Verso suelto

En el confinamiento vivíamos mejor

La libertad guarda en su aparente alegría la responsabilidad de lo inevitable

Peatones por Gondomar Roldán Serrano
Luis Miranda

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La libertad no trae más que problemas . Los periódicos están llenos de malas noticias por culpa de gente tan inconsciente que acabará provocando que confinen a todo el mundo en sus casas . Por tanta libertad hay hombres que matan a sus compañeras y mujeres que matan a sus maridos. Son unos irresponsables que conseguirán que el Estado termine por prohibir en las casas los objetos punzantes y las cuerdas y cables que puedan estrangular. Por culpa de la libertad de no tener a nadie vigilando el interior de las casas han tenido que detener a un menor por matar, presuntamente, a su propia madre, aunque sea un crimen menor sin minuto de silencio.

Es el problema de dejar a la gente que haga lo que quiera, que terminan por perjudicarse a sí mismos y a los demás. Lo que ha pasado con los chavales que se han contagiado en un bar de copas de Córdoba no es más que una mala consecuencia de la libertad o del libertinaje , que es eso que se desencadena cuando la gente no entiende la capacidad de elección como una palabra abstracta, sino que busca ejercerla con todas las consecuencias, malas y peores. La única forma de parar el coronavirus es el confinamiento, que visto de cierta forma no es sino una manera de libertad bien regulada al gusto de quien cumple las normas sin tener servidumbres extrañas: uno se queda en casa protegiéndose pero que no le falten ni las galletas que más le gustan del supermercado ni algo de comida a domicilio los domingos ni quizá algún caprichito comprado por internet y que le llevan a la misma puerta de casa.

Desde el momento en que todo el mundo puede pisar la calle empiezan los problemas, porque la libertad tiene dentro de su aparente alegría la responsabilidad de lo inevitable , de aquello que no podrán controlar todas las campañas del mundo. Si se permite abrir los bares y todo el mundo tiene coche, habrá gente que beba y conduzca con las malas consecuencias que todo el mundo sabe. Si no está el Ejército en las calles desiertas para comprobar que todo el que salga de casa lleva puesta la mascarilla obligatoria, habrá descerebrados que no se la pongan y se podrá dar un contagio que crecerá como una mancha de aceite hasta infectar a toda la ciudad. Si se abren los bares nocturnos, con la oscuridad que dificulta la vigilancia, se pueden dar desastres como el de ahora.

El confinamiento tenía sus fans , que ahora son nostálgicos, y que lloran como aquellos que añoraban la dictadura y decían que con Franco la gente podía ir tranquilamente por la calle sin que la atracaran, dormir con las puertas abiertas en el pueblo y pasear sin encontrar pornografía. Ejercen su libertad de no salir a la calle, de hacerle la cruz a la playa y no de pisar un bar y creen que todo el mundo tiene que imitarles.

La libertad ha desencadenado algo peor que un brote que por lo demás tampoco ha enviado a nadie al hospital, y es la tribu de quienes se mesan los cabellos gritando que en este país hace falta palo larga y mano dura para evitar lo peor, como diría Jarcha. Son como los apolíticos, ni de izquierdas ni de derechas, porque viven en la cultura arcaica de la culpa colectiva y del pecado original asumido al nacer en algún sitio. La libertad da miedo cuando se ha probado el dulce cautiverio que vigila el Estado y cuando ganarse el pan no depende de pisar las calles sin añorar el confinamiento.

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