Coronavirus Córdoba

ABC, en una residencia de mayores | Vejez de hierro para sobrellevar el Covid-19 en Córdoba

Dos redactores pasan una mañana en la residencia de ancianos María Auxiliadora de las Electromecánicas, marcada por la ausencia de visitas de los familiares

Un trabajador de la residencia bromea con una de las internas Valerio Merino

Rafael Á. Aguilar

Recuerda que una vez fue joven . Que tuvo sueños altos. Muchos. Que cumplió algunos. Que otros se quedaron en el camino. «La vida es más corta de lo que parece: aprovéchela, que se pasa volando», dice. Supera los 90 años . Comparte una de las salas de estar de la residencia de mayores privada María Auxiliadora , en el barrio de Electromécanicas, con tres abuelos más. Kirk Douglas está subido encima de un vagón de un tren del Oeste en la película que da la televisión a esa hora. «Espartaco es un fenómeno» , comenta el hombre del sillón de al lado, que tiene su dentadura descansando en un vaso colocado en la mesa junto a un cómic. «Ahora van a llegar los indios y ya tenemos la fiesta montada: sé mucho de las películas de lucha porque mi marido, que en paz descanse, me hacía verlas todas con él», sonríe la anciana. «¿Que si viví la Guerra Civil? Sí, pero entonces era una chiquilla. Eso fue una desgracia . ¿Que si esto me recuerda a aquello? No diga usted tonterías. Esto no es una guerra, esto es otra cosa. Una guerra es no tener para comer, que se lleven a tu padre una mañana y que ya no lo veas más en tu vida. La guerra es tener miedo siempre », reflexiona la nonagenaria.

Una manera de espantarlo, al miedo, es escribiendo. «Cojo el bolígrafo y me salen solas las cosas en el papel. Me ayuda a recordar, a expresar los sentimientos que tengo dentro . Es bueno sacarlos fuera, no quedárselo todo para una», dice otra de las treinta y seis internas de esta institución geriátrica de Poniente que acaba de poner su firma en una misiva que tiene por destinatarios a los huéspedes de otra residencia de la ciudad. «Gracias a la ayuda de una red de voluntarios hacemos intercambios de cartas . Nuestros mayores las redactan poniendo lo que están sintiendo con el coronavirus y nosotros se las enviamos a otros abuelos: es una manera de compartir experiencias, de que se den apoyos entre unos y otros», señala María Pareja , una empleada del centro.

Va a llegar la hora de comer y los ancianos, algunos con ayuda de andadores o del personal de la entidad, se desplazan despaciosamente desde la sala de estar principal a las habitaciones del comedor. «Solo hay que mirar cómo se sientan en la mesas, dejando siempre espacios libres, como en la sala de las butacas, donde se éstas se ocupan de forma alterna para mantener las distancias », afirma el director de la residencia, Rafael Criado. «Estas medidas de seguridad nos han obligado a hacer algunos cambios en las estancias del complejo», una casa baja situada en la calle Julio de Arteche, muy cerca de la iglesia de «la Letro». «En una de las entradas, que antes la teníamos libre, hemos colocado sillones y mesas para que las personas puedan estar más amplias», apostilla el máximo responsable de la residencia qu e ha pasado con éxito las pruebas sobre el Covid-19 a las que han sido sometidos sus beneficiarios y su plantilla -36 ancianos y 22 empleados-. «Todos hemos dado negativo, pero estamos preparados para lo que pueda pasar», defiende Criado.

Hora del café en la residencia Valerio Merino

Los cambios

¿Cuáles son los detalles del cambio de la vida dentro de del equipamiento geriátrico a la que ha obligado la pandemia? «Nuestros mayores, que pernoctan aquí, siguen haciendo las mismas cosas, siguen teniendo las mismas rutinas y los mismos horarios, las mismas actividades: esta tarde, por ejemplo, tenemos bingo , que les encanta. La única, pero gran diferencia, es que ahora no pueden recibir las visitas de sus familiares, de sus hijos o de sus nietos . Y eso unos los llevan mejor y otros peor», apunta Pareja. «P or lo general -agrega- entienden bien qué estamos viviendo, qué nos está pasando. Aunque es cierto que a algunas personas tenemos que explicárselo más detenidamente, más de una vez», completa.

