Rafael Aguilar - EL NORTE DEL SUR

La compra o la vida

El comercio ha logrado institucionalizar una cita en vísperas del verano para darles vida a los mostradores

COMPRA. Compra todo lo que puedas, como si no hubiera un mañana. En cada escaparate habita la promesa de una vida nueva. Hay psiquiatras que prescriben una visita periódica al centro comercial con la misma firmeza con la que recetan un ansiolítico. El consumo salva. Sin dinero no hay paraíso. Al menos no en este mundo. El cliente que entra en una tienda deja de ser él en cuanto cruza la puerta del establecimiento: la aventura de convertirse en otro ha comenzado. La poca cosa que es uno se disuelve y se confunde en todo cuanto se encuentra ante sus ojos. Ya no hay marcha atrás. Hay que sumergirse en el «shopping» como quien se zambulle en la piscina oferente del primer verano: nada está escrito y todo es posible en ese universo de tentaciones que se hallan al alcance de la mano, como la línea de corcho que rozan los dedos en la posición más extendida de cada brazada.

Ocurrió ayer por la noche en el Centro de Córdoba: el comercio ha logrado institucionalizar una cita nocturna de gangas para darles vida a los mostradores justo cuando las obligaciones laborales y académicas empiezan a ser cosa del pasado y se abre como un paisaje fértil el territorio libre y de ocio del estío. Y la gente vuela en cada estante en dirección opuesta hacia la rutina, como si cada oferta fuera un pasaporte hacia un destino sin billete de vuelta. No hace falta más que andar con los sentidos atentos de franquicia en franquicia o de tienda de proximidad en tienda de proximidad, como les gusta decir a los representantes del gremio: una camiseta no es una prenda de vestir sino el horizonte de una playa a primera hora de la mañana con todo el día por delante; una novela no es un libro sino la inminencia de tardes muertas en una sombra reparadora; una mochila no es una mochila sino el anticipo de quince días fuera de cobertura y en buena compañía.

En ocasiones, el placer que genera el impulso del consumo es directamente inverso a la utilidad de la adquisición. La euforia es fugaz, pero funciona como mecanismo de escape, como combustible para la ensoñación. A quién no le ha pasado que el pantalón que quedaba de muerte en el exhibidor ya no es tan estupendo cuando, de vuelta a casa, se dispone a colgarlo en el perchero; o que la pluma que parecía tan idónea para empezar a escribir el relato de tu vida va y resulta que es demasiado pesada y torpe con el papel grueso. El comprador desenfunda la cartera y la tarjeta de crédito como quien lanza una moneda al aire para ver si la suerte le sonríe, mira a los maniquíes con el atrevimiento y también con la pesadumbre de que ese trozo de madera o de plástico lleva puesta la ropa que a él nunca le quedará igual, le dan ganas, muchas ganas, de sacar a bailar a la muñeca de cartón piedra que le mira tan seria y por momentos tan sugerente desde el otro lado del escaparate, como en la canción de Serrat, para huir con ella a escribir la historia juntos.

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