Coronavirus Córdoba

San Basilio: el alcázar del ensimismamiento

La quietud habitual de San Basilio se eleva a la máxima potencia por el estado de alarma, que deja a los patios para disfrute exclusivo de los propietarios de las casas

Varios vecinos caminan por la calle central del barrio VALERIO MERINO

Rafael A. Aguilar

CÓMO vive el desconfinamiento un barrio que por su propia naturaleza está confinado entre la muralla y la Ribera , que en verdad no parece del todo una demarcación más de la ciudad sino pueblo incrustado en la huella urbana y a un paso de la zona monumental. La pregunta encontraría fácil respuesta —«bien, aquí estamos más tranquilos que en ningún sitio», por ejemplo— si Córdoba no tuviera que estar en las puertas del certamen de los Patios, que alcanza la sublimación de la belleza en ese lugar tan especial que mucha gente sigue llamando San Basilio y que otros se empeñan en denominar el Alcázar Viejo . Y qué más da. Si el coronavirus hubiera detenido gran parte de la vida en agosto o en noviembre y no en plena primavera es posible que los vecinos con residencia entre Caballerizas Reales y la Puerta de Sevilla no notasen un cambio demasiado brusco en su rutina, pero como esta maldición bíblica llegó cuando los Patios estaban ya preparando su lucimiento el dolor que causa el aislamiento es de los que se escuecen.

«El amor que le ponemos a las flores no tiene sentido si no podemos compartirlo», dice una vecina

«A mí se me parte el corazón al ver las calles vacías. El amor que le ponemos a las flores no tiene sentido si no podemos compartirlo con los visitantes». María Jesús Peña se desahoga en la calle Duartas , donde acarrea un par de tiestos a su casa. «Por esto no creo que me multen: lo que estamos haciendo es por el bien de todos. Yo pongo mi casa bonita aunque nadie más que nosotros vayamos a entrar en ella. No hay que dejarse descuidar», argumenta la vecina.

Una mujer entre dos balcones con flores VALERIO MERINO

Es mediodía y en la calle no se escucha un ruido a excepción de los pájaros que van y vienen de las proximidades del río. Es una jornada de fiesta laboral y las pocas tiendas de San Basilio están cerradas a cal y canto, como los restaurantes y las tabernas. Las persianas metálicas de La Viuda, La Bodega o El Caballo Andaluz niegan lo que esconden. «Cuando abran los bares va a arder Troya. La fiesta que nos vamos a pegar va a ser de traca». Lo dice Sebastián Higuera, que vive de alquiler en la avenida de El Cairo y ha ido a dejarle una bolsa con tres solomillos a su madre, que le tira besos desde su balcón de la calle de Enmedio . «Hijo, cuídate, dale abrazos al nene, que estoy loca por verlo. Y ten cuidado en el camión: no te pares en las ventas, tú derecho desde la fábrica a las tiendas, haces el reparto rapidito y enseguida para tu casa. Ay, así no puedo estar yo tranquila», se queja la mujer.

En la calle Roelas hay un llanto que rompe la quietud de la mañana. Quique tiene cuatro años y quiere ser ciclista profesional. «Hemos empezado por un triciclo: no vea usted cómo le pega. Cuando el otro día le dijimos que iba a poder salir a la calle nos preguntó que si Pedro Sánchez le iba a dejar bajar la rampa que viene de Fleming , y cuando le dijimos que sí se puso a dar saltos», se ríe el padre del pequeño. «Nada, no ha sido nada. A los campeones les pasan estas cosas. Para triunfar hay que caerse antes muchas veces, Quique», le anima el hombre y el chiquillo se le abraza fuerte.

Un balcón con la enseña nacional, un lazo negro y una llamada a que se hagan test masivos VALERIO MERINO

Por la cuesta baja a su ritmo Juan Espeliú, que tiene un amigo en la calle Postrera . «Él está viudo desde hace siete meses, vive solo y su único hijo está en Cuenca de funcionario en la Junta de allí, y como él no puede andar bien yo le hago la compra dos veces en semana: las cosas de primera necesidad como leche y cervezas, el resto lo pide por teléfono a un supermercado del Parque Cruz Conde , donde trabaja su sobrino», explica el jubilado. «A mí la verdad es que San Basilio me gusta así como está, en silencio, sin gente, tampoco hay tanta diferencia con cómo es el resto del año, salvo en la época de los Patios, que esto se pone hecho una feria», reflexiona antes de seguir su camino.

En el número 35 de Postrera tiene también su domicilio Lola González, que lleva un buen rato decorando las rejas de su casa. «Les estoy poniendo un mantón y un farolillo, para alegrarle la vista a los vecinos que vayan a tirar la basura. Yo soy una privilegiada, porque además del patio tengo una azotea desde la que veo la muralla y toda la Ribera . No es igual que estar en un piso de sesenta metros cuadrados», declara. Pasa un empleado de Sadeco a darle lustre a la calle: «Este silencio es una bendición», confiesa el operario, ensimismado en su tarea con su uniforme naranja.

Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación