Coronavirus Córdoba
Lucena, una ciudad que vive entre el remordimiento y el miedo al virus
La ciudad vive agitada la grave escalada de casos que hay quien achaca a los malos comportamientos
Una corona de flores y una docena de cirios intentan llenar desde hace unos días el vacío que ha dejado «Pepón», el vendedor de la ONCE que cada día derrochaba simpatía y amabilidad en la esquina de la parroquia de San Mateo con la calle La Villa, en pleno centro de Lucena. Su muerte por Covid , prematura e inesperada, inundó redes sociales y grupos de WhatsApp el pasado fin de semana, de aciago recuerdo para el municipio con tres fallecimientos por coronavirus, encendiendo todas las alarmas en una de las ciudades medias andaluzas menos afectadas por la primera ola de la pandemia y sorprendida, en pleno verano, por una continuada escalada de la curva de contagios.
Los datos del pasado viernes, con 157 nuevos positivos y un índice acumulado de casi 600 casos por 100.000 habitantes en los últimos 14 días, ha terminado de dejar claro -incluso para los más descreídos- que Lucena se enfrenta a una situación que el propio alcalde, Juan Pérez, califica como «muy delicada». Así se traduce en las calles del siempre bullicioso centro de la ciudad cordobesa.
A escasos veinte metros del improvisado homenaje floral en recuerdo de «Pepón», en la Plaza Nueva , un grupo de mayores comenta bajo los naranjos el importante descenso del número de personas que pasean por la calle: «Hoy no hay ni la mitad de gente que otros sábados», asegura uno de ellos, mientras otro le responde que él no ha dejado de salir «ni un solo día» desde que se levantó el estado de alarma: «Con mi mascarilla voy yo a cualquier parte, sin miedo». Un tercero le advierte de los riesgos: «Pues ten cuidado, que ya tenemos a tres o cuatro de la tertulia metidos en casa con el bicho ». Un momento de silencio da pie a la reflexión: «Muchas fiestas en los campos y mucho sinvergüenza que no respeta la cuarentena. Así esto no hay quién lo pare». Todos asienten.
Junto a ellos, las terrazas de la Plaza Nueva son un termómetro de la situación. A las once y media de la mañana de cualquier sábado las mesas estarían llenas de cafés, tostadas y churros entre la animada charla matinal, pero hoy apenas cuatro o cinco veladores están ocupados, ofreciendo un paisaje urbano desolador y nada convencional de este punto del entramado urbano lucentino del que parten las principales arterías comerciales de la ciudad. «En la última semana hemos perdido más de la mitad del negocio , yo diría que hasta tres cuartas partes», asegura el responsable de uno de los establecimientos, que añade que «solo se mantiene un poco la primera parte de las mañanas, pero la tarde está muerta». En otro de los bares una camarera afirma que «parece que la gente tiene miedo, hay muchos con coronavirus y ya no es solo la terraza, que ha caído bastante, sino que ha bajado mucho la gente que ves por las calles».
Las Torres
En Las Torres, a espaldas del Ayuntamiento , cinco personas esperan su turno para acceder al cajero y se quejan de la espera. Una de ellas culpa de la situación «al gobierno», sin especificar mucho más quien en es el blanco de sus críticas. « Más mano dura es lo que necesitamos, ante la irresponsabilidad mano dura», asevera. Mientras, una joven intenta sin mucho éxito explicar que la situación «no es tan grave como nos dicen los medios de comunicación». La conversación se anima y salen a colación la suspensión de la desinfección de las calles por parte del Ayuntamiento, la negativa del presidente de la Junta a «confinar» Lucena, la sinrazón de « meter en un aula a treinta chiquillos mientras no pueden ir a un parque infantil al aire libre» o los retrasos en la comunicación de los resultados de los test PCR. Son terrenos comunes, argumentos reiterados en una ciudad que intenta rebelarse, por igual, contra el fantasma de un nuevo confinamiento y la amenaza de una transmisión comunitaria del virus.
Y es que, junto a la hostelería , el comercio lucentino tiembla ante la posibilidad, siquiera remota, de tener que cerrar sus puertas, pero también ante la expectativa de que una drástica restricción de la movilidad les deje sin la escasa clientela de estas últimas semanas. «Desde hace una semana se está notando mucho la caída de ventas, hay menos gente», afirma la propietaria de una tienda de lencería y complementos de la céntrica calle Las Torres, que añade que «ahora parece que llegan con miedo, preguntan si puede pasar aunque la tienda esté vacía, intentan mantener la distancia de seguridad, apenas tocan los productos, no es lo mismo que hace unos días, cuando casi teníamos que llamar la atención a algunos clientes».
La opinión es coincidente con la de la dependienta de una zapatería en la calle Juan Palma y queda plenamente corroborada ante la visión de una calle El Peso , principal artería comercial y peatonal de la ciudad, semidesierta para lo que suele ser un sábado «normal», con tiendas solitarias a las doce y media de la mañana. «La temporada se animó un poco con las rebajas , julio estuvo bien y la gente tenía ganas de comprarse ropa, había cierta alegría, pero las noticias de los últimos días han sido un mazazo y el negocio esta por los suelos. Si seguimos así tendremos que cerrar, como ya han hecho otros compañeros», admite el dueño de un establecimiento de moda en una calle El Peso a la que empiezan a poner una nota de color algunos jóvenes que toman posiciones en las mesas altas de los bares tradicionales para la «cañita» y la tapa del medio día. Al mal tiempo... buena cara.
Remordimientos
Lucena es ejemplo paradigmático que lo que ha sido este verano atípico en buena parte de España y deja claro que la balanza sobre la que se depositó el complicado equilibrio entre preservar por encima de todo la economía o la salud ha terminado cediendo en favor de un descontrolado crecimiento de l a curva de contagios. Hoy casi todo el mundo tiene un conocido o un familiar que ha sufrido la infección o ha estado en situación de cuarentena.
«En julio parecía que no pasaba nada, todos contentos, pero en agosto llegaron los positivos y las visitas de familias enteras y grupos de amigos al ‘auto-covid’. Ahora toca ‘apechugar’ con lo hecho», confirma, casi asumiendo su parte de irresponsabilidad, un joven que fuma sentado en uno de los bancos del paseo de Coso. Cerca, dos niños con mascarillas de superhéroes miran con desilusión el precinto que impide el paso al parque infantil.
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