A falta de contacto personal con los parientes, la residencia ha potenciado las llamadas telefónicas y los encuentros por otros medios tecnológicos, sobre todo por videoconferencia. Además de las que los ancianos realizan a través del móvil , las más de las veces con el apoyo del personal de la institución, el centro ha habilitado un ordenador para este mismo fin y ha contratado una línea de telefonía auxiliar. «No es lo mismo, pero da el apaño. Esto nos tiene a todos sacrificados, sin ver a los hijos ni a los nietos, esto es una ruina. Me llaman todos los días. No es lo mismo que verlos, la verdad», se duele Purificación Córdoba, de 77 años. A su lado, María, de 81 años, subraya que «entre nosotros nos damos ánimos y es importante que mis hijos y mis nietas me llaman a diario, y los veo por conferencia de vídeo».

Interviene Rafael, el director: «A los residentes les preocupa también que sus hijos que tienen que seguir trabajando puedan coger la enfermedad, o que se hayan quedado sin trabajo : eso supone para ellos otro motivo de estrés. Nuestra función es tranquilizarlos. Hacerles ver que todo va a salir bien».

Para cualquiera que tenga los ojos bien abiertos es evidente que la residencia, que se integra en la red de la Asociación Cordobesa de Unidades de Estancia Diurna (Acued) , ha extremado las precauciones. Prueba de ello es que el equipo de ABC que ha entrado en sus instalaciones para narrar su vida diaria tiene que someterse a la misma maniobra de comprobación y de higiene que sigue cualquier empleado que acceda al centro o los proveedores que dejan la mercancía en la cocina. «Por favor, pongan la suela de los zapatos en ese barreño de lejía durante diez segundos; a ver la mascarilla que llevan si reúne los requisitos, que les tape la nariz también; colóquense la gasa en el pelo, y los guantes, también la bata. Y dejen las mochilas en la antesala», les pide el responsable del centro a los reporteros. Los trabajadores de una funeraria que fueron hace unos días a recoger a una persona que falleció por causas ajenas a la Covid-19 guardaron, por ejemplo, este mismo protocolo. «Toda precaución es poca» , recalca Criado cuando el personal se afana en que cada interno, preparado para tomarse la comida, no se olvide de su medicación.

Trabajadores de la residencia Valerio Merino

De Francia a Valsequillo

La tele sigue puesta y Kirk Douglas ya se ha bajado del tren y ahora galopa por una pradera con ventaja sobre el caballo del malo. Guillermo, de ochenta y cinco años y que lleva diez en María Auxiliadora, mira de vez en vez a la televisión mientras espera el plato de comida . «Tengo una hermana en Francia y viene todos los años a verme por Semana Santa, pero éste no ha podido; allí están también todos confinados. Me ha dicho por teléfono que nos veremos en agosto , cuando es la fiesta de nuestro pueblo: Valsequillo », detalla junto al aparato portátil que le suministra oxígeno.

En una salita contigua aguarda el inicio del almuerzo otro interno metido, como Guillermo, en los ochenta. Su caso es atípico: hasta que empezó el estado de alarma era usuario del servicio de día de la residencia, suspendido como todos desde entonces. Cuando arrancó el confinamiento se quedó en casa y María Auxiliadora le llevaba allí la comida . El director explica que aquello no funcionaba: «No se tomaba la medicación, no sabíamos si se alimentaba bien. Y nos lo hemos traído». El anciano se cala una servilleta en la rebeca para empezar con el primer plato. « Pase lo que pase hay que estar alegre . Mañana será otro día y pasado otro...», se despide.

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