PERDONEN LAS MOLESTIAS
Crimen perfecto
La señora Crespín no se sumergió en un baño de agua caliente como Séneca, pero leyó su propio epitafio que habían escrito otros
Escribe el historiador Tácito que cuando Lucio Anneo Séneca fue informado de que había sido condenado a muerte por Nerón , acusado de formar parte de la conjura de Pisón, meditó con calma la situación y pidió permiso para redactar su testamento. Horas después, se abrió las venas de sus brazos y se sumergió en un baño de agua caliente hasta extinguir el último aliento de su vida. Cuando el pulgar del césar sentencia la pena máxima, de un patricio como Séneca se espera que se adelante a su propia ejecución.
Rafaela Crespín entregó el pasado lunes su cabeza como delegada de la Junta cinco minutos antes de que el Consejo de Gobierno firmara su destitución. Lo hizo ingiriendo la cicuta de un escrito de su puño y letra en el que anunciaba como propia la voluntad de liquidar su vida institucional. Con el pulso previsiblemente trémulo, había solicitado su relevo de la Junta para centrarse en las labores orgánicas como secretaria de Organización del partido.
Entre párrafo y frase, habría tomado una bocanada de oxígeno reparador. Sobre el papel, Crespín conjugó los verbos rutinarios del suicidio político cuando ya no hay escapatoria posible y se intenta vestir de normalidad lo que a todas luces es un burdo asesinato. «En el nuevo modelo de partido que se pretende desarrollar», disfrazó Crespín en un comunicado, «necesita de absoluta dedicación y cercanía a la militancia». Todas las restantes palabras que derramó sobre su capitulación forman parte del lenguaje protocolario de la simulación. Hay que decir lo que hay que decir aunque todo el mundo sabe que el rey va desnudo por la calle.
Los exégetas de la cosa aseguran que Rafaela Crespín había caído en desgracia el día en que osó disputarle la Secretaría General del partido al candidato oficial. El suyo, por lo visto, había sido un movimiento táctico. Una de esas jugadas calculadas que se ejecutan en el tablero para posicionarse ante el congreso provincial y asegurar una parcela de poder. Antonio Ruiz y la delegada de la Junta formaban parte del mismo clan orgánico y bebían ambos en el abrevadero susanista. El único abrevadero de Andalucía. El enemigo estaba en frente. En el sanchismo amenazante de una tal Teba Roldán .
La maniobra de Crespín no debió entusiasmar en el aparato. O eso indican los analistas del ramo. Para evitar poner en riesgo la victoria susanista en el congreso provincial, el señor Ruiz aceptó un pacto de última hora según el cual Rafaela Crespín se reservaba la secretaría de Organización mientras él se coronaba como líder del partido.
Desde Séneca a la señora Crespín han transcurrido dos milenios y un procedimiento estándar para quitar de en medio a los incómodos. Séneca puso fin a su vida para ahorrar al césar la ordinariez de la ejecución. Hasta en la muerte, los súbditos se conducen por una prudencia escalofriante. La delegada de la Junta no se seccionó las muñecas con una cuchilla de afeitar ni se dejó caer en una bañera de agua hirviendo, pero leyó su propio epitafio que otros habían escrito.
La política proporciona días de gloria y, de cuando en vez, algunos sinsabores que hay que digerir a la vista de todos. Unos días te sientas a firmar decretos y otros a escribir el obituario de tu propia defunción. Cuando el lunes trascendió la noticia de la caída de la señora Crespín, nuestro colega Rafael Ruiz acompañó su crónica de una inquietante fotografía del señor Durán removiendo un perol. No sabemos si el presidente del Parlamento andaluz es la mano que mueve el puchero. De lo que sí estamos seguros es de que la muerte (institucional) de la señora Crespín, como la de Séneca, ha sido la crónica de un crimen perfecto.