Coronavirus Córdoba
Monotonía, paseos y charlas en el hogar para los «sin techo» de Córdoba
ABC recorre las instalaciones del albergue habilitado por el Ayuntamiento, donde conviven un centenar de personas
Las reglas del confinamiento son muy claras, porque básicamente sólo existe una: hay que quedarse en casa. Es fácil de comprender para todo el mundo, por más que algunos se empeñen en saltarse una sola y sencilla norma. Pero cuando se decretó el estado de alarma, hace un mes y un día, había en Córdoba decenas de personas que no podían respetar la regla ni aunque quisieran. No tenían casa de la que salir. Eran, y vale aquí el pretétrito, los «sintecho», los desahuciados , gente que hizo de la calle su hogar por voluntad propia o, en los más de los casos, por la de otros.
El Ayuntamiento se puso manos a la obra nada más decretarse el estado de alarma para dar una solución a las personas sin hogar. El problema no era, ni mucho menos, nuevo, pero la solución urgía . El primer intento fue habilitar un pabellón en el Sector Sur , idea rechazada por las malas condiciones de habitabilidad. Se optó entonces por ocupar el colegio mayor Séneca de la Universidad de Córdoba, que tampoco es Viana pero al menos es grande, está limpio y ofrece unas condiciones dignas para vivir . Desde el día 26 de marzo, es un albergue provisional para las personas sin hogar . Tiene 102 que ya están casi cubiertas, y si no lo están del todo es porque ya se han ido, o han echado, las «tres o cuatro personas» que no respetaban unas normas mínimas de convivencia necesarias para impedir que aquello se convierta en un polvorín social.
Los residentes tienen que aceptar un manual de conducta antes de ser admitidos, pero la regla más importante la impone quien ejerce de directora -no existe ese cargo como tal-, Amelia Valverde : «Yo solo doy una amonestación; a la segunda, se van a la calle». Y no es que la coordinadora sea una señorita Rottenmeier para adultos , más bien al contrario. Su severidad es necesaria para hacer cumplir las normas en un recinto donde se mezclan perfiles sociales «difíciles» , como los define la delegada de Servicios Sociales, Eva Timoteo. «No siempre están en la calle por no tener recursos. Algunos son conflictivos por sus adicciones , por padecer alguna enfermedad mental o ambas cosas», explica la concejal durante una visita al albergue.
El consumo de alcohol está totalmente prohibido , como cualquier otra sustancia de ahí para arriba. Valverde explica que algunos inquilinos -las «tres o cuatro personas»- intentaron trapichear con drogas en el recinto saltándose las normas y las vallas, un problema que ya está solucionado. Sí se permite fumar , pero sólo en los espacios abiertos.
No hay rastro de mujeres, que disponen de un espacio separado. De cualquier modo, la mayoría de los residentes son hombres , en torno a un 80%. Todos van con mascarilla. Se les ve solazándose en alguno de los espacios abiertos interiores, o bien relajándose en un salón con un televisor y unos cuantos asientos. No hay mucho más que hacer en este albergue para pasar el tiempo. Algunos pintan, otros escriben, quienes tienen familia conversan por el móvil; casi la mitad son extranjeros, magrebíes o rumanos en su mayor parte. Se puede rezar en alguna de las dos sencillas salas habilitadas, una para cristianos y otra para musulmanes . Casi un tercio de los menús diarios servidos por un catering están adaptados a esta última confesión. Los residentes disfrutan de un pequeño lujo muy apreciado: dulces que entrega a diario, de forma altruista, Pastelería Roldán .
La historia de Francisco
Entre las muchas historias que encierran las paredes del colegio Séneca hay una que conmueve. Es la de Francisco Bernabé , que a sus 63 años se mueve con soltura apoyado en un bastón. Tiene una rodilla destrozada fruto de un accidente laboral en la obra Es lo único que le dejó la construcción después de 32 años en el tajo. Y cotizando. Francisco agita su expediente laboral de la Seguridad Social . La primera anotación data de 1974; la última, de 2006. Después, cuatro años de subsidios y desempleo. Y al final una década de desamparo.
«Yo no cobro nada desde 2010» , dice en conversación con ABC. Al comienzo de la crisis del ladrillo perdió su vivienda, una casa de renta antigua en Granada, y en algún momento decidió probar suerte en Córdoba . Vive de la caridad «pidiendo limosna, pero no voy por la calle poniendo la mano, sino siempre con la verdad, nunca engañando a la gente». Esa verdad que Francisco enseña es su expediente laboral, junto con un documento oficial titulado, textualmente, «certificado negativo de pensionista» . Sin ingresos, Francisco lleva una década alimentándose en comedores sociales Cuando las limosnas se lo permiten, duerme en una pensión barata. O al raso, como hizo el verano pasado.
Pese a los golpes, Francisco posee un optimismo inquebrantable . Considera que tuvo suerte cuando pidió posada en la casa de acogida de Campo Madre de Dios el 16 de marzo, primer día laborable tras la instauración del estado de alarma. Quedaban plazas libres, y eso le permitió resistir el confinamiento hasta su traslado al actual albergue. Allí dispone de una humilde habitación en la que ve pasar el tiempo con sus aficciones. Francisco lee (un libro sobre sectas con Jiménez del Oso en la portada ) y dibuja (recortes de revistas). Y de vez en cuando, siempre en el patio, disfruta de su «único vicio», el tabaco . Durante la entrevista, un amable vecino de puerta le regala un cigarrillo ya liado, el símbolo de la solidaridad de los pobres.
Noticias relacionadas