El Norte del Sur

Consentimiento informado

«En la vida pasan cosas, muchas de ellas muy malas», le dijo el jefe de estudios

Cola de docentes para la vacuna Valerio Merino
Rafael Aguilar

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Recordó el diálogo de ‘Cadena perpetua’ cuando la enfermera le pidió el impreso con el que él daba la autorización para que le administraran la segunda dosis de AstraZeneca en el antiguo ambulatorio de la avenida de América, ayer a primera hora de la mañana. «Tú tal vez fuiste un mal marido, pero no un asesino», le dice el preso veterano, el hombre que consigue cosas en el penal de Shawshank , a Andrew Dufresne .

Había seguido durante la semana que acababa ya, como algunos de sus compañeros del instituto, las noticias sobre el juicio por la muerte de un chaval el los Baños de Popea , la comidilla en los descansos entre clase en los últimos días. «Cómo puede ser que a uno de nosotros nos puedan juzgar para meternos a la cárcel porque un alumno ha tenido un accidente», decía el docente en prácticas, que ya había dejado claro, temeroso, que con él no contasen para una excursión en lo que le quedaba de la carrera que ahora empezaba.

El jefe de estudios , un profesor que estaba cerca ya de la jubilación, había mirado al muchacho: «A ver si vas aprendiendo cómo es la vida, chico, que más te vale. En la vida suceden cosas . Unas veces buenas. Otras malas. Muy malas. Desgraciadas. Ya sabes, flota en el aire y a alguien le tiene que tocar. Esos dos colegas estaban allí, donde tenían que estar, y pasó lo que pasó. Ocurre lo que nadie quiere que ocurra. La ausencia del chico. Su mochila en el autobús. Él que no aparece. La confirmación de que está muerto. El dolor profundo de la familia, madre del amor hermoso. Los abogados, los de unos y los de otros. El fiscal, el juez. La rabia de sus parientes, comprensible. Y todo se va de madre. Hay buscar un culpable. Vete acostumbrando. Es lo que te queda», decía su gesto descreído.

El pinchazo fue breve y certero, el profesor cumplió los diez minutos de descanso que le indicó el enfermero , salió al exterior, cruzó el paso de peatones y buscó la sombra mínima del Pretorio . Observó cómo sus compañeros se despedían en las puertas del centro de salud , unos con la mano en el brazo en el que le habían puesto en la vacuna , otros como si nada: se dijo que era gente buena y noble, que alguna vez podían equivocarse, quién no, pero que no eran delincuentes ni homicidas. Y rezó por el chico de la poza .

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