PATRIMONIO

El convento de Santa Isabel de los Ángeles: algo más que pasteles y hojaldres

El cenobio de las clarisas de Santa Marina, que va a cerrarse, atesora piezas de gran valor artístico

El Niño Jesús del Mayorazgo, una advocación centenaria ABC

R. RUIZ

El cierre del convento de Santa Isabel de los Ángeles conlleva problemas que van más allá de la pérdida de las tradiciones de San Pancracio o de los pasteles de sus monjas, que tenían licencia fiscal para la actividad de panadería. El suyo es un problema relativo al cuidado del patrimonio histórico de la ciudad, a un edificio del siglo XVII que custodia algunas piezas de relevancia singular. No es cosa de tomar a broma el cuidado de un edificio cuya fundación de la comunidad data del siglo XV y la iglesia lleva la firma de Juan de Ochoa , y a su muerte Sebastián Vidal y Bernabé Gómez del Río.

El de Santa Isabel de los Ángeles es de esos casos en que llega vivo y, según quienes conocen a la comunidad, extrañamente activo a pesar del traslado ordenado por la comunidad . Solamente el patrimonio inmobiliario y artístico ya merece la pena. Y si se ha mantenido vivo es por una sencilla razón: eran casas habitadas por pequeñas comunidades, cada vez más envejecidas, pero responsables de una cadena de custodia que arranca a mediados del siglo XVI. El más que previsible traslado no será un abandono. La iglesia del conjunto seguirá manteniendo los cultos habituales aunque la comunidad ya no resida allí.

La decisión definitiva sobre el futuro de la comunidad depende, en exclusiva, de la orden. Fuentes del Obispado explican que los conventos se dividen en federados y no federados. Las monjas de Santa Isabel de los Ángeles dependen del primer grupo, que tiene su propia «cadena de mando». Tanta autonomía tienen que disponen hasta de la propiedad de los templos y de sus respectivos ajuares, con los límites de la legislación civil en materia de patrimonio histórico. Los no fedederados, y este no es el caso, son los que tributan a las decisiones del obispo de cada diócesis que, en este caso, no puede disponer nada.

La pieza más relevante del conjunto data del siglo XVII y es el retablo con el que se adornó el sagrario de la capilla mayor. El Señor de Villaseca (descendiente de la fundadora, Marina) de la época sufragó los 800 ducados de vellón que costaba que un escultor famoso de la época, Pedro Roldán -padre de la no menos famoso Roldana, la primera escultora española de la que se tiene noticia cierta-, se desplazase a Córdoba para lobrar lo que se diseñó como cúmulo de figuras. Una parte de todo ese rico trabajo no se conserva por distintas razones. Sí está en su sitio la bóveda de la iglesia con su artesonado.

El patrimonio de dos conventos

El caso del convento del barrio de Santa Marina es peculiar porque atesora el patrimonio de dos cenobios en uno. Es norma habitual cuando se cierra uno de estos centros, que el patrimonio artístico se traslade a otro de similares características. En este caso, recibió el de Santa Clara de Lucena y algunos elementos del convento de la Arruzafa , algunos de cuyos elementos son aún visibles en la finca que ocupa el Parador de Córdoba. Destaca la existencia de un cruficado -que ha estado siempre en la zona no accesible del convento- y que se atribuye a Pablo de Rojas , el imaginero responsable del taller donde se formó Martínez Montañés.

El convento atesora además alguna pieza que forma parte de las advocaciones cordobesas que se pierden en la historia. El Niño Jesús del Mayorazgo , al que se rinde culto en Navidad, es una imagen que se cree que perteneció al beato Francisco de Posadas , que vivió en Córdoba en el siglo XVII. Como la imagen de San Pancracio , que se visita los miércoles y a la que le piden trabajo y protección mientras se aprovecha la tarde para comprar los famosos pasteles de la orden.

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