 1980, y eso implica una labor natural de limpieza . Los cordobeses dieron la espalda al río y a veces lo utilizaron de basurero, hasta que florecieron los Sotos de la Albolafia, fruto también de su propia acción.
La declaración como monumento natural por su riqueza ornítica cambió la percepción e hizo pensar a parte de la población que esta zona debía ser «intocable» . Como todo el patrimonio que está cerca.
Ahora es cuando llega la pregunta de qué hacer: si mantener los Sotos de la Albolafia como están o recuperar la estampa anterior de una zona desierta en que había cuatro molinos a la vista. Entre el momumento natural y el histórico. «No se puede resolver con la opinión de una sola persona , ni de un grupo, ni de un sector de la población. Nos llama a que hablemos con tranquilidad, a que reflexionemos con una cierta amplitud de miras, tanto unos como otros, y que se ve qué posibles soluciones se pueden abordar», afirma.
Su tesis se apoya en que el hombre puede intervenir en lo que ha nacido por su misma acción . El profesor insiste en que «el monumento natural no es cien por cien natural. Los Sotos de la Albolafia han estado, están y estarán en mitad de la ciudad de Córdoba , y cada vez más en la mitad».
Es un sistema «rico en naturaleza, pero intervenido por el hombre », y su génesis es antrópica, porque la acción del hombre ha creado un impacto ambiental, «que es positivo, pero que no deja de ser un impacto ambiental».
«Está en mitad de Córdoba, y no es 100% natural, ya que, aunque positivo, nace del impacto ambiental», dice el profesor
Por eso insiste en compararlo con las dehesas. «¿Es lícito pensar que hay que abandonarlas y no intervenir o el humano tiene la obligación de estar vigilando permanentemente el sistema para mantener la riqueza biológica ?», se pregunta. En la dehesa hace falta la acción humana para que se convierta en algo más natural, con menos biodiversidad. Es entonces bosque mediterráneo secundario, pero no dehesa.
Lo necesario es saber dónde ir «y los maximalismos no son buenos », para hacer compatible la conservación de los Sotos de la Albolafia con la del patrimonio. La influencia e intervención del hombre hace necesario planificar y actuar en consecuencia con lo que se quiere hacer, dice Francisco Villamandos.
La pregunta sería entonces si se puede aligerar vegetación para respetar los molinos y la estampa más tradicional de Córdoba sin eliminar el hábitat de las aves que anidan en aquella zona. «Yo estoy convencido de que es absolutamente compatible que haya biodiversidad con que se vean los molinos y el río», afirma Francisco Villamandos, que insiste en una zona «de encuentro y concertación » entre el patrimonio y «una riqueza natural que es un lujo que ha venido de forma inesperada».
Habla también de que esta zona ha crecido de una forma «demasiado rápida» , que insiste en entrecomillar. «Los sistemas naturales realmente biodiversos y autorregulados no se generan tan rápidamente, sino que necesitan más tiempo», advierte.
El proceso comienza con el puente de San Rafael y culmina cuando el Guadalquivir dejó de usarse como cloaca
Habla de hecho de una última fase, «cuando se ha ido de las manos y hay un problema». Incluso han llegado especies invasoras que han provocado que ni siquiera se vea el Guadalquivir por muchos lugares. Por no hablar de los molinos, que han «desaparecido» entre la vegetación.
El profesor de Educación Ambiental insiste en el interés natural de la zona, pero también en que ahora le detecta « muchos más problemas que bondades , y es una pena». Al menos en el punto al que se ha llegado ahora, cuando un emblema de Córdoba como la noria de la Albolafia es invisible desde el Puente Romano y desde la avenida de Fray Albino, y en la misma situación están los demás.
Ni siquiera habría que intervenir de golpe si se mantiene la necesaria vigilancia. Su conclusión es que Córdoba debe plantarse ante los Sotos de la Albolafia y decidir qué quiere hacer con ellos .
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