CORONAVIRUS EN CÓRDOBA
Coronavirus | Córdoba, capital del silencio
Los vecinos asumieron desde ayer y con pocas excepciones las limitaciones para salir a la calle y los bares cerraron
Impresiona . Sobrecoge . Parece increíble. Como si todo estuviera suspendido . Nadie de aquí está hecho para esta distancia, para estos silencios en las calles casi desérticas . Para esta soledad. Para esta incertidumbre. Para este miedo. De un día para otro todo se ha derrumbado . Todas las costumbres, todas las inercias. Córdoba , como toda España, como gran parte del mundo, es un sitio que está literalmente tomado por algo que se parece mucho al pánico .
Llegó ayer la mañana a Córdoba sin que las persianas de las cafeterías auguraran el disfrute y el ocio del fin de semana, sin el vocerío de los niños en bicicleta acompañados de sus padres camino del parque. Solo rugían, tímidos, algunos turismos en las avenidas poco concurridas y los autobuses de Aucorsa que iban medio vacíos no se sabe adónde. Porque la realidad es que no hay ningún sitio al que ir. La orden es quedarse en pijama. Y Córdoba, en líneas generales, la acató.
Poco después de las diez de la mañana solo caminaban por la avenida de Las Ollerías vecinos con bolsas de la compra o con carritos camino del supermercado, que ya para entonces habían registrado colas de ansiedad. Justo en la esquina de la Malmuerta con el paso de peatones que va a dar al Parque de Colón había un bar abierto un hombre embebido en su cigarro como la emergencia no fuera con él. Pasa un señor mayor y le mira mal, como si estuviera tentado de reñirle sin atreverse del todo.
El quiosquero de la esquina de Ronda de los Tejares con Puerta Osario mira a quien lo observa con un gesto que medio desafía y que a la vez es un principio de disculpa, como si con los ojos quisiera decir: «Qué pasa, que lo mío es un servicio de primera necesidad». Más cafeterías cerradas, más tiendas con las mallas metálicas sin levantar hasta el cruce con Cruz Conde, con dos o tres jubilados con el periódico bajo el brazo, una pareja de jóvenes que se besan en la puerta de Correos como si no fuera a haber un mañana y un ciclista que se suelta de manos a su altura y les aplaude. Las Tendillas es la zona cero de una ciudad que, en verdad, a esas hora apenas existe.
La gente se asoma a las ventanas de sus salones como el preso que busca el sol para olvidarse de su reclusión. Ocurre en San Felipe. Una mujer mayor levanta su bastón desde su terraza y le hace una señal de saludo a un desconocido que camina cerca de iglesia de San Nicolás. Ocurrió también en una perpendicular de la plaza de San Agustín: un veinteañero le hace carantoñas a su novia, ella en la ventana de una primera planta, él en el empedrado. «Bueno, cari, luego hacemos un ‘Facetime’. Te quiero». Eso son los abrazos a los que hay que irse acostumbrando.
Sobre las dos de la tarde la ciudad sigue paralizada . Es una ciudad sin ciudadanos . Hay excepciones. Un empresario con buena fama en Córdoba ha salido a comprar algo de comer y en una charla breve confiesa su temor: « Mi padre tuvo que vérselas con la Guerra . A mí me ha tocado esto . Lo estamos pasando fatal, vamos a tener que tomar medidas muy serias durante un tiempo. Menos mal que los trabajadores están entendiendo que se trata de una situación extrema», comenta a un metro de distancia de su interlocutor en Puerta Gallegos.
En La Victoria no hay nadie , ni en los jardines de Agricultura tampoco y en el Vial se pueden contar con los dedos los viandantes entre la antigua estación y el Go Fit, cerrado a cal y canto. Una taberna de cierta calle cercana permanece abierta a esa hora ya del almuerzo: tres compadres están en la puerta con sus medios de vino y fumando. «Les debería dar vergüenza», se escucha.
En la plaza del Chimeneón un hombre de mediana edad vuelve de unos recados arrastrando un carro de la compra y lleva de la mano a un niño de unos cinco años. Viéndolos vienen a la mente las imágenes de la novela o de la película «La Carretera» : las de un mundo asolado por algo que está más allá de la incertidumbre