PASAR EL RATO
Córdoba y las palabras
El debate sobre el estado de la ciudad no pasará la historia. Sin sangre, sin elegancia, consabido, vulgar
La Córdoba que conozco corta muy bien el castellano, con gracia y elegancia. De la literatura y la política a los cortijos o a las tabernas. «Niño, que un hombre no se cría en un verano», me contaba mi querido doctor Barbudo que le dijo un encargado de cortijo para calmar la prisa de sus inquietos diez años. Juan Barbudo fue un gran médico cordobés, que dirigió el Hospital Provincial. Humanista, culto, ingenioso, excelente conversador. Qué podemos decir del uso del lenguaje en Antonio Gala o Pablo García Baena , ese genio bondadoso y humilde. Y de Antonio Gil y José Antonio Rincón, maestros de oratoria sagrada, con lo difícil que es encontrar hoy un pastor que no duerma a las ovejas. Conocí y traté a Rafael Cabello de Alba , orador de una brillantez poco común. Abogado del Estado, fue ministro de Franco, lo que no le impidió resultar deslumbrante con la palabra. Gabriel Rufián, por ejemplo, es un diputado republicano contemporáneo, un radical de izquierdas e independentista feroz. Y no obstante tantas cualidades, la palabra huye de él y no se deja alcanzar. Lo que demuestra que el lenguaje no hace nido en la ideología, sino en la inteligencia.
Uno ha dedicado más de la mitad de su no corta vida a intentar aprender el arte de la palabra. Empecé porque entonces no sabía que eso es imposible y siempre se está en el principio. En el principio es la palabra. Pues en ese principio está uno todavía y algo se le ha ido pegando. Desde esa familiaridad con mi ignorancia, sospecho que el reciente debate sobre el estado de la ciudad, mantenido el pasado jueves en el Ayuntamiento de Córdoba , no pasará a la historia de la retórica. Sin sangre, sin elegancia, consabido, vulgar. Uno no estuvo allí y escribe de lo que ha leído en los periódicos y visto en las fotografías, que dan indicios muy consistentes. Todo parece indicar que la alcaldesa leyó su discurso. Qué menos, si casi todos los políticos leen en España sus discursos. Oradores por escrito, un fraude. Lo que la alcaldesa pide para Córdoba le resulta a uno desconcertante: «Una ciudad feminista…, con un nuevo concepto de movilidad urbana que sea sostenible…, que venda su patrimonio…». Vender el patrimonio no será difícil, y mercado hay. Más difícil es entender lo de la «movilidad urbana sostenible», en el mismo nivel de luminosa bobada municipal que el «plan transversal de género». La movilidad obsesiona tanto al gobierno municipal que comunica que ya tiene un plan de movilidad para el Hospital Reina Sofía . Como si el Hospital se mantuviera inmóvil desde su fundación, y necesitara fisioterapia política para desentumecer las articulaciones. Ese ideal de ciudad, ¿cómo se conseguirá? «Con diálogo y firmeza, mirando adelante». Escribir y leer eso sin sonrojarse en el pleno municipal es para que los ciudadanos nos demos a la bebida, mientras Demóstenes brama desde su tumba con palabras fuertes y adecuadas, a ver si aprenden.
Hablan con rodeos, con tópicos , frases hechas, sinsentidos, sansiroladas, lugares comunes, hasta la exasperación del idioma. A eso ha quedado reducida la oratoria política. Hablar de cualquier modo, aunque se entienda, es despreciar al oyente. El lenguaje político precisa nivel, rigor, belleza, eficacia, y el ciudadano, no importa su nivel cultural, quiere todo eso de sus representantes. Lo preocupante no es el contenido, porque no hay contenido. Lo oscurece la forma. Una forma descontrolada, que aplebeya la expresión. Cuanto mayor es la propiedad de su lenguaje, mayor es la calidad del pensamiento de un político.