Jesús Cabrera - El molino de los ciegos

Una conversión saulina

Tom Hanks debería haber utilizado en Normandía el método Gestalt para reducir a los nazis con medios psicocorporales

He visto la luz. Sí, la otra noche caí del guindo y he decidido poner orden en mi vida con una revisión de mi pasado como converso al progresismo. Al descubrir la equivocación que ha guiado mi existencia he decidido cambiar mi escala de valores después de ese fogonazo repentino que me ha derribado del caballo cuando divisaba en la lejanía el Damasco amable de Hello Kitty. Lamento traicionarme a mí mismo, pero la contundencia de la revelación no me ha dejado otra vía. Ya soy equidistante. Así fueron los hechos:

La madrugada del pasado lunes estaba a punto de llegar en ese momento cierto en el que los párpados pesan como espuertas de arena mojada y algunos dedicamos ese tiempo a repasar la jornada, lo que incluye un vistazo más o menos detenido a las redes sociales, como termómetro de lo que se cuece a nuestro alrededor. En ellas encontramos desde la foto del gintonic que se ha tomado un propio mientras veía «Carlos Rey Emperador», hasta el retuiteo lanzado más con las vísceras que con la yema del dedo de un artículo de opinión siempre contundente, pasando por el selfie pedete, la foto del niño o los detalles de una comilona. En medio de esta selva de naderías, como flores exóticas, uno encuentra salpicado aquello que realmente interesa, enseña o deslumbra. Como decía, era ese momento en el que hay que soltar el teléfono para coger el libro que nos lleve a la somnolencia más cierta cuando un tuit comenzó a brillar con luz propia y a destacar sobre el resto. Decía que «la violencia sólo acarrea más violencia» y como un resorte descubrí lo equivocado que estaba hasta ese momento.

Mi primer instinto fue pensar en García Lorca, como promotor de la violencia y me lancé hacia el tomo de «Yerma» y comencé a arrancar sus hojas como Sabino Cuadra en la tribuna del Congreso de los Diputados a la vez que me preguntaba por qué la protagonista asesina a Juan en vez de practicar el buen rollo, citarle dos o tres frases de Jorge Bucay, encender una varita de sándalo para que se relaje y ponerle de fondo un disco de Rosa León. Desde ese momento, Lorca es para mí tan violento como Hollande en Raqqa. El hueco dejado por «Yerma» en la librería lo tapé con un libro de Mario Benedetti y me puse a buscar un punzón. Una vez hallado en el fondo de un cajón de la cocina localicé entre mis películas «El día más largo» y «Salvar al soldado Ryan» y rayé los DVD hasta dejarlos inservibles. No quiero que Robert Mitchum ni Tom Hanks me vuelvan a mirar más desde la pantalla embutidos en unos sangrientos uniformes militares, desconocedores de que en el desembarco de Normandía debían haber utilizado el método Gestalt para reducir al monstruo nazi con terapias psicocorporales de inspiración reichiana.

Ya me sentía relativista y hasta la letra de «La Marsellesa» me parecía cruel y sanguinaria, casi delictiva, ya que «la violencia sólo acarrea violencia». ¿Por qué Julio César no invitó a los hijos de Pompeyo a unos vasitos de hidromiel en la Ribera en vez de masacrarlos en Munda? Si Abel le hubiese prestado la playstation a Cain la Biblia hubiera discurrido de otra manera, eso fijo. ¿Por qué Alaix reprimió con crueldad los humildes barrios cordobeses que colaboraron con la invasión carlista del general Gómez de 1836 y no los matriculó en un taller zen de su centro cívico? La noche avanzaba y no lograba conciliar el sueño. Busqué un mechero, lo encendí y me puse a tararear «Imagine». «Joder, qué letra. Esto es mucho mejor que el ‘Lacrimosa’ de Mozart que puso Gabilondo en la SER el 11M», me dije. #IroníaModoOn

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