Rafael Ruiz - Crónicas de Pegoland
Comida de hospital
Cuando el aceite de oliva salta por la ventana, la tortilla prefabricada acaba siendo la reina de la fiesta
ENTRE las muchas y muy variadas fobias que me adornan, la comida de hospital -como el café de los hoteles- es una de ellas. Es entrar en el recinto del Reina Sofía y oler eso que parece sopa y que se me ponga mal cuerpo, esa extraña sensación que deja el jarabe de la tos en el paladar. Todas las experiencias hospitalarias, propias y ajenas, que he tenido la disyuntiva de vivir se han producido entre pescados hervidos y esos elementos escasamente descriptibles que llegan bajo las bandejas de plástico de los centros sanitarios. Con toda probabilidad, para cebarse en el enfermo que va con una rozadura en el pie y le ponen la dieta baja en sal. Convengamos que a un infartado no conviene cebarlo a jamón ibérico pero que un poco de humanidad básica en materia alimentaria tampoco estaría mal del todo cuando se tiene la bata puesta y tampoco es de vida o muerte la dolencia.
El sindicato Comisiones Obreras ha denunciado recientemente que los responsables del hospital Reina Sofía, bendito sea para tantas cosas, han decidido eliminar el aceite de oliva en determinados platos. Según esa denuncia, los responsables del SAS prefieren el aceite de girasol alto oleico que, como todo el mundo sabe, es por su gran calidad y no por lo que cuesta. En concreto, se ha optado por modificar las recetas que pasan por las freidoras industriales de forma que el artículo estrella del campo cordobés quede orillado como una salsa de tomate frito barata cualquiera. Muchos deben haber cambiado las cosas cuando descubre uno que en las cocinas de hospital también meten fritos en la dieta. Quiero la croqueta que me corresponde de mi última estancia sanitaria.
Los productores de aceite de oliva han puesto el grito en el cielo por razones obvias. Que se retire su producto de un centro sanitario va contra todos los esfuerzos de marketing que lleva realizando la industria desde ni se sabe. Un montón de personas inteligentísimas han realizado estudios que aseguran que el zumo de aceituna es una grasa buenísima, dentro de que las grasas tampoco es que sean la pera. Los empresarios de la cosa han intentado convencer al mundo, hasta ahora con éxito, de que lo que venden, además de bueno para el paladar, lo es para las arterias. Y el dato del aceite de girasol les revienta hasta más no poder. Y se entiende.
Dentro de lo malo, lo verdaderamente trágico de la noticia ha saltado por la segunda parte de la denuncia de Comisiones Obreras. Resulta que las tortillas ya no se hacen a mano sino que vienen prefabricadas. Como esas que nos compramos en el Piedra a última hora, cuando no hay nadie en casa y no queremos manchar platos. Higiénicas todo lo que se quiera, pero insípidas, con escasa gracia. La última fase de la cadena alimentaria, allí donde se pierden todos los sabores y los olores. Ese lugar donde sabes que el SAS se retrata hasta en las tortillas, hasta en el aceite de oliva. En eso, sí, en eso.