Coronavirus Córdoba
Los trabajadores de la muerte en la era Covid-19 | «Hemos aprendido a consolar sin dar besos ni abrazos»
Un sepulturero de San Rafael, un sacerdote del Hospital Reina Sofía y la encargada de protocolo de Tanatorios Córdoba relatan a ABC cómo la pandemia cambia su relación con el ritual funerario
JUAN CARLOS Valsera Cuevas, uno de los seis capellanes del Hospital Universitario Reina Sofía de Córdoba , recibió una llamada urgente una mañana de la última semana del pasado marzo, cuando las medidas de confinamiento por el coronavirus eran más estrictas, y la conmoción y la incertidumbre por el impacto inicial de la pandemia atenazaba con más fuerza el ánimo de la población.
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«Padre, venga rápido al tanatorio. Acaba de morir un niño de tres años que estaba enfermo de cáncer. Sus padres están esperándolo», escuchó el religioso, que en ese momento se encontraba en la parroquia de Beato Álvaro , de la que es vicario. «Fue una experiencia desoladora, muy triste. Llegué al tanatorio, imagínese la situación. La madre y el padre estaban destrozados, lógicamente. Cuando me vieron me dijeron que yo había sido el cura que había bautizado al pequeño... Les acompañé lo que pude: todo ese terrible dolor que tenían y ni siquiera pude darles un abrazo», recuerda el sacerdote al relatar la que ha sido, quizás, una de las experiencias más duras que ha vivido en sus nueve años prestando servicios espirituales en el centro sanitario cordobés.
«Había fallecido un niño de tres años de cáncer.Los padres me dijeron que yo lo había bautizado. No pude abrazarlos», recuerda el capellán del Reina Sofía
Valsera tiene también grabadas como una herida sin cerrar la escenas que contempló en el cementerio de Alcolea a las pocas horas del fallecimiento del menor: «Solo estaban los padres, un familiar más y los enterradores, porque la norma no permitía más asistentes. Imagínese la situación».
Valsera está acostumbrado a mirar a la muerte cara a cara. Pero justo lo que hace inútil la Covid-19 es la valentía de enfrentarse de una pieza al fin de la vida. De mirar a los ojos y de agarrarle la mano con ternura a quien se está yendo, de consolar con afecto a sus parientes y a sus amigos. Este sacerdote lleva enfrentándose desde hace dos meses y medio a ese reto, como han hecho centenares de profesionales que tienen a la parca como parte de su materia prima.
Rosario Fernández, por ejemplo, que es la relaciones públicas del Tanatorios de Córdoba. De 39 años y componente del departamento de Protocolo de esta empresa funeraria desde 2002, la mujer confiesa que la pandemia ha sido lo más duro que ha vivido en su puesto de trabajo. «Nosotros estamos formados para acompañar a las familias en el duelo, pero es que el coronavirus ha hecho casi imposible justo ese acompañamiento. Porque, cómo se consuela a dos metros de distancia. Cómo se dan ánimos sin besos y sin abrazos. Hemos aprendido», se pregunta esta profesional.
En Tanatorios de Córdoba: «Un hombre muerto de pena y solo en el tanatorio nos dijo que estaba allí por su mujer: le dimos todo el cariño que pudimos»
Fernández sabe ya que el dolor escuece más en soledad. La de un hombre bien entrado en años que perdió a su esposa en las semanas más duras del estado de alarma después de cinco décadas de matrimonio, por ejemplo. «Parece que lo estoy viendo, solo en el tanatorio, parecía muerto de pena, de soledad. Nos dijo que tenía dos hijos, pero que dadas las circunstancias ninguno de los dos había podido venir al funeral de su madre. Uno de ellos vive en Madrid y las leyes del confinamiento, y más allí, le impedían viajar. El otro está en el extranjero, así que más difícil todavía», relata Fernández, que se convirtió en la compañera de duelo del señor.
«Él nos lo agradeció, nos acabó diciendo que gracias a mí y a mis compañeras no se había sentido tan solo. Pero que el dolor por la pérdida de su mujer de toda la vida no había quien se lo quitara. Esas palabras se me han quedado grabadas», completa la empleada de Tanatorios de Córdoba .
El coronavirus ha supuesto para Rosario Fernández un cambio de esquemas radical. «En los horarios de nuestros servicios, por ejemplo. No te acostumbras. En condiciones normales aquí abrimos las veinticuatro horas del día, pero durante el confinamiento hemos cerrado a las siete de la tarde», resume la trabajadora funeraria, que tampoco se ha habituado a que solo dos personas pudieran acompañar al difunto durante la incineración. «Y eso si el fallecido no era por Covid , que entonces lo despedían en el hospital y ya no volvían a verlo».
