Así fue Córdoba 2020

Coronavirus | El año que vivimos peligrosamente

Más de 500 cordobeses no podrán recordar el aciago 2020. El impacto de la pandemia puede explicarse con cifras, palabras, una nueva crisis económica...y un mar de sensaciones contapuestas: del aplauso al llanto confinado

Francisco J. Poyato

Jamás un año se hizo tan largo. Casi un siglo después de la mal llamada «Gripe Española», una pandemia descosía por completo los amarres de unas vidas llevaderas y prometedoras. La zona de confort de los tiempos presentes, arrinconando a una sociedad poco acostumbrada al dolor y el sacrificio. Dejando un rastro de incertidumbre casi interminable, que en las postrimerías del calendario parece haber hallado luz en tanta oscuridad. Pues el año termina en Córdoba, y en medio mundo, con la sana esperanza de la vacuna como único remedio posible frente al coronavirus . Si bien hay otros anticuerpos, los de la confianza plena, que parecen más remisos a hacer acto de presencia.

El año de la Covid-19 se puede explicar y resumir de muchas maneras. Con un rosario de cifras . Con una amalgama de letras y palabras que se han incrustado en nuestro lenguaje. Con una montaña de efectos secundarios. Con una mancha irreversible de aceite a modo de sensaciones cruzadas.

Empecemos por los números. Alrededor del 5 por ciento de la población cordobesa ha sufrido el coronavirus. Uno de los niveles más bajos de España. En torno a cuarenta mil cordobeses contagiados , algunos de los cuales ni se han percatado por la ausencia de síntomas. Otro grupo, cerca de 550, no lo ha podido contar y han fallecido. Una gran mayoría lo ha superado. Pero también otro nutrido colectivo ni lo ha sabido. Las cifras oficiales hablan de unos 26.000 contagiados según las pruebas diagnósticas. Cerca de un 10 por ciento ha tenido que ser hospitalizado , pero hay otras estadísticas oficiales que aumentan la incidencia enfermos y víctimas mortales a todos los niveles. Según el INE, en los tres primeros meses de pandemia pudo haber un 40 por ciento más de los decesos registrados.

Desde marzo, cuando estalló la tormenta vírica, dos oleadas desiguales han marcado su ritmo. Una primera hasta mediados de junio en la que la presión asistencial fue crítica. Se curaba a medida que se conocía al «enemigo» y la falta de medios preventivos (desde mascarillas a test) y analíticos no permitían acotar la dimensión real del problema. Albergues, hoteles medicalizados, plantas hospitalarias reconvertidas... Una segunda explosiva en los positivos, con un mes de noviembre negro (casi 200 fallecimientos) en las muertes y una mayor testificación de la epidemia. Y según los expertos, podríamos estar poniendo las bases ahora mismo de una tercera, en pleno inicio de la periodo de vacunación.

La letalidad, apenas un 2,5% de los contagios , se ha cebado con los mayores. Un cuarenta por ciento de las muertes se han producido entre los internos de las residencias. La frontera de los 70 años se ha convertido en una especie de línea roja. Cada vez que el virus ha entrado en algún asilo cordobés, las secuelas han sido muy dolorosas. De la primera a la segunda oleada, las muertes se multiplicaron por cuatro, los contagios por doce, y las hospitalizaciones acumuladas, por cinco. Pero la sensación ha sido de un mayor control, paradójicamente, de la enfermedad.

El año Covid deja otra huella sangrienta: el roto económico . Justo cuando en Córdoba se había alcanzado un punto álgido de empresas, empleo y salarios (el más alto en 2019 tras una década de crisis), el virus confinó estas expectativas y multiplicó por dos a los trabajadores afectados. La tabla de salvación de los ERTE o las cesantías para los autónomos creó una bolsa de inactivos en casa superior a las 50.000 personas. Otras 20.000 llegaron a perder su empleo sin red. Cerca de 150.000 cordobeses en el alambre ... El sector servicios está herido de muerte y su peso en la tabla productiva provincial infiere malos augurios a la recuperación. Las restricciones en los aforos y los horarios, en el difícil equilibrio entre salud y economía han obligado a cerrar muchas actividades, y el problema aún puede ser mayor cuando las ayudas a modo de colchón acaben.

Este agujero ha obligado a reinventarse a muchos, a que las administraciones públicas dirijan sus recursos (y los que han de venir) a las emergencias, a que el ahorro de unos y la miseria de otros crezca. El deseo de la remontada se cruza con el temor a que los víveres no aguanten para entonces.

Y esta pandemia puede explicarse también con un mar de sensaciones cruzadas. Desde la solidaridad al sufrimiento oculto. Desde los aplausos de miles de cordobeses a sus sanitarios, hasta la ayuda anónima en muchos barrios y pueblos. Iglesias, colegios o almacenes convertidos en improvisados campamentos de reparto. Cáritas, Banco de Alimentos, Cruz Roja,... Oenegés que han duplicado el número de familias atendidas , con los servicios asistenciales públicos desbordados. Desde el altruismo que fabricaba mascarillas caseras, hasta el que velaba por los solitarios ancianos para hacerles la compra. Desde la frustración por no poder celebrar nuestras tradiciones (desde la Semana Santa a la Feria), hasta el ejemplo de la comunidad educativa. Desde la irresponsabilidad de algunos, hasta la conciencia de casi todos en el año que vivimos peligrosamente.

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