Javier Tafur - El estilita
Contenedores de cultura usada
Regina, 37 años de protección pública para una ruina
EL convento de Regina se ha convertido progresivamente en ruina desde su declaración como BIC en 1979. Treinta y siete años de protección administrativa han sido suficientes para conseguir lo que fueron incapaces de hacer, en el transcurso de más de cien años, falsificadores, cómicos, traperos, bodegueros y vecinos al tuntún. Al cabo, lo público ha logrado crear este escenario digno de una «performance» del inevitable paso del tiempo, sin actuación privada alguna, porque proteger suele ser hoy, para la política cultural, cerrar y abandonar . Nieto intentó darle un futuro rehabilitado y una dedicación. Pero cuatro años dan para poco y el que viene después suele prescindir de lo que hizo su antecesor, más que nada para sacar su reducida cabecita a la línea de flotación de la historia, ya sea sobre un busto o clavada en una pica. O ambas cosas.
Reconozco que no hay nada original en establecer museos. Pero los museos tienen un sentido . A la postre, nuestras propias casas, cuando se consolidan, devienen en museos, que nos cuentan nuestra vida acaso olvidada. Una ciudad no es más que un gran museo repartido en salas que presentan de modo a veces espectacular sus mejores y sus peores momentos. Considerar el mundo museístico como pasado de moda es tanto como negar el recuerdo que significa negar la cultura, la tradición e incluso la memoria histórica. Pedro García es historiador de título. Daría igual perito. No está dispuesto a respetar el pasado porque solo el presente puede prestarle relevancia. Es otro aleatorio buscavidas del montón, que encuentra en la política lo que la sociedad nunca le va a conceder. Por eso le parecen poco dos museos para Regina, porque lo que quiere es Regina para el pueblo, o sea, para él, que identifica al pueblo a través de asociaciones clientelares. De las cuales no forma parte, según su pequeño cerebro marxista sin revisionismo, la Agrupación de Cofradías .
Y, sin embargo, en un centro de interpretación de la Semana Santa -ya que no un museo- cabe de todo: desde la saya bordada, con la bordadora en éxtasis dando la última puntada, hasta el cochecito de mellizos con la madre coraje intentando acceder a la primera línea de calle. Pasando por la señorita de mantilla, minifalda, taconazos y cirio en la mano, y por el fajado costalero, de enhiesto mentón, que le echa un guiño desdeñoso a la anterior, supuesto que la vea. Sin olvidar al clásico niño que autogestiona una bola de cera o a Elena Cortés, todavía de concejala , tocando la sirena desde su balcón ateo. Y sin desmerecer a Rosa Aguilar indicándole a la compañera, con su flamígera mirada, la salida del paraíso y tal vez la entrada a la consejería de Fomento, que ella previamente traspasaría, porque los caminos del Señor son inescrutables...
No obstante, yo me llevaría a las cofradías al C4 , donde todo lo anterior tendría justificación moderna y sería susceptible de convertirse en algún «ismo» rompedor, a la espera de que algún redivivo Duchamp con rastas colocase un inodoro episcopal boca abajo. Pedro García disfrutaría como el niño cuatro ojos que aún sigue siendo.