José Javier Amorós - Pasar el rato
Córdoba para vivir
«Adiós, me alegro de verte» ¿En qué otro lugar del mundo se dice una cosa así la gente por la calle?
Ayuntamiento y hosteleros se enfrentan por las sanciones a los veladores. Subirán los impuestos. Está parada la obra del Centro de Convenciones. Mil expedientes sin resolver en la Gerencia Municipal de Urbanismo. Quizá la cementera Cosmos acabe yéndose de la ciudad. Y sin embargo, qué bien se está en Córdoba, qué bien se vive en Córdoba, qué poco valoramos nuestra suerte. Ha llegado, sin prisa, el otoño. El cielo está aún azul y plácido. Una fraternidad de veladores sancionados se extiende desde la falda de la sierra hasta la ribera, y absuelve a Córdoba de todos sus excesos. «Adiós, me alegro de verte». ¿En qué otro lugar del mundo se dice una cosa así la gente por la calle? Los cordobeses se enseñan unos a otros a alegrarse por estar juntos y a cederse la razón, lo primero lleva a lo segundo. Han adquirido una dignidad moral que no depende del ser, sino del actuar. Hay música de violín en la Puerta del Puente. Las notas van a caer con dulzura sobre la lámina del río. Ahí es nada, que la ciudad se bañe cada día en agua de música. Mañana se habrá ido la violinista, tristemente. Y que nos quiten lo bañado.
Llueve. Hoy es San Rafael, y a uno le ha dado por escribir este artículo de amor a Córdoba. Lo hago pensando en Clara, que acaba de llegar. Llueve sobre los triunfos del Custodio. Llueve sobre los olivos, que ya se están descargando, sobre las encinas, sobre los castaños, sobre la piel satinada de los gamos y el plumaje encogido de los últimos gorriones. Un poco, llueve también en nuestro corazón. El arroz va a salir caldosito, como dice el inefable Vic. ¿Volverá a abrir Gaudí? ¿Volveremos a ser los mismos, nosotros, que no somos los de entonces? Las respuestas hay que pedírselas al maestro Javier Tafur, que llena los domingos de belleza literaria y pensamiento propio. Hoy todos somos inocentes; cada uno es únicamente lo que queramos que parezca. Porque hoy es San Rafael, que abraza a todas las ideologías y las expurga de dolor y estupidez. La alcaldesa parece una guapa y tímida profesora de colegio de monjas. El joven García, sonriente y jovial, inspira la confianza de un médico de familia que acaba de ganar la plaza y está por agradar a la clientela. Debería presentarse en los plenos con bata blanca y fonendoscopio. A Blázquez - «me gustas cuando callas, porque estás como ausente» - le compraríamos sin dudar un coche de segunda o tercera mano. Emana de él una bonhomía de barriada, un poco tosca aún. No se entiende que seamos capaces, los de los periódicos, de meternos agriamente con gente tan encantadora.
«¡Cómo de entre mis manos te resbalas!», Córdoba mía, y dejas en los dedos un aroma recental, a leche y a madre. La última sílaba de la palabra Córdoba se pronuncia con el mismo fruncimiento de labios que la palabra mamá. Algo tendrá que ver con ella. Una bilabial suave, que deja en el aire un calorcito, como si de la boca saliera un vaho de sol. Mañana habrá que volver a las trincheras, a tomar posiciones frente a las barricadas podemitas. Nos miraremos con hostilidad. El hombre será otra vez el lobo para Rajoy y Felipe González. Para Rajoy, muy principalmente, que parece más blandito. Pero hoy, ahora, aquí, qué bien se está en Córdoba. Córdoba para vivir. Córdoba nuestra. Córdoba siempre. Para toda la vida y para toda la muerte.