Coronavirus en Córdoba

Coronavirus | Córdoba en el día universal de las medidas desesperadas

La ciudad se prepara para afrontar lo imprevisible: la histeria desborda los supermercados, las aulas se vacían y los trabajadores buscan adaptarse

Cajas listas para su reparto en un supermercado de la cadena Piedra Fotos: Valerio Merino

Irene Contreras

Cuando no hay respuestas certeras para interrogantes múltiples suele imponerse la sabiduría popular. Y el refranero dicta que las situaciones desesperadas requieren medidas desesperadas. El viernes, los supermercados de la ciudad amanecieron desbordados. Antes de la apertura de los establecimientos, decenas de personas dispuestas a llenar la despensa para hacer frente a un posible encierro formaban ya largas colas a sus puertas . Papel higiénico, alimentos no perecederos, huevos o cartones de leche salían a puñados de las líneas de caja, en carritos y en las cajas del servicio de reparto a domicilio, que no daba a basto a atender pedidos. «Esto no lo hemos visto nunca. Ni en Navidad», decían los trabajadores mientras se apresuraban a reponer uno de los estantes.

Tal era la situación que hacia el mediodía los propios distribuidores tuvieron que hacer una llamada a la calma. Desde Deza Calidad lanzaron una campaña para pedir que las personas fueran de una en una a hacer sus compras y evitar así aglomeraciones como las que se estaban produciendo, que no solo eran una amenaza para la seguridad al contradecir las recomendaciones de las autoridades sanitarias sino que además estaban obstaculizando el trabajo de los empleados de los establecimientos. Sirvió de poco. A las 17.00 horas de la tarde, la cadena se vio obligada a cerrar todas sus tiendas para reponer existencias antes de volver a abrir al público.

En contraposición, el pequeño comercio de cercanía veía pasar repartidores cargados de cajas desde el interior de sus negocios casi vacíos. «Al tener solo productos perecederos, la gente no está comprando aquí», explicaba la dependienta de una pequeña frutería en la calle Sevilla. Tras el mostrador de la carnicería Muriel, junto a las Tendillas, sus propietarios admitían sorpresa por la respuesta desmedida de su clientela. «Son las diez de la mañana y ya no hay pollos. La gente está comprando a lo loco. Y nosotros no tenemos posibilidad de abastecernos más, porque no tenemos sitio», lamentaban.

En el Patio de los Naranjos de la Mezquita-Catedral había por la mañana algún grupo de turistas que no sabía aún que sería el último en visitar el principal monumento de Córdoba. Poco después, el Cabildo tomaba la decisión de cerrarla al público. Lo mismo pasó en el resto de edificios turísticos. Despistados, dando vueltas por la ciudad, disfrutaban del urbanismo cordobés, del paisaje de la Judería, maldiciendo su mala suerte entre foto y foto.

Educación, transporte, farmacias

En los centros educativos la actividad lectiva parará el lunes, pero el viernes ya se notó una drástica reducción de la asistencia de alumnos. Marta es maestra en un colegio público y de los 25 niños que tiene a cargo solo aparecieron seis, lo que impidió que la jornada se desarrollara con normalidad. Afirma que desde el primer momento el cuerpo docente ha intentado contribuir a la educación sanitaria de los pequeños: los propios maestrs se han adelantado a las medidas oficiales con gestos como la compra de jabón y la imposición de rutinas de higiene. Los padres, dice, son comprensivos. El cierre de los colegios se veía venir y la pregunta que se hacen es por qué no se ha dictado antes.

De forma progresiva, las empresas van tomando las medidas oportunas para frenar al curva de contagio . Mientras se ponen facilidades para el teletrabajo en determinados sectores, otros, por la propia naturaleza de su labor, son conscientes de que deberán seguir de cara al público. Toallitas para limpiar superficies, gel desinfectante para las manos y ventilación regular del vehículo es la receta adoptada por los taxistas , que han visto reducido el volumen de actividad en los últimos días. También se preparan para intensas jornadas de trabajo en las farmacias. Tras el mostrador de una de ellas atiende una farmacéutica que vive en primera persona el goteo de clientes que entran para preguntar por mascarillas y gel. Afirma que el desabastecimiento continúa. En el suelo han dispuesto una línea roja que establece la distancia que deben guardar con el farmacéutico. Ellos evitan usar mascarillas para no alarmar.

En las residencias y centros geriátricos la discreción es máxima. Se han establecido medidas de control -limitación de visitas , pautas de higiene muy estrictas para las auxiliares y enfermeras- pero también se ha pedido expresamente restringir la comunicación con el afuera. Tras la puerta de la residencia de ancianos de Nuestra Señora de los Dolores, un trabajador, al que se le solicita audiencia con la responsable de la institución, se disculpa con una sonrisa: «No puede ser por ahora, estamos confinados ».

Por la calle no se habla de otra cosa, y los viandantes parecen haber tomado consciencia de pronto de lo que significa el espacio personal . Nadie quiere pasar cerca de nadie, ni rozar a un desconocido, ni coincidir con más de una persona en un recinto cerrado. También sucede, como no podía ser de otra forma, en el hospital. El Reina Sofía permanecía más tranquilo de lo habitual, con una calma inusual en Urgencias. Cerca de allí, en un área ajardinada, un grupo de enfermeras tomaba un descanso. «Parece que la gente está haciendo caso a las indicaciones de quedarse en casa, pero claro, no todo es coronavirus. También hay gastroenteritis, y huesos rotos, infartos . Y eso se traduce en el movimiento que tendría que haber siempre», explicaban. Entre ellas, las que están en primera línea de fuego, la conversación pivota sobre las preocupaciones derivadas de las medidas de control, como las de cualquier otro ciudadano. Cuando salgan de su turno irán a hacer la compra, «si es que nos han dejado algo». La conciliación familiar es otro quebradero de cabeza. «A ver quién aguanta a los niños 15 días en casa».

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