Pretérito imperfecto

Córdoba CF, paciencia infinita

Nuestro cordobesismo es una pose romántica condenada a sufrir por lo imposible

Partido del descenso del Córdoba Valerio Merino
Francisco Poyato

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Ni el eufemismo de la Real Federación Española de Fútbol para darle brillo a lo que fue siempre la Tercera División nos quita un ápice de desazón a los corazones blanquiverdes, hastiados, desorientados, castigados y resignados a un destino que ya no es nuestro.

Seis años para la caída en picada de la montaña rusa en que siempre ha vivido el Córdoba CF . Seis años para pasar del cielo al infierno con una trituradora de millones, expectativas y recursos humanos incapaces de hacer valer el tiempo del que siempre huye el mundo del fútbol. El deporte que nunca espera, tan vehemente como las pasiones que se vuelcan en una grada o en la pandemia desde el confinamiento. Seis años para estrellarse desde la Liga de las Estrellas.

La historia de este club es tan genuina y rocambolesca que cuando parecía alcanzar la estabilidad social y económica que nunca tuvo, se dio el castañazo más grande en lo deportivo. Y cuando sacaba pecho en el césped, los golfos posaban sus garras sobre la caja de caudales para destripar a la víctima propiciatoria sin escrúpulos.

Como una fina metáfora que nos insinúa que sin trucos ni trastiendas no se fía la supervivencia. Seis años en los que se han triturado más de 170 futbolistas, no mal pagados, dieciséis entrenadores, cinco presidentes, tres propietarios y decenas y decenas de canteranos desesperados y frustrados. Escenas imborrables como el gol de Uli Dávila en Las Palmas y la Guardia Civil tomando el inacabado Arcángel en una estampa de novela negra italiana.

Y en verdad que nuestra memoria más reciente, la que pervive en determinadas generaciones que ya empiezan a vacunarse, el rastro del Córdoba CF siempre lo hemos tenido en las categorías menos lustrosas de nuestro planeta balompédico. Fue una revelación a mis cuarenta años ver un partido en blanco y verde de Primera División, cuando mi alcancía de recuerdos me llevaba al bronce y el platino de los campos y los equipos de pueblo y transistor en onda media.

Así lo demuestra aquella noche de junio de 1999 en Cartagena , en la que vimos que había luz en el pozo y nos pareció llegar a la utopía de un fútbol profesional. Sólo nuestros padres y abuelos vieron una época dorada en otras décadas en las que este juego tenía sentimientos y no era un negocio, o al menos si lo era, mentaba ruina. Por eso nuestro cordobesismo es una especie de pose romántica condenada a sufrir por lo imposible y a vivir en la melancolía eterna.

Desconozco cuánto aguantará la corte bareiní del Golfo Pérsico que vio en el Arenal lo más parecido a sus desérticas mesetas. En honor a la verdad, han enterrado más dinero propio en el Córdoba que todos los ladrones juntos que iban a la oficina como opulentos empresarios. Si algo nos debe quedar es lo que esconde el himno de Queco, la ‘ pasión infinita ’; pero puestos a buscar remedios que nos hagan sobrellevar el duelo, por qué no un poco de paciencia infinita y dejar que el tiempo nos lleve a nuestro sitio como ha ocurrido en otros lares.

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