Coronavirus Córdoba

Cruz Roja con los más necesitados: cuando no hay ni para comer

ABC asiste a la labor de Cruz Roja dentro de su programa «Reparto de Alimentos», que amplía su actividad

Carga de vehículos con alimentos RAFAEL CARMONA

Estrella Serna

«Por favor, no me saques en las fotos». No son las colas del hambre, más bien las colas de la vergüenza . La vergüenza que le da a una madre de 30 años de no poder ni siquiera dar de comer a sus hijos porque desde el año pasado ya no le salen casas para limpiar y el sueldo de su marido , «que trabaja en lo que le va saliendo», tan solo les da para pagar el alquiler y las facturas pero no estira tanto como para alimentar a sus tres hijas, para ropa, para el material escolar; «nuestras familias nos ayudan pero no están en una situación mejor que nosotros» dice esta vecina cordobesa de un bloque cualquiera de un barrio popular de la ciudad .

Más allá del carrito

Ella es una de las 750 personas a las que Cruz Roja asiste en su programa de «Reparto de Alimentos» , activado desde que empezó la pandemia; 500 derivadas de Servicios Sociales del Ayuntamiento de Córdoba y otras 250, de sus propios programas. «El servicio va mucho más allá del carro de alimentos semanal», explica a este periódico Carmen Conde, la técnica de Intervención Social que coordina este programa de «supermercado» solidario, un servicio perfectamente organizado y con una gestión compartida con las instituciones públicas para evitar las duplicidades asistenciales.

Dos mujeres clasifican alimentos RAFAEL CARMONA

En una nave del Polígono de La Torrecilla , una decena de voluntarios se afanan en clasificar los alimentos y repartirlos según el perfil y las necesidades de las familias, si necesitan alimentos infantiles, más lácteos, galletas, aceite, cacao para los desayunos, legumbres y todos los productos básicos que no faltan en cualquier despensa. Pero a todas las personas que llegan se les ofrecen todo tipo de recursos para superar su situación, desde formación para el empleo de la propia institución humanitaria, a cualquier otro recurso que haya en la ciudad a donde se las deriva si es necesario. No es el pez lo que se les ofrece, sino la caña.

Un servicio que cumple una doble función social, también vital —en el sentido pleno del término, revitalizar— para los voluntarios, señores y señoras de la tercera edad: «Venir a Cruz Roja es lo que me ha devuelto la vida» cuenta una dulzura de mujer a la que la vida de ha dado un fuerte azote recientemente y que se repone ayudando a los demás al igual que Paco, un cocinero jubilado que distribuye los alimentos muy cuidadosamente en el almacén: «a mí me gusta más estar aquí detrás, es muy duro escuchar las historias de las familias que vienen porque no tienen con qué alimentar a sus hijos; he llegado a ver a gente con la que me cruzo a diario en la calle que tenían sus trabajos, sus coches y que ahora se ven obligados a pedir ayuda».

Sin embargo, la confidencialidad es tal que cuando alguien se acerca, por turnos, para evitar aglomeraciones, presenta su documentación o autorización del familiar y se le asigna un número, para que en ningún momento trasciendan su nombre o apellido. Nicolás es el voluntario de la puerta, también cocinero jubilado y con ese carácter de cordobés simpático y entrañable que para todos tiene un chascarrillo, «hay que animarles, muchos vienen muy avergonzados y yo les digo que todo sea eso, que por suerte está Cruz Roja para echarles una mano».

Él atesora testimonios que comparte a duras penas y que rompen todos los estereotipos tales como «no trabajan porque no quieren» o «qué fácil es pedir».

La triste realidad

Nada más lejos de la realidad. María accede a contar que tiene un hijo autista y que la echan sistemáticamente del trabajo porque tiene que atender al pequeño. «¿ Conciliación ?, eso es solo para las mujeres ricas» se lamenta. Su marido era conductor, tuvo un accidente y ahora tiene problemas en una rodilla. También lo echaron del trabajo y ahora «trabaja de lo que le sale». Con eso y sus 200 euros de paro pagan el alquiler y las facturas. La terapia de su hijo se la pagan sus familiares por lo que “desde hace un año tengo que venir a pedir comida porque no puedo abusar más de mi familia y no me sale trabajo en nada».

Un voluntario de la organización con un listado de beneficiarios RAFAEL CARMONA

«Quédate con mi número y si te enteras de cualquier cosa, llámame por favor», dicen algunas personas que van a por su carro de la compra porque «necesito trabajar, así no puedo seguir». Por eso no solo comida llevan en los carros , tanto Carmen, Paco, Nicolás y el resto de voluntarios les llenan las despensas de ánimos y muchísimo cariño que, sobre todo, a este grupo de voluntarios que peina canas, le sobra para dar y regalar.

Hasta el canario de un usuario pilla algo, «toma la bolsa de alpiste, hombre, que nos la ha dado la voluntaria Gema» le dicen a un usuario que no puede evitar emocionarse y decir la palabra más repetida: «Gracias».

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