Coronavirus Córdoba

Judería, la joya milenaria de Córdoba que la pandemia ha convertido en un desierto

El meollo del centro histórico no despierta de la pesadilla de la pandemia: hoteles y tiendas cerrados, apenas bares y restaurantes operativos y con el turismo bajo mínimos

La calle Deanes, con casi todos sus tiendas y restaurantes cerrados ROLDÁN SERRANO

Rafael A. Aguilar

EL turismo es ahora una actividad de valientes. Susana Iribar y su novio, Amador Setién, alardean de su carácter arrojado. «Nosotros nos conocimos en Estambul , en una parada de un interrail que empezamos cada uno por nuestra cuenta y que acabamos juntos, y nos va el espíritu viajero. Así que el coronavirus no nos va a acobardar: en cuanto las circunstancias nos lo han permitido nos hemos plantado aquí. Venimos de Bilbao », explica ella mientras esperan a una guía en una esquina de la calle Deanes. «Y lo bueno es que ahora tenemos el centro histórico para nosotros solos, como quien dice. Hay que mirar el vaso medio lleno, ¿no?», añade él.

«Nosotros abrimos porque somos argentinos», defiende el dueño del restaurante «La Tranquera»

La ventaja de pasear por La Judería sin aglomeraciones y de entrar a la Mezquita-Catedral sin preocuparse de las colas es, sin embargo, un tormento para los bares, las tiendas y los hoteles del enclave, la mayoría de los cuales están cerrados y en algunos casos preparándose para abrir. Los que tienen sus mostradores o sus barras a disposición de los clientes se pueden contar con los dedos de una mano, o de dos a lo sumo. El índice, por ejemplo, sirve para anotar a La Tranquera , un argentino situado en el número 53 de la calle Cardenal González , y que regenta Gonzalo Fidalgo. «Nosotros abrimos porque somos argentinos», defiende el dueño, Gonzalo Fidalgo, a modo de sentencia.

Gonzalo Fidalgo mantiene operativa «La Tranquera» en Cardenal González; es una excepción ROLDÁN SERRANO

A continuación se explica: «Porque aquí, a nuestro restaurán, viene el cordobés, no sólo el turista, por la oferta que tenemos: la cafetería de desayunos más elaborados con aguacate y zumos naturales que tenemos justo enfrente lo mantenemos cerrado. Pero en La Tranquera empezamos a funcionar hace un mes y medio más o menos, primero con el ‘ delivery ’, y sólo veníamos una cocinera y yo, y después empezamos a servir en las mesitas; días después nos lanzamos con el ‘take away ’, que no ha ido mal», agrega.

«La verdad es que pensábamos que junio iba a resultar peor, y si comparamos con el resto de los restaurantes... Por aquí no hay nada abierto: lo que es puro flamenquín y salmorejo, que es un producto enfocado al visitante, está chapado. Otra cosa son los locales de La Ribera, que sí están abiertos casi todos, porque el cordobés empezó a andar más de la cuenta por el tema de que estuvo mucho tiempo metido, y lo hizo al lado del Guadaquivir », analiza el restaurador, que se decidió a reactivar el negocio en cuanto se lo permitieron las normas del estado de alarma para poder hacer frente al alto alquiler que paga por el local. La Tranquera y la cafetería anexa suman doce empleados, cuatro de los cuales están aún afectados por un ERTE que la empresa puso en marcha a mediados del pasado marzo. «No los podemos levantar todavía porque no damos para tanto», lamenta Fidalgo.

El propietario del Bar Santos: «Tenía que empezar a funcionar porque a mis hijos no les doy de comer sentado en mi casa»

En el 3 de Magistral González Francés hay una duda por cada paso. ¿Cómo van a guardar la distancia social los clientes del bar Santos que tienen por prolongación de la taberna un muro bajo ( ‘andén perimetral’ en el lenguaje especializado) de la fachada de la Catedral ? ¿Cuántas tapas de tortilla, de la tortillita que se come en la Mezquita como decía el lema de hace años, caben sobre en él si entre plato y plato y comensal y comensal ha de haber un metro y medio de separación? El tiempo dará las respuestas, ahora que su propietario, Jesús Maldonado, acaba de abrir. «Cerré el 14 marzo . Y tenía que empezar ya a funcionar porque a mis hijos no les doy de comer estando sentado en mi casa», esgrime mientras muestra las señales que ha colocado en el suelo del bar para que los clientes no se aproximen del todo a la barra.