José —el nombre ficticio con el que un conductor de coches fúnebres acepta dar su testimonio— ha aprendido ahora el abismo que es la muerte. «Quién me lo iba a decir, después de tantos años de oficio, que me iba a volver tierno, filosófico, y todo por culpa del maldito bicho», bromea. El comentario distendido tiene un poso de verdad. «Pensaba que era indiferente a los muertos. Como el carpintero con la madera o el carnicero con las costillas que trocea. Pero esto ha podido conmigo. Lo que he aprendido es que la muerte deja un vacío para siempre», declara. Entre las vivencias de los dos últimos meses y medio destaca una.
Dos fotos de los hijos en el ataúd
«Estábamos acabando el servicio, ya recogiendo el coche para irnos a casa como quien dice y nos llaman porque un viejecito había muerto en la zona de la avenida de Barcelona. Lo que vi da para una novela», explica José. «Llegamos los dos compañeros, ya cansados de toda la jornada, con ganas de hacer el trámite rápido, de rellenar el papeleo y resolverlo todo pronto. Y te juro que se me escaparon dos lágrimas con lo que me encontré. Por mis castas que lloré. A ver. Estaba la viuda, no menos de ochenta años, al pie de la cama. En camisón. Con mascarilla. Entera la mujer dentro de la tragedia. Que sus dos hijos mellizos vivían en Algeciras , que los había avisado pero que no les dejaban venir. Nos dio una foto de los hijos de cuando eran chiquillos. Que se las metiéramos en la caja al marido, nos pidió. Se las metí».
Juan Montilla, de 51 años, es miembro fundacional de la plantilla de la empresa municipal de cementerios ( Cecosam ). Coincide con Juan Carlos Valsera, con Rosario Fernández y con José en que la experiencia que ha vivido desde el inicio del estado de confinamiento no tiene parangón en su vida profesional. «Llevo en esta empresa desde que se creó en 2002 , soy oficial polivalente y me encargo del mantenimiento de los cementerios, sobre todo del de San Rafael , y también de atender a las familias y hacer las inhumaciones y las exhumaciones. Esto que nos ha pasado es lo nunca visto», declara a ABC .
Juan Montilla, sepulturero: «Le he tenido que explicar a familias que los tres hijos del fallecido y la viuda o el viudo no podían entrar al cementerio. Si lo explicabas bien la gente lo entendía»
El testimonio del sepulturero da buena cuenta de que los ciudadanos han respetado en líneas generales las limitaciones impuestas por el estado de alarma, incluso en los momentos más difíciles y dolorosos para ellos. «Lo más complicado estuvo en las primeras semanas del confinamiento», cuando solo podían asistir a las inhumaciones tres familiares del finado. «Ha habido gente, claro, que se ha tenido que quedar fuera del cementerio. Si el muerto tenía tres hijos, por ejemplo, todos no podían entrar con la viuda o el viudo. Se lo explicábamos con todo el tacto que podíamos y la verdad es que hemos encontrado comprensión», asegura Montilla.
El caso de una familia a la que atendió este empleado municipal ilustra cómo a veces ha habido que echarle imaginación incluso al luto. «Se dio el caso, que además me tocó de cerca porque la fallecida era la madre de una amiga íntima mía, del aplazamiento de dos días el entierro porque estábamos a punto de pasar de fase de desescalada y así iban a poder asistir al sepelio no tres sino quince personas», comenta Montilla.
Juan Carlos Valsera, el capellán del Hospital Reina Sofía , comparte la idea de que la mella de la ausencia se atenúa con la compañía de los seres queridos, que la palabra calma, que la caricia es un principio de alivio. La oración también. «En estos meses he rezado como nunca con los profesionales y los pacientes del Reina Sofía. Habré bendecido a unas cien personas diarias. Hemos organizado oraciones en las plantas más afectadas por el coronavirus. Ha sido muy bonito. Nos ha unido mucho», sostiene el religioso, que se ha tenido que acostumbrar a dar la Comunión con el concurso de un profesional sanitario protegido por un traje EPI . «Llevaba la Comunión adonde estuviera el enfermo que la pidiera y allí se la entregaba a un médico, a un enfermero o a un auxiliar y ellos se la daban al paciente», concluye Valsera. «En momentos como estos te das cuenta más que nunca del bien que puedes hacer por los demás».