Coronavirus Córdoba

La epidemia en el barrio con más ancianos de Córdoba: Fuensanta, el caimán se queda en casa

El enclave con más población envejecida de la ciudad, resiste el confinamiento con los pequeños comercios llevando alimentos a los mayores y salidas contadas a la calle

Una vecina de La Fuensanta pasa delante de una tendera VALERIO MERINO

Rafael A. Aguilar

«ESTO es lo que nos faltaba: si de por sí a este barrio le faltaba vida nos tropezamos con esta desgracia, con el coronavirus ». Lo dice Manuel Caballero, un vecino de la avenida de Nuestra Señora de la Fuensanta a las doce de la mañana junto al quiosco al que va cada día a comprar el periódico. «Uno es de costumbres fija, qué le vamos a hacer. De lo que doy gracias es de que por lo menos me dejan bajar cada día a por el periódico o a por el pan: a mí eso me da la vida», añade. Su historia es pareja a la de miles de cordobeses: la vida entre cuatro paredes desde hace dos semanas y pico.

«Mire, yo he sido maestro toda la vida y he tenido inquietudes intelectuales desde siempre, así que esto que nos está pasando es una oportunidad de observarnos. Yo ahora, por ejemplo, miro a mi señora como nunca la he mirado», expresa con confianza ante el desconocido. ¿Y cómo la mira? «Pues de otra manera: ahora valoro más lo que ha hecho toda la vida, que es ocuparse de la casa y de nosotros, de mí y de los tres nenes, mientras nosotros íbamos al trabajo o a la escuela. Creo que esto nos está uniendo más», continúa. «Nos une en primer lugar porque vivimos juntos, sin salir, y ya no hay secretos. Tengo a los dos mayores estudiando oposiciones, quieren ser maestros como yo, y en parte por eso hay una disciplina militar con los horarios. La que lo está pasando peor es la chica, que yo le digo la chica aunque esté por cumplir los veinticinco, que anda con mal de amores y así como estamos, con el confinamiento, no hay quien se quiera».

Una pelea entre los deudos de un fallecido junto al cementerio: «Está la cosa como para discutir»

La confidencia la rompe el ruido que hace una pelea en la puerta trasera del cementerio de San Rafael : dos familiares del fallecido han empezado a pegarse en plena calle ante la mirada atónita de un taxista y de la dueña de la confitería Nuestra Señora del Socorro , Mercedes León. «Está la cosa como para perder el tiempo y la energía en pelearse. Con la ruina que tenemos encima», se queja la propietaria del pequeño establecimiento situado en la avenida Virgen Milagrosa .

«Yo tengo abierto porque vendo el pan, que es un artículo de primera necesidad, pero no puedo servir cafés ni desayunos, pero pagar los impuestos y la cuota de los autónomos tengo que pagarlos. Y luego cogen y te recomiendan que si te ves muy mal que pidas un crédito: para qué, ¿para pagar los impuestos? Aunque sea con un interés muy bajo yo no puedo permitírmelo. Lo que necesitamos los pequeños comerciantes es una inyección de liquidez para que las familias podamos vivir», declara la mujer. «Llegará un momento en que no pueda pagar y si no puedo pagar pues no pagaré, porque lo primero es que en mi casa no falte un plato de comida», concluye. «Y Jacobo, el de la frutería, está igual. Pregúntele».

Ayudando a su tía a los 75 años

Concepción Valderrama espera su turno en la frutería para comprar tomates y plátanos. Tiene 75 años y es vecina de Virgen Milagrosa de toda la vida. Lleva una mascarilla de tela que le ha regalado una amiga. «Paso el día en mi casa y por la noche me voy donde mi tía, que está muy mayor, a hacerle compañía», declara. «Como vivo aquí cerca aprovecho por las mañanas a venir a comprar las cosas de comer y por las noches se las llevo a mi tía. Dentro de lo malo que es esto no lo estamos llevando mal del todo».

«Estoy jubilado y echo de menos mis paseos, que me venían bien para la circulación», dice un vecino

A Concepción la atiende Catalina Aguilar, que da cuenta de cómo ha cambiado el negocio en los últimos quince días. «Cada vez viene menos gente a la tienda, pero movimiento sigue haciendo. Lo que pasa es que ahora, en vez de venir, nos hacen los pedidos por teléfono y nosotros se los llevamos a las casas, y así los clientes no salen. Además de las frutas y de las verduras lo que más piden es el pan», suscribe.

José, jubilado, va de vuelta a su casa con un par de teleras junto a la plaza del Pocito , en la que una operaria de Sadeco desinfecta el empedrado aledaño al afamado. «Del piso salgo yo solo, y una vez al día. Estoy jubilado y echo de menos mis paseos, que me venían bien para la circulación. Ahora hago flexiones en el balcón. Hasta que dan las ocho, que salimos todos a saludar a los vecinos. Esto nos está uniendo», afirma.

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