Carteles que avisan de las medidas de seguridad en la vitrina de las tortillas de Santos ROLDÁN SERRANO

Otras de la zona están con la cancela echada desde que empezó el estado de alarma que ya ha finalizado. Es el caso, por ejemplo, de los insignes El Churrasco o El Caballo Rojo , que sopesan aún en qué momento colocarán de nuevo los manteles y les darán alegría a los fogones. Los de Casa Pepe son de los únicos que han estado activos durante la pesadilla de la pandemia, en una primera fase con la puesta en marcha de un servicio a domicilio o de recogida de raciones en el bar y después con una atención ‘in situ’ con estrictas normas de seguridad.

Los hoteles no las necesitan. Porque están cerrados. ¿Dónde habrán ido a parar los grupos de japoneses que le daban vida al trajín de maletas en las puertas del Mezquita , de El Conquistador o del Maimónides , todos con carteles que informan a quienes quieran leerlos que por el momento no hay planes para volver a acoger a viajeros? Tampoco hay un horizonte claro para regresar a la normalidad en el mesón el Bandolero, en la Casa del Pedro Ximénez o en Bodegas Mézquita , cerradas a cal y canto.

El hotel El Conquistador no está operativo ROLDÁN SERRANO

Porque quien ha tenido arrestos para volver al servicio lo ha hecho más que nada movido por un acto de fe. Son innúmeras las tiendas de recuerdos que permanecen con sus persianas echadas. Cuesta habituarse: qué sensación más extraña la de caminar por deanes sin que la mochila se enganche a un delantal de lunares, a un capote con la torre de la Catedral sobreimpresa, a un sombrero que tenga escrita en su cinta «I love Córdoba» , o a un azulejo que diga «Aquí vive el Rey de la Casa».

Pesimismo comercial

Exclusivas Carmen, emplazada en la calle Cardenal Herrero , es una excepción: Sole y María del Mar se afanan en colocar el género: «Abrimos solo unas horas al día, y más que nada para preparar el local, arreglarlo, limpiarlo,... porque clientes no hay. El ochenta por ciento o así de las tiendas no piensan ni abrir, algunos dicen que hasta septiembre no lo harán, sobre todo teniendo en cuenta que los meses de verano no son fuertes para nosotros. Se nos han ido las mejores fechas de venta, que son abril y mayo», se quejan las vendedoras.

El lamento de Rafael Moral, el dueño del establecimiento de souvenirs de la calle Deanes que lleva su apellido, es similar si bien su forma de expresarlo es más ácida. «Esto es como vivir en la nada. Sólo vienen cuatro curiosos, y además amargados porque no tienen dinero para comprar. He abierto esta semana para que la tienda se ventile», reflexiona. «También he abierto porque no aguantaba más en casa: todo el día recibiendo mensajes de ‘paga, paga, paga’. Y paga con recargo. Paga agua, paga basura, para impuestos... Y llega un momento en que te bloqueas y no te conoces ni tú mismo y abres aunque sólo sea por despejarte. Por un instinto de supervivencia. Aquí se dice que nos están ayudando socialmente, pero es mentira, lo que están haciendo es hundiéndonos», se extiende.

Vista del Palacio Episcopal y la Mezquita-Catedral sin apenas viandantes ROLDÁN SERRANO

El más que desangelado panorama de La Judería se completa con la ausencia casi total de dos figuras sin las que la descripción del enclave quedaría incompleta: los coches de caballos y las vendedoras de romero que a cambio de unas monedas leen el destino de los paseantes. Apenas hay rastro de ellos. «Quién va a querer pasearse con nosotros, con la que está cayendo. Porque un cordobés es un muy raro que nos pida que le demos una vuelta por la ciudad, que ya conoce de sobra, y extranjeros apenas hay, y los que vienen va a sota, caballo y Rey », suscribe el responsable de un carruaje que espera a algún cliente en el estacionamiento que tienen reservado en los Santos Mártires .

«Pichón, ven aquí: lo que yo te diga del covid no te lo dice ningún doctor», ofrece una vendedora de romero

Mención aparte merecen las disquisiciones de la portadora de una rama de romero que se resguarda del sol en una sombra de la entrada a la Filmoteca : «¿Te leo si alguno de tus seres queridos ha sufrido o va a sufrir con el covid, pichón?», pregunta la mujer. «Llévate el romero y dame algo, que estamos en crisis otra vez. Lo que yo te diga viéndote la mano no te lo va a decir ningún doctor. Anda, ven aquí. Pichón».

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